Relatos Eróticos Sexo con maduras

Señoras ricas y casadas | Relatos Eróticos de Sexo con maduras

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

He aquí lo que me sucedió aquella vez en Puerto Vallarta. Sucede que fue en aquella ocasión que el tiempo pasa volando, y no sabes con certeza si lo que pasó fue un sueño o fue la realidad. Lo que les voy a contar aquí supera en todo cualquier fantasía que haya tenido jamás por el simple hecho de que ocurrió, fugazmente como cualquier momento agradable, y etéreo como alcohol bajo el sol caliente del Pacífico Mexicano.

Pues era entonces la celebración de la independencia mexicana, y todo mundo nos tomamos el puente de Jueves a Domingo, para “celebrar” nuestra libertad alcoholizándonos en algún antro de Vallarta para terminar agarrando cualquier morra loca que estuviera lo suficientemente caliente para aceptar ir a “echar pata” a mi departamento de playa. Me fui con dos amigos de la universidad a mi depto., que está enclavado en una hermosa zona de Puerto Vallarta, quizá la más bella de la bahía, rodeada de mansiones lujosas de señoras ricas que van ahí una vez al año, alternando con sus otras casas de Aspen, San Diego y Cancún. En el edificio donde esta mi departamento también van varias señoras, muchas de ellas amigas de mi madre y otras amigas de esas amigas, pero en general todo mundo nos conocemos. Son 12 unidades, y puedo decir que conozco de toda la vida a los dueños de 10 de esas 12 unidades. En fin, el ambiente es más bien familiar. Pero no del todo. Ahí se hospedan señoras con las que he fantaseado desde que compramos el apartamento, cuando yo tenía 12 años. Las he visto crecer a ellas y a sus hijas, y mis puñetas playeras se las dedico casi siempre a ellas.

Hay tres señoras en especial, que indudablemente son mis favoritas. La primera es Andrea Campos, señora de unos 43 años, compartimos el piso 7 en el edificio. Andrea es muy delgada y no es muy guapa, pero tiene un exquisito par de tetas operadas que, en tan delgado cuerpo, se ven ridículamente redondas y jugosas. Y que decir de sus pies, perfectos y siempre bien cuidados. Esa señora podría hacerme una paja con los pies cualquier día de la semana. El esposo de Andrea, Antonio, es un hombre de negocios dedicado a las zapaterías, y si digo que pesa 120 kilos es que me fui muy por debajo de su actual peso. Es muy gordo y los problemas maritales que tiene con Andrea son de conocimiento común en el edificio. Andrea tiene dos hijas, de 16 y 14 años. La grande va por el buen camino físico de su madre. La otra por el de su gordísimo padre. Ahora pensándolo bien, creo haberme dado cuenta porqué el marido de Andrea se dedica a los zapatos. Y es que con los pies tan hermosos de su esposa, yo también haría modelos cada vez más sexy tan sólo para vérselos puestos una y otra vez.

La segunda señora es Patricia, vecina del piso 4. Desde hace algunos años, la relación de mi familia con la de Patricia se ha incrementado, por lo cual me he dado cuenta de que a la muy condenada señora le gusto de sobremanera. Aprovecha cualquier invitación a comer o a tomar la copa que le hacen mis papás para abrazarme, apapacharme, y cuando voy a su casa, me mima más que si fuera su propio hijo. Pero cuando está en sociedad, es muy cuidadosa y no descuida su trato para no levantar sospechas. Patricia tiene unos 40 años, maneja algo de sobrepeso, pero eso no le quita lo sexy, especialmente cuando usa unos bikinis demasiado chicos para su tamaño de cuerpo. La gente habla cuando la ve en bikini, y comenta que no debería usarlos, pero a mí, me excita el hecho de que no le importe exhibir algunas lonjitas, que al final a todos nos alcanzarán. Tiene tres hijos, y con uno de ellos voy a esquiar en el wakeboard cada fin de semana. Quizá la principal característica de Patricia sea su enorme trasero, es inmenso pero a la vez muy parado, lo que lo hace sumamente antojable. Su cuñado, cirujano plástico, nos hizo a todos el favor de operarle las tetas a Patricia, que ahora son hermosas y aunque no muy grandes, si lo suficientemente llamativas.

La tercera señora que ocupa mis pensamientos en la playa, es Mónica. Mónica es la segunda esposa de uno de los hombres más ricos de Jalisco, magnate de las bebidas. Mi relación con ella es casi nula, la saludo cuando la veo y ella me saluda por mi nombre, pero hasta ahí. Conozco a una de sus hermanas, ya que durante algún tiempo estuve saliendo con la hija de esta, pero a Mónica jamás la traté. Pues Mónica es, sin duda, la que más me gusta de las tres. A pesar de que al igual que Patricia, Mónica tiene cierto sobrepeso, es la más bella de las tres. Tendrá unos 40 años y tiene dos hijos pequeños. Pero lo que sin duda la hace especial es ese enorme par de tetas que carga la condenada. Sus melones son realmente un placer a la vista de cualquier persona. Si tuviera que comparar a Mónica con alguna modelo, diría que se asemeja mucho a Sofía Vergara con unos kilos de más, con la diferencia de que ya quisiera Sofía Vergara tener los melones que Mónica posee, y la cara de facciones finas que tiene Mónica. Para la mayoría de las señoras de sociedad que vacacionan en el edificio, sus tetas son demasiado grandes y parecen vulgares. Para el resto de los habitantes del edificio, no hay más pensamiento que el de tener ese par de pelotas entre nuestras manos cuando la vemos cerca. Y lo mejor es que, al ser naturales, se bambolean con ritmo casi celestial cuando camina en su bikini color marrón, el más pequeño que posee. Claro que por ningún motivo aquel par de tesoros están caídos, sino que se encuentran firmes como los marinos que se pasean por el malecón de Vallarta en su día de descanso. Como es de pensarse, Mónica casi siempre está sola con sus hijos y los guardaespaldas de estos, ya que su esposo está diario en asuntos de negocios. Si yo fuera él, vendía de inmediato la compañía y me dedicaría a jugar con ese lindo par de pelotas que tiene abandonadas en Puerto Vallarta.

Pues bien ubicándonos en contexto, llegamos mis amigos y yo a Puerto Vallarta el Jueves a medio día, e inmediatamente visitamos los tacos de camarón que están en el centro del pueblo. Después de comer, pasamos al depósito de cerveza y compramos 3 cartones de cerveza Pacífico, nuestra favorita (cada cartón trae 20 cervezas) y dos botellas de Absolut Mandarin para tomar Vodka Andreac. Sería un pedo memorable aquel día, que no teníamos intención de salir sino hasta el día siguiente, que Vallarta estuviera lleno.

Llegamos a los departamentos y acomodamos nuestra ropa en los cuartos. Luego, abrimos una cerveza y comenzamos a beber hasta que entre los tres acabamos con el primer cartón de 20 chelas. Ya un poco mareados, bajamos a la alberca con el otro cartón en una hielera y comenzamos a platicar y beber. De pronto, la peda se me bajó cuando vi aparecer en escena a Patricia. Iba vestida normal, supuse que iba apenas llegando. Nos saludamos de lejos, ya que yo estaba en al alberca, y le pregunté que si había venido Álvaro, su hijo, con el cual esquío en el wakeboard. Me dijo que sólo había venido ella con su hija, ya que su marido, y sus otros dos hijos se habían ido a Manzanillo, otra playa cerca de Vallarta. Ahí empezó lo bueno. Decidí en ese momento acercarme más a Patricia durante la vacación para intimar más, ya que ella siempre me lo había insinuado. De inmediato le ofrecí un Vodka Andreac, a lo que ella por supuesto rechazó ya que iba llegando y ahí estaba su hija de 12 años. Me dijo que nos veíamos al rato y mientras yo tenía una tremenda erección de sólo pensar en las posibilidades que aquella ocasión ofrecía.

Decidimos ir esa noche al De Santos, un lounge bar en Vallarta propiedad de uno de los integrantes del grupo de rock Maná. Subimos a cambiarnos y salimos del departamento cerca de las 10 horas. Antes de irnos bajé a entregar la llave al conserje para no perderla, cuando vi a Patricia haciendo lo mismo. Es una costumbre en el edificio desde que se perdieron las llaves hace muchos años. Iba arreglada y se veía muy bien. De pronto, como si fuera un milagro, apareció Andrea, a quien no había visto antes ese día, y nos saludamos. Andrea comenzó a platicar con la administradora del edificio, mientras Rosalía me preguntó que a donde iba, y le contesté de manera juguetona que iría a donde ella me pidiera que fuera. Ella rió y me preguntó que si íbamos a ir a algún lado, y para no desperdiciar la oportunidad, le contesté que aún no teníamos plan. Me dijo que si queríamos, que mis amigos y yo podíamos ir a cenar con ella y con Andrea al Café des Artistes, un restaurante francés. Le dije que me encantaría, que le iría a preguntar a mis amigos. Cuando les dije a mis amigos que era mi oportunidad de coquetearle a la Patricia, que se fueran, ellos rieron y se alejaron en mi coche. Me regresé y les dije a las dos señoras que iría gustoso con ellas. Eso sí que era un plan raro. Seguramente ellas me propusieron acompañarlas como cortesía, pero jamás esperaban que de hecho las acompañara a cenar. Con un gesto de confusión, Patricia y Andrea sonrieron y nos dirigimos a la camioneta de Andrea, que había venido con sus dos hijas y las había dejado con la hija de Patricia. En ese momento era más factible que me hubiera quedado con las tres niñas en el departamento, que ir a cenar con sus madres. Pero así fue, y fuimos al restaurante.

En el carro la conversación se amenizó un poco y se fue dispersando la tensión. Me preguntaron las dos señoras acerca de mis padres y yo les pregunté de sus hijos. Las dos señoras iban adelante, mientras yo iba atrás, en medio del asiento para poder verlas. Yo no despegaba la vista de de los pies de Andrea, con su pedicura perfecto, sus uñas largas y pintadas con estilo “french”, se me antojaba simplemente tomarlos y chuparlos incansablemente. También veía su tremendo escote, que dejaba ver su eterno bronceado y su voluptuosa figura. Rosalía iba casi totalmente cubierta, así que me deleité viendo a Andrea, que no pudo disimular al darse cuenta de que la estaba observando. Realmente aún no puedo creer queme haya atrevido a irme sólo con las dos señoras, que aunque conocía muy bien, no existía tal confianza como para largarse a cenar sólo con ellas dos. Las señoras no hacen eso, así que Rosalía debió pensar que esta vez llevó su insinuación demasiado lejos, jamás pensó que yo pudiera aceptar acompañarla porque seguramente me daría pena. Y no fue así, el alcohol te hace hacer cosas impensables.


Llegamos al restaurante y pedimos nuestras bebidas. Le dije al mesero que trajera una buena botella de vino tinto. Sé que el vino tinto tiene un efecto en las señoras que no pueden evitar. Ellas al principio dijeron que no lo hiciera, pues según ellas no tomaban, pero antes de que trajeran el platillo principal ya había pedido la segunda botella. Yo mientras tanto, pensaba en cómo terminaría aquella noche, ya de por sí extraña. Pensé en reunirme luego con mis amigos en el De Santos. Y luego se me ocurrió invitarlas a ellas. Porque no, si yo había ido con ella a cenar. De alguna manera las invité al De Santos al terminar la cena, y a pesar de que Andrea no quería ir, accedieron después de algunos minutos. Caminamos unas tres cuadras hasta el bar, mientras yo hablaba y les decía a mis amigos que pidieran otra botella de vodka y que acercaran dos sillones para mis invitadas especiales. Así fue, les pagué la entrada a las señoras, y subimos a la azotea-bar del lugar a tomarnos unas copas.

Las dos botellas de vino estaban haciendo su trabajo. Andrea platicaba con uno de mis amigos, mientras que Patricia se reía de mis bromas. La verdad es que en ese momento, Andrea se me antojaba más que Patricia, ya que una mujer misteriosa es siempre más encantadora. Así que disimulé ir al baño, y reemplacé a mi amigo que estaba con Andrea. Conversamos sobre temas de intimidad, es decir cosas que sólo se dicen cuando estás claramente alcoholizado. Le dije de todo, incluso hasta que su hija era una de las niñas más hermosas de Guadalajara. Andrea empezaba a sonreír, y comenzó a platicarme de su vida sexual con su marido, que era totalmente inexistente. Aunque el quería sexo, ella le repugnaba el aspecto físico de su marido, tanto que Andrea a veces se hacía la dormida para no tener sexo. Y como la necesidad es canija, comencé a seducirla y ella simplemente se dejó llevar, gracias a mis maravillosas y mágicas botellas de alcohol. El momento había llegado, así que fui por Patricia y mi amigo y le dije que era el momento de follar. Las llevamos casi a rastras a la camioneta de Andrea y comenzamos a besarlas, yo a Andrea y mi amigo a Patricia.

Todo iba bien hasta que, de la nada, una camioneta tipo pick-up de la policía de Vallarta se paró frente a mi ventana y me ordenó bajar del vehículo. Lógico, estábamos atascando con dos mujeres mayores, que en la oscuridad parecían más bien putas, en plena calle. Le dije al policía que eran amigas de mi madre y que efectivamente estábamos llevando a cabo el sueño de todo joven, que era enredarse con una amiga de su mamá. Divertido, el policía me pidió 200 pesos “para olvidar” todo aquello. Después de pagarle la respectiva cuota, se alejó y nosotros hicimos lo mismo.

Ahora me pongo a pensar que dos botellas de tinto, más una de Absolut entre dos señoras cuarentonas que casi nunca toman, es todo un mundo de alcohol. Ahora se porqué fue aquello tan sencillo y fugaz. En fin tomamos rumbo a los departamentos y silenciosamente subimos a las señoras cargando a mi departamento. Mi amigo el que se quedó sólo seguramente había pescado su propio almuerzo y estaría en algún hotel con una chica. Lo importante es que las niñas no descubrieran el paradero de sus madres. Llevé a Andrea a mi cama y mi amigo llevó a Patricia a la suya. Tan pronto como le deposité en la cama, me tomó del cuello con fuerza y comenzó a besarme los labios, los cachetes y el cuello, sin orden y sin pulcritud alguna. Le bajé la playerita de bordado que llevaba y la dejé con su puro sostén, que inmediatamente removí para dejar ver esos increíbles y durísimos pechos. La señora de Campos había tenido dos operaciones y las cicatrices estaban ahí, pero a quién le importaba, estaba apunto de follarme a una de las tres señoras con las que había soñado desde hacía 12 años. Le mordí los pezones con fuerza, le estrujé las tetas una y otra vez. De pronto, como en un sueño, me acordé de sus pies y dejé todo lo que estaba agarrando para ir directo abajo. Con las sandalias blancas que llevaba puestas como marco para mi fetichismo, tomé su pie izquierdo y lo chupé completo una y otra vez. Me concentré luego en su dedo gordo y lo metí y saqué de mi boca una y otra vez. Andrea gritaba de la excitación, definitivamente le gustaba que le tocaran los pies. Tomé el pie derecho y repetí la operación. Después le quité las sandalias y llevé su pie derecho a mi cara, donde lo froté y lo volvía chupar hasta casi despintarle las uñas con mi saliva y mi lengua. Me estaba excitando en serio, así que me saqué el pito y me quité los pantalones. Andrea estaba acostada sobre la cama King Size de mis padres, con los pies colgando por fuera de la cama a la altura de las rodillas. Con los ojos cerrados, y con las tetas de fuera, así estaba ella, que sólo traía puesta su faldita blanca que escondía su coño.

Me hinqué a la altura del cuello de Andrea, y tomándome el pito con la mano, se lo ofrecí directamente en la boca, para ahorrarle el trabajo. Comenzó a menear la cabeza en forma de asco, pero a la fuerza, seguí poniéndola el pito en sus labios, y para ese momento ya estaba húmedo el aparato y la embarré de líquido transparente. Finalmente abrió la boca y le metí sólo un poco el pito por ahí. Inmediatamente, lo tomó con su mano izquierda y se lo tragó entero, obligándome a ponerme a gatas y penetrándole la boca como si me la estuviera follando. En una de esas, empujé mi pito hasta el fondo de su garganta, provocando que abriera los ojos de pronto y comenzara a ahogarse con mi propio aparato, lo saqué de inmediato y comenzó a toser. Antes de que pudiera terminar, la tomé de la cara y le di un beso largo y mojado, como para calmarla.

Finalmente, totalmente desnudo, me senté apoyado en la cabecera de la cama y Andrea se quitó la falda blanca, dejando ver que no traía nada por debajo. Se sentó despacio sobre mi pene, tomándolo con su mano izquierda, y se dejó caer lentamente hasta que toda mi verga estuvo dentro de ella. Se movía como una pantera, y puedo decir que hasta ahora, ninguna mujer me ha cogido como ella lo hizo esa vez. Como cualquiera que se haya cogido a una mujer platónica como yo lo estaba haciendo, la excitación era tal que no tardé mucho en correrme por completo dentro de Andrea. Debo aceptar que parte de la maravilla de esa cogida es que no hubo condón, a ninguno de los dos nos importó un carajo aquel plástico tan importante. Simplemente no pensamos en eso. Fue quizá una de las más largas corridas de mi vida. Al momento de levantarse y sacarse mi polla, una cascada de semen salió de su ya flojo coño y cayó sobre las sábanas favoritas de mis padres. Yo estaba agotado y permanecí sentado como estaba, mientras que Andrea se levantó y se cambió de lado, esta vez mirando hacia mí. Se recostó sobre mí por un minuto, luego debió sentirse sucia y se fue a lavar al baño. Ahí debió haber durado unos cinco minutos, los cuales aproveché para echar un vistazo a Patricia y mi amigo.

Cuando entré al cuarto, me llevé la sorpresa de descubrir que cada uno estaba dormido, uno en cada cama que había en el otro cuarto. Aún caliente y cachondo por la cogida, tomé la mano de Patricia y la puse sobre mi verga. Yo estaba completamente desnudo. Patricia volteó y me vio, se sentó sobre la cama sin quitar su mano de mi polla, y comenzó a masturbarme con su mano derecha. Después se quitó el cabello de la cara, y comenzó a mamarme la verga mientras me la jalaba con su mano. Estaba a media asta la verga, ya que me acababa de correr, pero así la sensación era aún más buena. Le tomé las tetas por encima de la blusa, luego se la quité y el sostén igual. Le manoseé las tetas y después la tumbé boca arriba para quitarle los pantalones. Le bajé sus pantalones estilo dockers , poco sexy por cierto y me encontré con unas enormes bragas, también poco sexy, que cubrían un trasero valuado en millones de dólares. Le quité las bragas, que pretendía guardar, y le abrí las piernas tanto como pude. Que manera de gritar de la señora, lo cual no era bueno, ya que Andrea estaba a unos metros en el otro cuarto, y francamente no quería que viera que me tiraría a las dos. Así que ignorando su volumen de gritos, me bajé a su coño, que más bien olía a humedad, y me lo comí casi a fuerzas. Yo no soy un hombre aficionado a comer coño, así que esa parte la pasé rápido y sin mucha faramalla. Lo que si disfruto es un buen par de nalgas como las de Patricia, así que le dije que se diera vuelta, y teniéndola boca abajo, me di un festín, abriéndole las nalgas y sumiendo mi cara ahí dentro, donde no había tiempo ni espacio. Mi lengua recorrió todo su trasero, incluyendo una sesión de estimulación anal, y dejé varias marcas de mis dientes por todo su trasero. Ignoro si su marido practicaría el sexo anal con ella, pero mientras yo lo humedecía con mi lengua, ocasionalmente entrando más allá del arillo del esfínter hacia las paredes interiores, la hembra lanzó los gemidos de placer más espectaculares que he oído en mi corta vida. Ese platillo es mucho mejor que un helado de macadamia de la Piazza dei Campi de Siena, para quienes la hayan probado alguna vez. Lo menciono porque ese helado es una maravilla, imaginen ahora el trasero de este mujerón de 43 años. Teniendo eso en cuenta, ordené a la mujer, cual jeque árabe, que se pusiera a gatas, con la cabeza en el colchón de la cama. Teniendo semejante panorama frente a mí, tomé mi polla, la remojé con sus jugos vaginales, y la comencé a resbalar hacia adentro de su ano muy gentilmente. Patricia apretaba su ano, asfixiándome la polla, pero continué entrando hasta topar con pared. De ahí, saqué y volví a meter, una y otra vez por unos dos minutos más o menos. Aquello no podía ser otra cosa que un sueño, y sin embargo ahí estaba yo despierto, follándome a una señora casada, con un amigo en la cama de un lado, profundamente dormido, y con la otra señora casada que acababa de follarme esperándome en el cuarto principal, en la cama de mis padres, totalmente desnuda. Yo, en ese momento, era el ser más importante de la tierra.

Cuando volví a mí, al ver que no habría otro momento, decidí follarme a Patricia como Dios manda, y sacándole el pito del ano, con su respectivo grito femenino de placer, la estoqué por el coño con una facilidad encantadora. La excitación había vuelto, pero me llevó más de seis o siete minutos de un folle agresivo y duro el venirme al fin, sacando apenas el suficiente semen para remojarle el coño a mi ebria amante. Al terminar cayó como costal de papas sobre la cama, y yo me salí rumbo al baño a limpiarme aquella mezcla de olores y sabores de dos coños maduros. Volví a la cama con Andrea, la abracé y le chupé las tetas por algunos minutos, sin siquiera oír sonido alguno, creo yo debido al cansancio y a la embriaguez. Totalmente dormida e inconsciente, me bajé a su coño, sólo para no decir que no había ido, y lo mismo con su ano y nalgas, antes de terminar de nuevo jugando y disfrutando su pies perfectos que probé de principio a fin.

Cerca de las cinco y media de la mañana, decidí despertar a Andrea para que se fuera con sus hijas. Les habían dicho que volverían cerca de las doce, y ya eran más de cinco horas después. Las madres volvieron en sí rápidamente, y vistiéndose como pudieron, se fueron sin despedirse del departamento. Me dormí, y al día siguiente no bajé a la alberca en todo el día. En la noche, bajamos a la alberca y más tarde salimos al Christine, la mejor disco de Vallarta. El sábado por la mañana, mientras comíamos junto a al alberca, vi bajar a Andrea, quien me saludó de lejos y se posó en uno de los tumbones junto a la playa. Luego bajó su hija, me saludó de beso y se acostó junto a su mamá. Mis amigos no podían sostener la risa, la curiosidad me estaba matando.

Más tarde, mientras reposábamos en el departamento, sonó el teléfono y era Patricia. Amablemente, como siempre, me dijo que si bajaba al piso 4 hablar con ella. Presentía problemas. Al llegar estaba Andrea y Patricia sentadas en la sala y me hicieron pasar. En tono seco, me pidieron disculpas por la otra noche y me pidieron, casi rogándome, que jamás comentara nada de lo que había pasado. Que esos “accidentes” suceden y que el tema no debía tocarse de nuevo. A mi no me sorprendió, pero de lo que estoy seguro, es que a partir de ese hecho, se puede repetir, siempre y cuando las circunstancias sean, como en esa ocasión, óptimas para ello. Por lo pronto tengo las bragas de Patricia como trofeo a mi osadía. Y ustedes se preguntarán, ¿Qué hay de Mónica? Bueno pues nada, simplemente quería compartir su descripción para que imaginen que reto tan enorme me espera en mi próxima visita a Puerto Vallarta, que espero sea dentro de poco tiempo.

 

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