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El tatuaje de ana | Relatos Eróticos de Zoofilia

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

En aquel semestre y para seguir la regla que el destino me había impuesto desde hacía dos cursos anteriores no conocía a nadie y nadie sabía de mi mas allá de lo puramente indispensable, así las cosas me había hecho a la idea de ejercer en la medida de lo posible aquella pasión simple que se define escuetamente como “mirón ocasional” de los elementos femeninos que merecieran la pena (y el tiempo) si es que alguno poblaba aquella materia lo que comenzaba a ver como una posibilidad muy lejana pues hasta ese momento nada regocijaba mi vista. Cuando se cursa un posgrado no hay tiempo para nada, todo se resume a trabajo agobiante, prisas devastadoras y cierta angustiante sensación de que el tiempo nunca alcanza y que no basta todo tu empeño, siempre faltan cosas por hacer y toda tarea parece inconclusa. Con tan poco margen para hacer nada pensar ya no digamos intentar algún tipo de acercamiento, con fines poco académicos pero si mucho de recreativos con alguna de tus colegas termina por obligación en fracaso, pues ellas al igual que tu están hasta el cuello entre materias, tutores, exámenes y trabajo experimental .
Es por ello que cuando vi a aquella deliciosa chica morena entrar al aula con sus jeans superajustados, su suculenta panza chelera asomando descaradamente por el borde de la playera igualmente ajustada y sus tetas bastante generosas por cierto rebotar a cada paso, pensé que si el curso era malo cuando menos tendría una buena vista. Aquella rápida chaqueta mental quedó reducida a una estúpida caricatura cuando la chica con todo y sus kilos de más tomó un asiento a un par de bancas de donde me encontraba, dejándome admirar en el proceso no solo su opíparo par de nalgas que completaban magistralmente todo el voluptuoso conjunto de su anatomía sino el tatuaje en su baja espalda. Por supuesto en la actualidad un tatuaje franqueando las nalgas de una chica no es cosa del otro mundo, por el contrario, eso es cosa de todos los días, como también lo que es que estos diseños se luzcan sin el menor decoro y en las partes del cuerpo mas inverosímiles y provocadoras pues se sobreentiende la razón por la cual están ahí y que si están es para exhibirlos. Sin embargo, hace diez años y pese a toda mi experiencia como “mirón ocasional pervertido en potencia” no estaba preparado para un tatuaje como el de aquella chica. Se trataba de un caballo en pose de concurso ecuestre, elaborado eso si con una precisión casi matemática. Las proporciones eran exactas, el sentido de luz y oscuridad el óptimo, la perspectiva inmejorable, aún a la distancia se notaba claramente que aquel era un trabajo muy profesional y en el cual se habían dedicado muchas horas y probablemente semanas de extenuante labor. Por un par de segundos me dediqué a estudiar la suculenta anatomía de mi colega sin saber que mirar primero, si su cabello rizado estilizado gracias a luces rubias, sus espaldas anchas mismas que me imaginé eran necesarias para soportar el peso de los rotundos melones frontales que anteriormente había visto rebotar sensualmente, las graciosas lonjas desbordando los jeans y que eran continuación obvia de aquella panza cervecera o el tatuaje justo arriba de las nalgas. Al final mi decisión parecía ser obvia sin embargo y por ese día mi contemplación cesó de manera tajante pues la clase había comenzado.
Con el correr del curso la contemplación de aquel tatuaje se convirtió en una especie de deporte que en el colmo del ridículo me instigó a buscar un mejor ángulo y distancia para mirarlo en todos sus detalles, fue entonces que entre clase y clase distinguí un elemento que en principio me había pasado por completo desapercibido pero que ahora me saltaba a la vista de manera indiscutible: con la misma maestría en que había sido diseñado el resto pero convenientemente oculto entre los cuartos traseros se dibujaba el miembro del animal, si bien denotando flacidez no la que corresponde a la de los equinos en relajación sino la que antecede a la excitación y que no es del todo completa pero que esta ahí de manera facultativa, esperando el abandono de la hembra o la disposición completa para el coito.
Que podía representar aquello? por completo nuevo para un mirón de mi calaña y que dentro de mi hiperactiva mente solo podía significar que a aquella chica le venía bien la idea (de entrada la idea) de que el miembro de un caballo no era despreciable o cuando menos merecía un lugar en su baja espalda.
No hizo falta gran cosa para imaginármela en cuatro, con aquel par de tetas enormes apuntando al piso balanceándose atrás y adelante al ritmo de un frenético e improbable coito con el cuadrúpedo animal... imaginé como no me había puesto a imaginar nunca los gemidos producto de una linda chica siendo montada por un caballo, con su vagina llenada al tope destilando todo lo que se supone tiene que destilar y cobijando apenas un miembro negro y mas largo que un brazo humano y en medio de todo un coro de gemidos humanos y relinchos equinos; para luego y en una asociación que a mi se me antojaba obvia verla de rodillas masturbando a dos manos aquel miembro descomunal al mismo tiempo que con la boca abierta (la misma que se adivinada deliciosa) se prestaba a tragar toda la corrida del caballo o en el peor de los escenarios dejar que la corrida se estrellara contra sus pechos al mismo tiempo que le prodigaba al miembro un largo masaje con las tetas embadurnadas de esperma. Aquellos pensamientos mal viajados me causaron una erección como la que seguramente portas tu en tus pantalones. Pensamientos que irremediablemente se repitieron una y otra vez hasta que decidí en el colmo de la estupidez a hacer algo al respecto.
Ahora cuando el tanto de whisky inicial le ha dado paso a tres tragos mas en las rocas de la misma sustancia de procedencia escocesa, recuerdo como si lo estuviera viviendo una vez mas el fuerte bofetón que me profirió aquella chica a la que llamo Ana cuando insinué de manera mas que inocente si le atraía la idea de fornicar con un caballo. Recuerdo mis balbuceos a manera de torpe disculpa y sobre todo su respuesta en la forma de una patada en los testículos que certeramente me conectó en el estacionamiento del instituto antes de escupirme a la cara y decirme con la voz mas sensual que le hubiese escuchado a una chica que acababa de molerme la hombría de una patada que “lo que ella hiciera con sus nalgas era muy asunto suyo”. Lo que el whisky no me permite recordar es como es que llegué hasta su auto, tal vez el dolor en la parte baja de mi cuerpo se ha encargado de borrar de mi mente el momento en que ella presa de ternura ante mi sufrimiento o quizás dominada por un arrebato de excitación exhibicionista, se encargó de llevarme hasta su auto color rojo sangre y convenientemente apostarme en el asiento del copiloto. Supongo también que el dolor amén de la incredulidad (uno si no es que ambos) me han hecho olvidar, el camino del instituto a la facultad de veterinaria por cierto entidad de adscripción de su doctorado y sobretodo el camino hasta los establos en los que nos encerró bajo llave y dos chapas de las que cualquier ladrón de mediano prestigio tendría respeto. No obstante lo que está vividamente asentado en mi memoria es como de manera mas que conveniente y luego de una nueva y sorpresiva patada en los testículos lo que está de mas decir me dejó sin fuerzas, me amarró a una silla con sabrá dios que artilugios para luego y en el colmo de mi suplicio hacerme un streptease con obviamente un caballo de talla mediana de fondo.
Sin ir mas allá de la exageración porque en estos relatos todo se exagera hasta niveles de absurdo he decir que la chica, la misma que me había fascinado con tan solo verla a un par de bancas durante la clase, hizo de todo y muy a mi pesar sin que yo pudiese hacer nada a no ser lo que siempre había hecho y que era simplemente observar. La vi entonces acercarse en pelotas a aquel animal artífice de mi suplicio y como lo amarraba con gruesas correas del cuello y las patas para luego sin mayor advertencia tenderse bajo de él para masajearle la verga, en principio imperceptible pero luego de un rato en el que alternó recuerdo bien: manos, lengua y tetas cobrar dimensiones verdaderamente descomunales. En aquel momento las aberrantes maquinaciones que durante semanas había formulado a sus costillas cobraron eco en la realidad una y otra vez hasta que el dolor en los testículos producto de los golpes dieron paso al dolor que se siente cuando estas a punto pero no hay nadie quien te atienda y es que no era para menos. Luego de masajearle el miembro la muy zorra se puso en cuatro, en efecto justo como había imaginado y no me pregunten como puesto que estaba un tanto lejos para tomar nota de esos detalles se hizo penetrar por el miembro del caballo, supongo yo que por el culo porque sus gritos no eran para menos. Ni en mis mas viajadas fantasías creí posible que aquello siempre por mi considerado improbable estuviera pasando, la chica se retorcía debajo del animal y el muy infeliz hacia todo el intento de montarla pero como estaba atado (al igual que yo) apenas y lograba hacer nada, pero claro poco hacía falta. Ana se encargaba de todo, con una mano se asía al piso mientras con la otra se bombeaba la verga en el culo entre tanto mi cabeza estallaba con cada uno de sus gemidos. El espectáculo si es que así puedo llamarlo pues mas bien era tortura (para mi obviamente), se prolongó por un buen rato hasta que Ana girando sobre su propio eje se prestó a mamarsela al caballo, obvio es decir que a mi no me fumó en ningún momento.
Nada de lo que pueda ahora decir alcanzaría a describir con algo aproximado a la justicia el hambre con el que la chica se comía aquel miembro. Desde mi sufrida y privilegiada posición no perdía detalle de como lo lamía y chupaba una y otra vez hasta que (seguro) presa de una locura extrema se lo introducía en la garganta como si quisiera hacerlo desaparecer para luego sacarlo de su boca (no sin frustración) para chuparlo nuevamente de arriba hacia abajo... en un momento dado y ¡Oh si, maldita sea mi estampa¡ vi cogerle la polla al animal, acomodársela entre los pechos y acariciarla entre ellos. Su placer era innegable mi suplicio irrebatible.
Ahora ya soy doctor en ciencias biomédicas, imparto un curso de biología molecular en el mismo instituto en el que algunos años atrás había perdido el tiempo observando a una chica con el tatuaje de un caballo en la baja espalda. Mi vida es normal y quizás hasta un poco aburrida sin embargo me bastan un par de whiskys en las rocas para recordar a Ana y la forma en la que aún con el esperma del caballo resbalando por sus labios me amenazó de muerte, si es que contaba lo que había pasado en el establo de aquella facultad pero claro, aunque he contado esta anécdota una y otra vez desde hace diez años sigo vivo, después de todo si no lo estuviera como diantres podría haber escrito esta historia.

 

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