Relatos Eróticos Zoofilia
Ningun hombre logró satisfacerla | Relatos Eróticos de Zoofilia
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Esa noche nos quedamos de cuidadoras en la casa, como siempre lo hacíamos invitamos a uno que otro amigo con el fin de pasar una velada agradable. La Lulú no tenía mucho arrastre con los hombres, yo aún no tenía bien claro si me gustaban machos o hembras, había incursionado ligeramente con la Lulú como se sentía una lengua femenina y perdí la cuenta de con cuantos me había acostado como a los 16. Lo que tenía claro es que uno no era ninguno, ninguno por más grande o ancho que lo tuviera no me dejaba satisfecha. Esa noche no fue distinta de las demás, me fui a un cuarto con uno de los chicos, después de una pequeña sesión de sexo con él, me quedé con ganas. La Lulú había desaparecido, nadie estaba con ella, no me esforcé mucho por encontrarla, lo mío era asearme un poco y volver. La puerta del baño estaba sin seguro, me metí, encendí la luz y quedé petrificada en el umbral de la puerta, la Lulú tenía encima a su regalón, el Toby, un perro chascón y blanco, a diferencia de lo que ella esperaba, me quede mirándola hasta que me pregunto si se me había perdido algo, la curiosidad y el espectáculo me calentaron aún más. No quería irme, pero las ganas me mataban así es que entre al cuarto y me tiré encima del primero que encontré.
Han pasado casi 10 años desde esa vez y jamás hablamos con la Lulú de eso, bueno.... así como no hemos hablado de muchas cosas que han pasado entre nosotras, son nuestros pequeños secretos.
Por años se me quedó grabada la imagen del Toby tirándose a mi amiga, al extremo de que en varias oportunidades me encontré en la calle persiguiendo levas de perros hasta que al fin lograban montar a su hembra, siempre me ha causó curiosidad saber que se siente. Hace 6 años compramos un pastor inglés, Merlín es su nombre, de chiquitito le tuve un cariño especial como a un hijito, lo bañaba, le cortaba el pelo, lo llevaba al veterinario, lo alimentaba, yo era su mamá. En la medida que fue creciendo nuestros lazos se fueron estrechando, él se echaba a mis pies y los lamía, podía pasar harto rato en eso y a mi siempre me gustaba. La primera vez que le corté el pelo noté que mi bebé canino ya era todo un macho, me entretuve un rato tocándolo, el se puso de espalda feliz, acaricié sus testículos suavecito y el no se movía, me miraba complacido, después fui avanzando con mi mano hasta que le toque justo ahí, me miró con complicidad, de a poquito se fue asomando una puntita roja, la toque con los dedos, estaba caliente y húmeda, mi primer impulso fue metermela en la boca, pero un chispazo de racionalidad me frenó, me pasé el rollo de que mi niño ya estaba grande y como ya era grande todas sus partes lo eran, me asusté, me dio pánico que me destrozara el culo, de solo imaginarme el tamaño de su cosita me mojé entera, me metí a la casa y me corrí una paja en su nombre. Así como fue pasando el tiempo pude observar que mi niño ya no me miraba con ojos de cachorro, tan pronto me veía metía su nariz entre mis piernas para olerme, más de alguna vez sentí como su lengua se desplazaba por sobre la parte delantera de mi pantalón, aún así yo seguía sin darle esa merecida oportunidad, estaba clara en que un hombre no satisfacía mis instintos, que con uno no era suficiente, y me pasaba pelis en 3D con el Merlín. Una mañana se me ocurrió mirarlo por la ventana, estaba montado sobre el Lancelot, otro perro de la misma raza que obtuvimos después, Lancelot nunca me llamó la atención, lo mío era con el Merlín, el otro perro ni si quiera se movía, yo estaba que saltaba por la ventana, miraba como se movía el Lancelot con cada empujón, Merlín trataba de metérselo pero no había caso, me impresionó la fuerza de cada embestida y me pasé el rollo de nuevo, me decidí y salí de la casa a apartarlos, tomé al Merlín de las patas y lo di vuelta hacia mi, un chorreo increíble me bañó el pelo y la cara, salí corriendo, me miré en el espejo y me pasé la mano por la cara, aún se podía sentir la tibieza del semen, me limpié bien con la mano y me corrí una paja con sus jugos, ¡que delicia!. Después de ese día mi niño ya no sólo se dedicaba a lamer mis pies y mi pantalón, ahora ya quería motarse sobre mi, yo jugaba con él, me daba suaves mordiscos en el culo, y me metía el hocico entero entre las nalgas, me pedía a gritos una oportunidad. Salí a darles la comida, Merlín estaba decidido a no quedarse con los juegos, menos con las ganas, como siempre metió su nariz entre mis piernas para olerme, me puso contra la pared y se me echó encima, empezó a lamer mi cara, solté el plato con la comida, sentí su aliento en mi cara y los empujones que me daba, supongo que esa es una ventaja de tener un perro grande y una ama pequeña, de cada embestida que daba más duro noté que se le ponía, estaba parado frente a frente conmigo, yo ya no me quería escapar, abrí ligeramente las piernas y sentí por sobre el pijama la grandeza de su pene tratando de entrar, daba pequeños saltitos tratando de meterlo. Me decidí y me bajé el pantalón del pijama, estaba completamente mojada y caliente, lo único que quería era sentirlo dentro de mi, sentía el roce en mi clítoris, mis labios se abrían para darle albergue, pero no entraba, lo tomé de las patas y me puse en cuatro patas, de inmediato me montó, al segundo intento ya lo tenía adentro, sentía como de cada embestida iba llenándome, chocaba con las paredes de mi vagina, la fuerza con la que me lo metía era exquisita e impresionante, sentir sus patas en mi cintura, esa sensación de plenitud que jamás había sentido, me hizo estallar en gemidos de placer, dos orgasmos casi seguidos, estaba tan llena de él que la molestia que me provocaba el dolor de cada embestida se fue transformando en placer, hasta que sentí que ya no podría aguantarlo más encima, volteaba la cabeza para mirarlo en su maniobra y estaba feliz, su lengua caía por uno de los costados de su hocico, la sensación de posesión, era fabulosa, de pronto sentí como mi niño me llenaba de un líquido caliente, quise salirme pero estábamos unidos, me había venido un ataque de pánico, pero Lancelot al ver mi desesperación se acercó cariñosamente a mi y lamió mi cara, con una de mis manos empecé a acariciarlo y cuando al fin nos soltamos, lo llamé para que él también me montara, metió su hocico entre mis nalgas, el semen chorreaba por mis piernas, lamió cada gota de él, su lengua áspera se metía entre mis hinchados labios, lo hacía rápido y con la presión suficiente como para querer darme vuelta y abrirle las piernas al máximo para disfrutar de su cariño, empecé a pellizcar mis pezones y él cada vez me lamía más rico, hasta que ya no aguanté más y me puse en cuatro patas de nuevo para que me montara. Fueron 6 años fabulosos, ahora lo único que me queda es el recuerdo de esos nobles amigos del hombre que hacen que nosotras las mujeres disfrutemos de la vida, no tengo perro que me ladre y bueno... tú sabes que me haga cariñitos.... ¿habrá por ahí un alma caritativa que pueda regalarme una mascota?, te aseguro que será criado con cariño...