Relatos Eróticos Primera Vez
De ser un seductor pasé a ser seducido y la situación me encantó | Relatos Eróticos de Primera Vez
Publicado por PRIMERA VEZ el 03/02/2015
Por ahí se dice que recordar es vivir, y creo que cuando uno se inicia sexualmente de un modo agradable los recuerdos son lindos, se pueden compartir incluso con nuestra pareja actual, y si la oportunidad se da, hasta podemos ponernos en contacto con quien fue nuestra amiga íntima o nuestra amante. Yo había tenido dos o tres contactos sexuales pero realmente no los había disfrutado, quizá por pretender ser muy rápido, o porque alguien podía sorprendernos pero esos “rapidines” en realidad no significaron nada en mi vida.
Tenía yo 20 años y estaba estudiando medicina cuando fui a pedir trabajo a la clínica de un médico de unos 50 años. Su clínica era pequeña, de solo cuatro habitaciones, y generalmente estaba saturada por pacientes con pequeñas cirugías, o por personas a las que se les internaba para ponerles suero o cosas así, así que me dio el trabajo, con la condición de que debía yo disponer de tiempo, sobre todo en las noches, debido a que el doctor tenía su familia en una ciudad lejana al D.F. y a veces debía viajar a ver a sus padres. En la parte de atrás de la clínica tenía su casa, y ahí una hermosa familia, con cuatro hijos y una bella esposa, que por cierto debía tener mínimo 20 años menos que el doctor.
La guardia de la noche debía compartirla con una enfermera, Lupita se llamaba. Hermosa en sus 18 años, quizá un poco gordita pero con un carácter de lo más sociable, muy alegre y por cierto que le encantaba el baile, y eso era un tema recurrente cada vez que me tocaba charlar con ella, ya que en las noches en realidad el trabajo era mínimo. Aunque de día había una enfermera más, pero esta tenía un carácter más fuerte y estaba casada, y como mi trabajo era realmente de noche, salvo cuando el doctor salía a ver a sus padres, y entonces debía estar también de día, la pasaba tranquila. La esposa del doctor se mantenía alejada, aunque saludaba amable y era muy hermosa, alta, bien formada, morenita, y con unas lindas caderas que llamaban mi atención. Ella manejaba su auto y salía a dejar a sus hijos a la escuela.
El trato cotidiano con Lupita y, sobre todo, las noches de guardia, habían hecho que nos hiciéramos buenos amigos, y entre bromas, a veces nos contábamos cosas cada vez más íntimas. Ella solo había tenido dos novios, pero sin llegar a nada intimo con ellos. Me preguntaba sobre mi experiencia y, sinceramente, creo que a veces exageraba con ella en cuanto a esto pero ella solo sonreía y decía que creía que yo presumía mucho de lo que tal vez carecía, y yo le seguía la broma diciéndole que cuando quisiera podría demostrarle lo que sabía y así sería yo su maestro… y entonces ella se ponía colorada de la pena y fingía molestarse por mis palabras.
Un día, recuerdo bien, Lupita se estaba bañando y por alguna razón subí a recoger unas sábanas para uno de los cuartos. Estas estaban en la bodega y para llegar a ella tuve que pasar por la ventanita de ventilación del baño, que estaba en la planta de abajo… y vi a Lupita desnuda por completo. Estaba linda, y su cuerpo, aunque un poco pasado de peso, era armonioso, y además, estaba adornado por un par de senos erguidos y firmes, y en su pubis lucía un penacho de abundante vello que, sinceramente, me excitó. Ella no se dio cuenta de que yo la había visto pero su imagen no se me podía quitar de la cabeza. Esa noche platicamos mucho, y poco a poco llevé la conversación a lo íntimo. Como a ella le encantaba bailar, le propuse que lo hiciéramos ahí mismo, en el consultorio. Ella, animosa, puso la radio muy bajita, y esa mañana el patrón se había ido a ver a sus padres a Xalapa, de manera que solo estaba su esposa pero como ya era casi la una de la mañana seguramente estaba bien dormida la señora y no nos iba a oír.
El caso es que, ya bailando, sentí su cuerpo rico, duro y firme, y la hice que se pegara a mi mientras acercaba mi boca a sus orejitas, que es algo que siempre resulta excitante para nosotros y para ellas también, y ella no me rechazó sino que al contrario, repegó mas su cuerpo al mío mientras mi aliento caía en su orejita. Estaba vestida con su tradicional uniforme de enfermera con botones al frente y apenas a la altura de sus rodillas y como no queriendo la cosa, jalé sus caderas hacia mí y ella no dijo nada, ya que solo oía su respiración cada vez más agitada y veía sus senos subir y bajar, y lógicamente estaba yo excitado, y recordaba lo bien que se veía Lupita encueradita.
La besé, primero muy levemente en su orejita, luego en el cuello, justo debajo de la orejita, y luego en los labios, y Lupita respondió, primero respirando agitadamente, y luego abrió sus labios para responder a mis besos que, lógicamente, se hicieron más intensos. Nunca me ha gustado irme al bulto, como se dice, y prefiero llevar las cosas con calma. Acariciaba su cuello, pasaba mis dedos entre sus cabellos en la nuca y sobaba sus mejillas sin dejar de besarla y ella estaba excitándose a juzgar por el ritmo de su respiración. Luego, puse mi mano justo en donde estaba el primer botón de su uniforme y ella solo abrió los ojos, ya vidriosos de tan caliente como estaba, y sin decir una sola palabra solo hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. La volví a besar y zafé ese primer botón.
Sin dejar de besarla ni un momento, lo mismo en sus orejas que, como diría Luis Demetrio, el compositor yucateco, servía para aturdirla de los sentidos, seguí zafando un botón tras otro hasta que por fin contemplé esos senos turgentes cubiertos con un sostén blanco, sin chiste si ustedes quieren, ya que era ahora sí que una prenda de trabajo, pero el chiste era que ya estaba yo ahí… y debía seguir adelante. Puse cuidado en algún ruido, pero era claro que la señora del doctor estaba en el quinto sueño. Zafé los tres botones restantes de su uniforme jalando la falda hacia arriba para no dejar de besar a Lupita y bien pronto pude zafar el uniforme quedándose ella en el puro fondo y mostrándome sus senos lindos aun cubiertos por el brasier.
La jalé hacia mí, diciéndole que se veía hermosa, que tenía un cuerpo lindo, que me encantaba, que estaba enamorado de ella, o sea cosas que la entusiasmaran para seguir y dejarse coger, y con ambas manos busqué primero repegarla mas a mí y luego bajarle el fondo para que se quedara en puras pantaletas… pero Lupita se resistió diciendo:
-No, no sigas, me da pena… mira, mejor me voy a mi cuarto, no sea que la señora nos sorprenda y hasta sin trabajo nos quedemos tu y yo… además, soy señorita y sé que tengo que cuidarme, no fracasar antes de casarme… mira, mejor me invitas a algún lado el domingo… anda, sé bueno y déjame ir a mi cuarto-aunque lo decía sin ninguna convicción, y yo no iba a dejar escapar esa oportunidad, así que solo sonreí y le dije, siempre en voz baja:
-Tienes razón, mi cielo, pero… ¡Es que estas tan linda y sensual mi cielo! Perdóname, tienes razón… solo déjame entonces seguir besándote – y así lo hice, pero la mujer cuando ya está excitada, actúa de una forma natural y contra la naturaleza no puede contenerse… siempre que uno, como varón, haga lo que tiene qué hacer. Lupita no dijo que si… peor tampoco dijo que no, así que seguí besándola, sobre todo en el cuello. Suspiraba ansiosa y me dejaba hacer a mi gusto. Puse mis manos en su espalda y con cuidado zafé el broche de su brasier. Ella solo dijo un “no, por favor” pero tan suave que era obvio que no buscaba evitar que le quitara esa prenda y luego deslicé sobre sus hombros los tirantes para, por fin, tener libres frente a mi ese lindísimo par de senos, coronados ya por unos pezones levantados, dos o tres tonos más oscuros que el resto de su piel. La miré a los ojos y con delicadeza tomé uno de sus pezones para pasar por encima la yema de mis dedos y luego volví a besarla. Masajee su seno izquierdo y me incliné para besárselo. Ella no se resistió y pasé mi lengua por ese pezón y fue en ese momento en que Lupita tomó mi cabeza y empujó mi rostro sobre su pecho, en un signo de entrega total.
Con mi mano derecha sobaba sus nalgas por encima de su fondo, mientras mi mano izquierda acariciaba su vientre pero sin buscar tocar su conchita. Con mi boca besaba y succionaba su seno y su pezón derechos y sentía cómo es que sus piernas, sus lindas piernas se iban abriendo pero se mantenían firmes en el piso de aquel consultorio. Luego de sentir la dureza de su pezón en mi boca y rodear con mi lengua ese lindo seno, de nuevo me puse de pie y poniéndola frente a mí la besé lo más delicadamente posible. Su lengua se entrelazaba a la mía, y yo la jalé hacia mí pero tomándola de las nalgas, que se sentían durísimas y firmes ¡Unas nalgas de señorita!
Repegaba mi pecho a sus senos y sentía su cuerpo sabroso y duro. Por fin, pude meter mis dedos entre el resorte de su fondo y comencé a tirar hacia abajo. Ella movió sus caderas facilitando todo, y ¡Ya estaba! Por fin Lupita solo traía puesta sus pantaletas, una de esas pantaletas de algodón, sin gracia alguna, sin sensualidad alguna, pero esa prenda era realmente lo que faltaba quitarle para tenerla ahí desnudita frente a mí. La abracé y volví a besarla al tiempo que con mis dedos pulgares iba bajando su calzón. Todavía se resistió un poco pero apenas llegó el calzón a medio muslo, Lupita misma movió su cadera y la prenda se deslizó al suelo de donde ella misma la recogió agachándose con gracia y puso el calzón encima de una silla del consultorio… ¡Por fin Lupita estaba encueradita! Ya eran casi las dos de la mañana y todo era silencio.
Enfoqué mis caricias y besos en sus senos. Succioné sus pezones, envolví sus senos con mis manos y mi boca y ella solo suspiraba. Me hubiera gustado que ella hiciera algo mas pero en realidad era una señorita, y aunque como enfermera había visto vergas y ponches, en realidad era señorita y, como después me enteré, lo que sabía de sexo era muy poco y lo había aprendido más bien de lo que le platicaba su hermana mayor, también enfermera, y casada con Jorge, un hombre con apariencia de ser muy tímido. No toqué su vagina aunque ganas no me faltaban, pero a medida que acariciaba sus senos y Lupita se calentaba más y más, podía oler casi los jugos que destilaba su vagina, y además, sus piernas se abrían ahora ya sin esfuerzo alguno de mi parte.
Para ese momento yo aún estaba totalmente vestido, y así como estaba ella, la tomé de la mano y la hice sentar. Ella estaba colorada de excitación y de pena pero se sentó de la forma más natural del mundo, como si estar desnuda frente a mí fuera algo que a diario hacíamos. Así que con delicadeza abrió sus piernas dejándome ver su ponche velludo. Me sonrió y con un ademan me indicó que me acercara a ella. Apenas me tuvo cerca comenzó a zafar mi cinturón y, sin dejar de verme, me bajó el cierre y luego echó abajo mi pantalón dejándome en puro calzón frente a ella. Siempre me ha gustado usar la trusa ajustada y esa noche traía una de color rojo que me gustaba mucho. Al verme con ella, Lupita sonrió y me dijo:
-Humm, que bien te ves… me encanta ese calzón que traes, mi amor, pero ven papacito, déjame ver qué traes debajo de ese calzoncito tan lindo- y con suavidad me bajó la trusa y mi verga saltó frente a ella que, tal vez por puro instinto, se echó para atrás un poco, pero luego se rehízo y tomando mi verga entre sus manos, se inclinó y de ella salió darme un beso mero en la punta de mi verga, en el agujerito, de donde salía ya un poco de líquido seminal. Luego de hacerlo, me miró y, siempre sonriendo pero sin dejar de acariciarme la verga, me dijo:
-Humm, papacito, ¿Así que esta es una verga? Mi hermana me ha contado cómo coge con Jorge, mi cuñado, y siempre me dice que debía yo esperar a que me llegara mi turno, que en eso de coger, una debe ser calmada y que ya llegará el momento, papacito… y creo que este es mi momento contigo, mi amor, pero déjame decirte que soy señorita, mi cielo… tengo ganas de hacerlo contigo, mi amor, pero… ¿No será que me duela mucho? ¡Mira que la tienes muy grande, mi cielo, y creo que muy gruesa!
-No, mi amor, no creo que te duela, porque si tú lo deseas realmente creo que vas a disfrutarlo, mi cielo. Además, míramela, tócala, corazón, y veras que en realidad no es muy gruesa y además, tu cuerpo se va a adaptar a cualquier verga mi cielo… mira, cariño, déjame mostrarte cómo tu cuerpo se prepara para coger, Lupita – y diciéndole esto comencé a acariciar lenta, muy lentamente, su vagina velludita, hasta que sentí bajo mis dedos el botoncito de su clítoris excitado. Ella se dejaba hacer y en voz muy baja me contaba:
-Humm, que rico siento mi amor… Raquel, mi hermana, dice que se siente rico cuando nos mojamos con las caricias de nuestro novio, o que al menos así le pasa a ella cuando lo hace con Jorge… ¡Ay, mas despacito, mi cielo… no me metas tus dedos tan rápido, recuerda que soy señorita! –dijo Lupita y coquetamente abrió sus piernas por completo dejando entrever su himen entre los vellos de su vagina. Era rosadito y en el centro mostraba una perforación con apariencia de estrellita… y ese quinto lo tronaría esa noche si las cosas iban como hasta ese momento.
Como coger ahí en el consultorio era un poco incómodo, ella misma se levantó, terminó de quitarme la ropa y desnudita como estaba, tomándome de la mano, nos fuimos hacia una de las habitaciones, la más cercana a la puerta, pequeñita y con ventana a la calle, y entrando cerramos la puerta tras de nosotros. Ya dentro nos besamos con más y más intensidad, y ella comenzó a masturbarme. Lo hacía con movimientos lentos y firmes, apretándome la verga y sin dejar de verme a los ojos. Luego sonreía y coquetamente se inclinaba para besármela. Yo tenía ganas de que se la metiera a la boca y me la mamara pero debía actuar con calma, y no desaprovechar esa noche en que Lupita había decidido dejar de ser señorita. Sinceramente no me daba cuenta de que en verdad estaba yo pasando de seductor a seducido. Y no, no era por inocencia, lo aclaro, pero al paso de los años he entendido que aun cuando uno se sienta el galán del año o un experto en la cama, en realidad son ellas, las mujeres, las que dicen sí o no a la hora de coger, y nosotros debemos disfrutar intensamente de su ansia por tener una verga dentro de su ponche.
Ya en la habitación, las caricias se hicieron más y más intensas, pero me daba risa ver que cuando le iba a acariciar el clítoris entre su velluda panocha, Lupita cerraba las piernas y decía en voz baja que no. Me iba entonces a acariciar sus senos y ella se dejaba hacer cooperando muy bien. Ya creyéndola a punto, regresaba a su conchita y de nuevo cerraba las piernas y con voz entrecortada me decía que no… pero así son las mujeres y ni modo.
Decidí entonces concentrarme solo en sus senos. Hasta el día de hoy no he encontrado a una sola mujer que no responda a las caricias en los senos. Me encanta ver cómo reaccionan las damas al estimularles sus senos, cómo cambia el ritmo de su respiración y hasta cómo se les van poniendo vidriosos los ojos pero el caso es que uno pueda cogérselas como debe ser. Aun estando desnuda, Lupita no terminaba de facilitarme las cosas para que se la metiera, así que convenía irse con calma. Por fin ella solita abrió sus piernas y, acostado a su lado en la estrecha cama de enfermo, nuestros cuerpos se repegaban. Me encantó que ella misma pusiera mi verga entre sus muslos y con estos me la apretara, además de iniciar el movimiento de atrás a adelante. Yo no dejaba de besarla así que duramos así, untándole solamente mi verga en su conchita por unos minutos pero la naturaleza hace lo suyo y en un momento dado, Lupita alzó su pierna y la colocó en mi cintura. Luego, ella misma metió su mano entre nuestros cuerpos y colocó la punta de mi verga en la entradita de su conchita, lo que demuestra que solo hay dos clases de mujeres, las que cogen… y las que ya están muertas.
Tuvimos que movernos un poco pero por fin mi verga empezó a ampliar su vagina y luego, ella solita me abrazó muy fuerte, me dio un beso muy intenso, y sentí en mi verga la contracción de su ponche… ¡Estaba teniendo un orgasmo, el ultimo de señorita y quizá el primero de señora! Ella solita se colocó boca arriba y abrió sus piernas como en un abanico y con ellas entrelazó mi cintura permitiendo que mi verga la penetrara y es lindo recordar ahora cómo fue que mi verga chocó contra su himen. Lupita estaba excitadísima, y solo me miró, sonrió e hizo un gesto de asentimiento con su cabeza, así que lentamente comencé a presionar mi verga contra esa membrana que tanto significa para la mujer latina. Ella cooperaba pero por momentos se quedaba quieta. Yo deseaba que Lupita recordara como mi verga la penetraba milímetro a milímetro, porque siempre he tenido la idea de que para una mujer el tener sexo la primera vez es muy especial, y a lo peor ni recuerda el nombre del que se la cogió esa primera vez… pero sí va a recordar si se lo hicimos bien o mal, si disfrutó o no, y eso es lo más importante creo yo.
No hablábamos, solo sentíamos y disfrutábamos de ese lindo momento. Cuando mi verga la penetró por completo ella abrió sus ojos como con sorpresa, luego sonrió y sentí cómo sus piernas apretaban más mi cintura y cómo sus manos se posaban en mis nalgas jalándome más hacia ella, como para que mi verga le entrara más. Sentía mus huevos chocando contra sus nalgas y el sonido de mi verga en su mojadisimo hueco, y de reojo vi cómo la sangre de su himen roto había embarrado mi verga. De repente, Lupita sonrió enigmática y me dijo al oído:
-Humm, papacito, siento rico mi amor… pero tengo miedo de que me preñes… tiene dos días que terminé, mi amor… ¿Será que si me echas tu leche me embaraces?
Después de hacer una cuenta rápida, sonreí para mis adentros y con un movimiento de cabeza le dije que no, y entonces ella solo sonrió, me dio un beso y me dijo:
-Anda, mi amor, entonces échamelos mi cielo… quiero sentirlos dentro de mí. Dice Raquel, mi hermana, que se siente rico cuando recibes los mocos dentro del ponche, mi amor… échamelos para sentirlos, quiero ser tu señora, ya que me cogiste, ya fracasé contigo mi amor, así que échamelos… anda mi amor, quiero sentirlos- y mis movimientos se hicieron más y más rápidos mientras sentía que Lupita me obedecía al pedirle yo que me apretara con su vagina, hasta que comencé a echarle la leche en ese ponche virgen hasta hacia un momento.
Luego de que terminé de eyacular, me quedé abrazado a ella, nos besamos, y cuando mi verga se puso aguadita me dejé caer al lado de Lupita y así, abrazados, pasó no sé cuánto tiempo. Pero cuando abrí los ojos vi que ya estaba medio amaneciendo, y recordé que la esposa del doctor se levantaba temprano para llevar a sus hijos a la escuela, así que le di un beso a Lupita, que se desperezó, sonrió, y repegó su cuerpo al mío. Me dijo, tiernamente:
-Humm, que rico siento de despertarme y ya ser toda una señora, mi amor… ¡Qué bárbaro, que cogidota nos dimos, mi amor, con razón dice mi hermana que es rico coger!- y de solo imaginarme a Raquel, hermana de Lupita, platicando sobre sus experiencias en la cama con Jorge, su marido, pensaba en que tal vez algún día me prestara las nalgas Raquelita que, sinceramente, tenía un cuerpo lindo y apetecible. Le di otro beso y le dije que me iba a ir a bañar porque la esposa del patrón no tardaría en andar ya levantada y tal vez hasta quisiera que yo llevara a los niños a la escuela. Lupita aceptó y me levanté para irme a lo que era mi habitación para sacar mi ropa.
Pude ver mi verga sucia de la sangre de la virginidad de Lupita y sonreí al recordar todo lo ocurrido. La esposa del patrón me llamó apenas salía del baño y con aire casual me dijo:
-Oye, quiero que me hagas favor de llevar a los niños a la escuela, pero yo voy a ir contigo. No sé qué me pasó pero no dormí bien, como que oí mucho ruido y prefiero que seas tú quien maneje… ¿Puedes hacerme ese favor?
-Claro que sí, señora ¡Encantado! –contesté, pero me puse a pensar en lo que había dicho, y más cuando dijo que no había podido dormir bien. Lógicamente, tuve temor de que nos hubiera escuchado pero ella parecía tan distante que de plano no hice más caso y solo esperé a que salieran ella y sus hijos. Los chamacos se subieron al coche y luego ella se sentó a mi lado, un poco seria. Llevamos a los niños a la escuela y cuando iba de regreso a la casa, la señora sonrió y me dijo, ya mirándome:
-¿No estas cansadito? ¡Porque vaya que TRABAJASTE anoche! Vi que estuviste mucho muy ocupado y no precisamente con pacientes… ¿Qué no te dijo el doctor que no le gusta que las enfermeras hagan cosas con los médicos de guardia?... Mira, me caes bien y eres acomedido pero esas cosas de plano no creo que le agraden mucho al doctor…. Ya sabes cómo es el de delicado, y además, yo no me meto, pero Lupita está chica y hasta creo que aún no tiene los 18… ¿Te imaginas que saliera mal y tuvieras qué responderle?... quiero que te cuides porque el doctor y yo te apreciamos y además, a mí me caes muy bien, te lo digo… Ay, como que siento apetito… ¿no se te antoja nada?-dijo coqueta mientras dejaba entrever sus lindos muslos levantándose un poco su falda. Era una dama linda de verdad, morena clara, norteña para más señas y además, ya unos días antes, estando yo de guardia, me tocó ir a hablarle al doctor un sábado en la mañana, a eso de las seis, y como la puerta de su habitación estaba entreabierta, pude ver a través de un espejo que la señora, aunque estaba dormida, no usaba ropa interior, y sus nalgas se veían firmes y redonditas, y aunque el doctor se levantó rápido, créanme que me quedé con la duda de si se habría dado cuenta de que le había mirado el culo a su mujer. El doctor era, ya lo dije, varios años mayor que su mujer, pero además, me parecía que tenía modales afeminados, y entre broma y broma se decía que era gay, aunque si de verdad lo era, se comportaba muy discreto. Todo esto lo recordé esa mañana cuando la señora puso su mano en mi pierna y, teniendo yo veinte años de edad, no necesité más para que mi verga diera señales de vida y, lógicamente, la señora pudo ver cómo se levantaba la carpita de circo. Sonrió y me dijo:
-Ay… ¡Pero qué cosa es esto! Mira tú… ¡Con razón a Lupita se le hizo fácil trabajar contigo!... mira, yo voy a ser discreta con el doctor, y no le voy a decir que te cogiste a su enfermera… pero en pago tienes que cogerme a mi… ¿O qué no tienes ganas?
-¡Claro que tengo ganas, señora, es usted muy hermosa! Pero no sé si usted tuviera tiempo de estar conmigo… mire-le dije ya mirándola de frente- aquí cerca, por la clínica 10 del IMSS hay un motelito… usted dice si vamos, señora… es lo que yo, humildemente, le puedo ofrecer, y déjeme decirle que está usted bellísima y… buenísima.
-Vamos pues… ¡Así me gusta que seas! Bien me dijo mi esposo que eras discreto pero amable… y además, déjame decirte que estuve viendo cómo trabajaste a Lupita y me encendió ver cómo te la cogías… anda, vamos a ese motelito y por el dinero no te inquietes papacito, yo pago esta vez –dijo la señora Laura, que así se llamaba, mientras ponía su mano en mi pierna. Enfilé el coche hacia aquel motel en donde había estado hacia cosa de un mes con una amiguita, estudiante de medicina, ya que yo tomaba una clase en la clínica 10 del IMSS, en la calzada de Tlalpan.
A esa hora de la mañana, las 9, el motel estaba en silencio y, por cierto, así era como se llamaba el lugar, MOTEL EL SILENCIO. Una mujer me indicó el cuarto y cuando entré al garaje, la señora Laura me dio un billete y con el pagué el cuarto. ¡Cómo cambian las cosas cuando una mujer es joven e inexperta y otra es madura y muy experta. La señora Laura se sabía todo de todo, y no perdimos tiempo. A esa edad me sentía confiado de no fallar y además, conocía mi cuerpo, y sabía que después de una larga noche de coger con Lupita a la hora de cogerme a la señora Laura tardaría bastante en venirme y podría hacerla disfrutar más de la cogida.
Esa mañana pude hacerlo dos veces con la señora Laura, y debo reconocer que ella me ayudó a responderle como debía ser, mamándomela, sobándomela muy rico, y para colmo, cuando lo intenté la segunda vez, ella notó que mi verga no estaba lo suficientemente dura y, moviéndomela con su mano, sentadita frente a mí en aquella amplia cama, se repegó a mí, me besó y me dijo con una voz ronca y sexy:
-Humm, papacito, la tienes rica mi amor, pero como que no se te pone dura… hasta parece la del doctor… ¿Has de creer que tiene más de un mes que no me toca para nada? Y a mí me encanta coger, papacito… ¿Y si me la metes por atrás?
Que una mujer ya experta nos diga, siendo chamacos, que quiere que se la metamos por el culo es algo sensacional, y desde luego le dije que sí. Y de inmediato ella se puso a mamármela, hincadita en la amplia cama del motel. Se me puso dura y ella, sonriéndome y sin dejar de mirarme a los ojos, me decía:
-¿Ya viste, papacito? Ya se te está poniendo rica, mi amor, y así me lo vas a hacer más rico… mira cómo tengo el culito, mi amor… anda, méteme un dedo –y movía su cuerpo para darme oportunidad de sobarle sus ricas nalgas y de poner mi dedo en la entrada de su ano.
Yo estaba realmente sorprendido de mí mismo, porque sinceramente no soy ni nunca he sido de recarga rápida. Es más, hasta pensaba que, saliendo del motel, de plano me iría a casa de mis papás porque si me quedaba en el sanatorio, en la noche debía cumplirle a Lupita y estaba seguro que de plano no le respondería y no quería decepcionarla. Por fin, a la señora Laura le apreció que ya mi verga estaba a punto y poniéndose de a perrito casi me ordenó que le besara el culo, y así lo hice. Ella sacó una latita de Vick de su bolso y me dijo:
-Anda, usa esto para embarrarte la verga y que resbale bonito, y ponme otro poco en la entradita, mi amor –y yo, obediente de sus instrucciones, así lo hice. Lógicamente sentí ardor pero un calorcito rico también, y luego empecé a meter mi verga en ese estrecho espacio. Era hermoso ver el culo de la señora Laura, sus hermosas nalgas y cómo el ano aprecia hacerme guiños, animándome casi a metérsela rápido, y mentalmente le brinde la cogida al doctor, su esposo, y cuando mi verga entró comencé a moverme lentamente, hasta que ella, la señora Laura, me insistió en que me moviera más rápido y así lo hice. Ella metía su mano derecha entre sus piernas y me acariciaba los huevos que chocaban contra sus nalgas ¡Era realmente algo riquísimo disfrutar del cuerpo de esa mujer tan cachonda! Luego de un rato, me urgió a terminar y así lo hice, arrojándole todo mi semen dentro de su culito. Los dos nos quedamos desfallecidos, acostados en esa cama, y después de un rato de abrazarnos y besarnos, la señora me dijo:
-Humm, me cogiste rico, mi amor… mira, quiero que seas discreto y yo lo seré también. No quiero que andes diciendo lo que pasó aquí hoy… a nadie, ni siquiera a Lupita. Al doctor no le voy a decir nada de lo que vi que le hiciste a Lupita pero también debes ser más discreto. Procura hacérselo, si lo hacen, sin hacer ruido y además, te pido que tengas cuidado porque tú sabes que mi hija Patricia está en la edad de la curiosidad y no vaya a ser que te vea cogerte a Lupita y se haga escandalo ¡porque en ese caso yo no voy a poder meter las manos, papacito! Y otra cosa, como tú sabes, el doctor es… así, muy especial, y eso lo he tenido que vivir estos años. No, no te digo que no me coge… si, me lo hace pero muy de vez en cuando, y me da pena decírtelo pero creo que es homosexual o cuando menos bisexual… yo no le digo nada ni le reclamo porque, como tú ves, tenemos una familia y una posición, pero yo, como mujer, tengo mis necesidades y de una vez te aclaro que si tú me ayudas en ese aspecto, tendrás en mi a una amiga discreta que no te va a pedir nada sino al contrario… ¿Estás de acuerdo?
-¡Claro que si… señora Laura! –le contesté, dándole a entender que no por habérmela cogido hasta por el culo o porque ella me hubiera mamado la verga de una forma tan rica, me iba a tomar alguna confianza o fuera yo a ser indiscreto. Ella sonrió, satisfecha, y luego de darme un beso, miró su reloj y me dijo:
-Bueno mi amor, ya vamos a bañarnos y nos vamos. Ya falta poco para ir a recoger a mis hijos a la escuela y yo debo preparar la comida en la casa. Si el doctor o Lupita te preguntan a donde fuimos, les dices que me llevaste a comprar material para mi pintura hasta el centro, y que por eso nos tardamos un poco… no expliques más para no meterte en problemas… ah, y cuida de no mojarte el pelo ahorita que te bañes, para que Lupita no vaya a sospechar nada. –y después de decirme esto, Laura se levantó como estaba, encueradita, y se dirigió al baño. Pude ver sus lindas nalgas moviéndose y me imaginé lo que podría hacer con ella y con Lupita, de ahí en adelante. Así pasaron dos años. Lupita se volvió una amante experta, quizá hasta un poco mañosa, porque nunca se embarazó no obstante que jamás usamos protección más que cuando cogíamos en su periodo menstrual, y eso que lo hacíamos cuando menos cuatro veces a la semana, y capaz de recibir mi verga en su culito, y Laura cogía conmigo por lo menos una vez a la semana, siempre de manera muy discreta, ya que ella incluso le pedía permiso a su esposo para que yo, como chofer, la llevara dizque de compras pero la verdad es que nos íbamos a algún motel para coger sabroso…. Solo una vez lo hicimos en su casa, porque el doctor se fue a ver a sus padres y los chamacos estaban de vacaciones en Guadalajara, con la hermana de Laura… y además, Lupita había tenido su día libre así que pude cogerme a la señora Laura en la misma cama donde había visto por vez primera sus lindas nalgas, y su apretado culito. Lupita nunca se enteró que me cogía a la esposa del patrón porque, debo reconocerlo, Laura siempre fue mucho muy discreta, y además, se hacia la disimulada cuando Lupita y yo cogíamos, y hasta animaba a Lupita para que se hiciera de un novio, que le aceptara a un muchacho vecino que la pretendía, y el patrón seguía viviendo su vida, aunque debo decir aquí que jamás comprobé si era o no homosexual. Pero al cogerme a su esposa quizá contribuí a que ese matrimonio no se terminara, creo yo.