Relatos Eróticos Sexo con maduras
Una excelente forma de tener trabajo | Relatos Eróticos de Sexo con maduras
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Hola, heme aquí después de un largo descanso. Soy El Negro o Vagazo. Si bien llevo meses sin publicar un nuevo relato, no he dejado de tener situaciones de enredos con maduras (mi debilidad). Pido las disculpas del caso por todos aquellos relatos que con segunda y terceras partes, jamás he completado. Es difícil organizar una continuación cuando puedo leer que casi todas rondan por situaciones similares y son criticadas por la falta aparente de emotividad, pero créanme que son muy jugosas.
Lo que hoy he de contar no tiene segunda parte, pues solo se ha tratado de una acción furtiva y no dio para más. La víctima, Mabel, es rubia, cincuentona, mal atendida y por lo demostrado después muy formal, pero para nada fría. Mabel dista notablemente de ser una sex-symbol. Para su altura (1,68 m), guarda varios kilitos derramados por su figura. De escasos pechos, dejó caer gran parte del excedente a su cola, blanda, blanca y muy pronunciada. Presentada la dama, vamos a la acción.
Desde hace unos cinco años, trabajamos juntos y me ha hecho blanco de numerosas chanzas, pues es evidente que me tenía muchas ganas y he logrado evitarla con esquives típicos de un torero. En el mes de marzo, por las clásicas reglas del juego de la docencia en mi bendito país(Argentina), perdí el 50% de mi trabajo con todo el trastorno que ello genera. Las deudas, los requerimientos de la tarjeta de créditos y otros detalles me habían puesto en una situación para nada agradable. Los intentos infructuosos de conseguir nuevas horas de trabajo me estaban agobiando pues las respuestas eran negativas una y otra vez, hasta que un martes sobre las 14 horas sonó el teléfono de mi casa.
“¿Negro? Soy yo, Mabel si tenéis un currículo, acércamelo ya a mi casa que quizá mañana tengas novedades” dijo a máxima velocidad. Atónito, respondí de manera afirmativa y me dirigí a mi PC para imprimir el documento y media hora después me dirigí a su casa.
Al llegar, me planté frente a la puerta de su casa y pude ver que todas las ventanas estaban cerradas, sin que un milímetro pudiese ver de su interior y un silencio digno de cementerio la rodeaba. Creyendo que no habría nadie, presioné el timbre y aguardé unos instantes. “Ya va” se escuchó desde el interior. Segundos después y por una pequeña abertura asomaba la cara de Mabel, con los cabellos revueltos y los ojos apenas abiertos. “No quiero cortar tu descanso, aquí tenéis el currículo, pero ¿para donde es?” dije mientras pasaba las hojas por la abertura de la puerta. “Para el colegio privado donde trabajo. Echaron al profesor que había y están buscándole reemplazante. Si todo va bien, el jueves serás compañero mío allí. Cruza los dedos y anda pensando que me vas a regalar cuando cobres tu primer sueldo” dijo antes de cerrar la puerta.
Aún desconcertado, me volví a mi casa. Los siguientes tres días fueron de mucha agitación y casi me olvidé de aquella situación.
Eran las 10 de la mañana del jueves cuando el teléfono comenzó a sonar. Atendí y una voz de mujer me informaba que debía presentarme a las 16 para una entrevista con la representante legal del colegio Mirasol. En aquel momento volví a recordar los dichos de Mabel y sinceramente me puse muy nervioso. La entrevista duró unos 25 minutos, tras los que me transformé en nuevo integrante del plantel de aquel colegio. Los primeros quince días transcurrieron en calma, adaptándome a los nuevos horarios y los alumnos (¡Qué alumnas! Están fuertísimas y para colmo nadan en plata!).
Llegó el día 4 de abril y con ello el sueldo. Mis finanzas estaban agradecidas, pero alguien más quería tener una cuota de gratitud. Mabel, llamó nuevamente y me recordó sus palabras de aquella tarde de Marzo. “Traer unas masas, que yo te preparo un buen café, ¿ok?” fueron sus palabras. Sin negarme, pasé por una confitería donde compré el pedido y me dirigí a su casa. Al llegar, la misma imagen que aquel día, ventanas bajas y silencio total. Parecía una copia de aquella tarde; nuevamente el timbre, el grito “Ya va” y la puerta que se abrió apenas, ella con el cabello revuelto con cara de dormida, pero esta vez la apertura fue mayor, como para dejarme ingresar. Traspuse la puerta, y recién allí volví mis ojos para verla. Tenía una amplia remera que apenas llegaba unos diez centímetros por debajo de su cola y dejaba ver claramente que no tenía corpiño, dada la posición de sus pechos y la marca que dejaban los pezones. Estaba descalza, y se me adelantó camino a la cocina. “Sígueme, en la cocina está la cafetera en marcha para hacer uso de esas masas”, decía mientras movía notablemente su cola de lado a lado. Esa imagen me hizo recordar que los inconvenientes de dinero me habían llevado a una abstinencia sexual de casi 3 meses, y a esa altura cualquier plato es caviar.
Encendió una luz de bajo voltaje en la cocina y se dirigió a la alacena que estaba sobre la mesada para sacar dos tazas pequeñas y una bandeja donde colocar las masas. Ese movimiento puso en evidencia la escasez de dimensiones de su tanga negra, que se perdía en la inmensidad de sus nalgas. Solo podía verse un pequeñísimo triángulo que surgía de la parte superior del canal que dividía su cola, con bordes de encajes. Me quedé petrificado, con la mirada clavada en esa prenda. Sin dudas, lo había hecho de manera intencional ya que seguía hablando y se estiraba cuanto podía para dejar más visible su figura, hasta el inicio del elástico negro que bordeaba su cintura. Era evidente que quería mostrarme todo su culo y esperar tal vez una reacción de mi parte.
Pasaron unos tres o cuatro minutos y no notó avance de mi parte hacia su cuerpo, entonces cerró la puerta de la alacena y se giró sobre sus talones para colocarse frente a mí. “Nene, tenéis nervios de acero o sois medio corto. ¿No te gustó lo que te mostré?” dijo mientras me enfrentaba, pero grande fue su sorpresa cuando me halló a un metro de ella y avanzando. Fueron sus últimas palabras antes de recibir un beso que la dejó muda y una lengua que le recorrió toda su cavidad bucal. Mis manos burlaron la tela de su casaca y se instalaron en sus nalgas. La atraje a mi cuerpo, la apreté y le dejé sentir la calentura que manifestaba mi herramienta muy tiesa, presa del pantalón de jeans.
Forcejeamos unos instantes, ella tratando de separarse de mí y yo intentando arrancar ese hilo que se incrustaba en su cola. Obviamente mi fuerza física se impuso y sus deseos la favorecieron. Instantes después estaba sentada sobre la mesada, con las piernas rodeando mi cintura, besándonos de manera frenética. Como pude, liberé mi miembro de su prisión y lo afirmé frente a su conchita cubierta de vellos húmedos. Rozaba el triángulo de tela que separaba nuestros sexos. Tanto froté sus labios con mi miembro que empapó totalmente la tela de su tanga, y aunque seguía prendida a mis labios, gemía y hacía movimientos frenéticos para que aquel separador se desplazara y dejase nuestros sexos unidos piel a piel. Se levantó unos centímetros, apoyándose en sus manos y dejó el espacio suficiente para que mi mano derecha corriese la tela. Liberada de ella, se desplazó apenas hacia adelante y su vagina quedó lista para ser penetrada. Segundos después, estaba empalada.
Cada embestida la levantaba y volvía a caer sobre la mesada cuando mi herramienta se retiraba hasta el mismo borde de sus labios mayores. Cinco minutos de vehemencia e incomodidad para aquella posición nos dejaron en claro que no podríamos gozar de aquel modo. La levanté en vilo y la llevé rumbo a la mesa. Corrí con mis brazos las cosas que había sobre la madera lustrada y la recosté, dejando sus piernas colgando del borde de la mesa. Le corté con un cuchillo los elásticos del tanga, que se desprendieron y dejaron liberado su sexo fragante y muy mojado. Solo desprendí mis jeans, que cayeron hasta los tobillos y bajando apenas el bóxer, acomodé mi verga en la puerta de su sexo. Con dos movimientos, estaba dentro de ella y comencé a bombear en su cuerpo. Movimientos bruscos y profundos, que fueron arrancando gemidos de placer de sus labios.
Recuerdo que murmuraba palabras entrecortadas y repetía “ahh, aaahhggg” mientras recibía toda mi potencia en su interior. Diez minutos de actividad frenética, hasta la explosión. Sus piernas se aflojaron y mi cuerpo rendido no pudo mantenerme en pie, hasta caer sobre ella. “Vamos a la cama, quiero que me hagas todo lo que sepas. Necesito más que esto. Llévame a la cama” me murmuró al oído. “Guíame. No sé donde esta tu pieza” dije mientras trataba de levantarla. Los pantalones en los tobillos no me dejaban caminar, me los quité ahí mismo y los dejé en el suelo. Bajó de la mesa con un saltito y notó como mi semen corría por sus piernas. “Vamos a darnos una ducha, enjabóname la espalda y ayúdame a rasurar mi coñito. Si lo hacéis bien, te la dejo tan limpia que va a brillar” dijo mientras me tomaba de la mano. La seguí y aproveche que ella iba delante para mandar mi mano libre entre sus piernas. La masturbaba al caminar, cosa que la calentó hasta el punto de detenerse y aferrarse del marco de la puerta del baño, inclinar su torso y dejar su raja bien abierta apuntando hacia atrás. “Ponedla ahora, que estoy acabando, ponedla” gritó y así como venía la clavé por segunda vez. Quizá embestí tres o cuatro veces, y sentí como apretaba sus músculos vaginales para exprimirme una vez más, aunque no logró extraer nada. Tuvo un orgasmo violento que le aflojó las piernas hasta casi caer. La detuve y la llevé a la ducha, donde pareció revivir.
Contar lo que sucedió a continuación sería abundar en detalles que marcarían su habilidad de mamar y ser mamada, ser penetrada por cuanto orificio deja el cuerpo, basta con decir que recién volví a mi departamento a las 11 de la noche, tras 7 horas de sexo y más sexo. Mabel sigue siendo compañera de trabajo pero solamente ha sido compañera de cama tres o cuatro veces más. Hoy, tres meses después alterna entre mí y el nuevo profesor de Educación Física, más joven, atlético y potente, por lo que me ha dicho.