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Dominada en el bar | Relatos Eróticos de Sadomasoquismo

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Estaba desesperada. Iba al volante del coche y no había hecho una sola parada en 4 o 5 horas. Tenía ganas de ir al baño, pero no quería dejar de conducir. Dejar de conducir me llevaría a empezar a pensar, y eso era lo que debía evitar a toda costa.
Empezó a llover. Lo único que me faltaba ya. Bueno, podría ser peor. Podría ser granizo, o lluvia ácida.

Me rendí. Había vislumbrado a lo lejos las luces de lo que debía de ser algún motel de carretera. Supuse que podría pagarlo a pesar de no llevar apenas dinero encima. Siempre tenía el último recurso de la targeta de crédito... pero prefería no planteármelo por el momento. En las películas siempre acaban pillando al que huye porque usa la targeta, localizan donde ha realizado las compras y le encuentra. No sé cómo.

El lugar era un verdadero antro, aunque menos antro que el que había dejado atrás. 12,13,14 horas trabajando como una burra y cobrando una miseria. Aparte de la higiene tanto del local como de los compañer@s de trabajo, y del viejo verde de mi ex jefe.
Aquí como mínimo no se veía mugre a simple vista. Ya era todo un avance.
El dueño me contó ( después de darme un buen repasón... deleitándose ante mi camisa blanca a medio abrir y mi faldita de colegiala) que disponía de baño compartido con la habitación de al lado, que entre las 8 y las 9.30 se servía el desayuno... Le pregunté acerca de las ciudades y pueblos más cercanos, para saber donde podía encontrar trabajo. "Vaya vaya, que coincidencia. Precisamente aquí necesitamos una camarera. La que ha estado aquí desde que se abrió el local, se jubiló la semana pasada"

Perfecto! Empezaría aquella misma noche, ya que necesitaba el personal debido a que montaban una fiesta. El salario estaba muy bien, y después estaban las propinas. Esas ya me las ganaría yo.

Entré en el pequeño almacén detrás de la barra. El uniforme debía estar encima de un taburete. Cogí la tela y me percaté de que era muy pequeña. Era un vestido negro, de manga corta, muy ajustado, exageradamente corto (apenas me tapaba el trasero) con un delantal minúsculo también, y unas botas negras de tacón de aguja. El conjunto incluía la ropa interior: un tanga negro transparente por la parte delantera y unas medias de rejilla con un liguero.
El local ya debía de estar bastante lleno porque oía el ruido propio de las aglomeraciones en los bares. Eché un vistazo, y tal y como me imaginaba... todo hombres. Ni una sola mujer.

Bueno, yo no estaba comprometida, hacía algunos meses que no practicaba sexo, y además me hacía falta el dinero. Pensé: por una noche, voy a ver si disfruto, y después, con el dinero en los bolsillos me voy a buscar un trabajo decente. Nadie sabrá nada. Nadie me conoce aquí.

Me lavé bien toda, me cubrí todo el cuerpo desnudo, blanco inmaculado, con una crema hidratante que desprende un olor extremadamente afrodisíaco (lo tenía comprobado). Me "vestí" y salí al ruedo.

Todo eran silbidos, miradas felinas... podía leer el deseo en sus caras. Había bastantes mesas, y se fueron colocando en ellas, esperando pacientemente a que me dirigiera a cada una. La noche estaba transcurriendo tranquilamente, todos me preguntaba por mi nombre, de donde venía, si tenía novio... me palpaban un poco el trasero, me dejaban billetes entre mis pechos, aprovechando la ocasión para rozarlos. Es cierto también que alguno se atrevió a meterme la mano bajo el tanga pero fueron apenas unos 3 o 4.

Hacia las 3 el ambiente empezó a caldearse. Todos estaba ya muy bebidos y coreaban para que bailara para ellos. Yo también había bebido y decidí complacerles en todo lo que pidieran. Así se lo hice saber.
Me puse más o menos en el centro de la sala y empecé a bailar al ritmo de la música, mientras con mis manos iba recubriendo cada parte de mi cuerpo. Me quité el vestido por arriba, como poseída, y continué bailando. Había quedado sólo con el tanga, las medias hasta los muslos, el liguero y las botas.

Entre dos me cogieron y me sentaron en una de las mesas centrales. Me abrieron las piernas y me apartaron el tanga. "Mmmm, que caliente que está la chica..." Y me lamieron todo el líquido que ya emanaba de mi coño.
"Le vamos a tener que enseñar a la chica a servir bien las mesas... Es nueva pero creo que en una noche la podemos entrenar bien, ¿verdad?"
El que había pronunciado estas palabras, quizás uno de los menos borrachos, de unos 35 años, moreno, fuerte, pelo rizado negro azabache, se giró y con mucha facilidad me colocó su pene en la entrada de mi vagina. Seguían aguantandome el tanga, y también sujetandome las piernas por las ingles y el resto del cuerpo por los pechos para facilitarle la faena.
Fue difícil el primero, ya que su polla era muy grande y yo a pesar de la excitación estaba muy nerviosa por tantos hombres con ganas de follarme a mi alrededor.
Me empujaba con fuerza, y me metía la lengua en la boca, dominándome completamente. Su miembro había conseguido con mucho esfuerzo ir entrando, y me sentía llena, deseaba tener su polla dentro de mi indefinidamente. Empezó a morderme un pezón, mientras en el otro continuaban unas manos desconocidas que me seguían sujetando a la vez que manoseando, y la frecuencia de sus embestidas aumentó. Yo jadeaba como una gata en celo, pedía más... y él me gritaba que abriera más las piernas que ese polvo no lo iba a olvidar en la vida.
Noté un líquido muy caliente mientras me la sacaba. Yo estaba recuperando la respiración normal, y él, habiéndose corrido dentro de mí, había pasado a sujetarme por los pechos.
En ese momento, otro chico, este más joven... de unos 28, 29... pasó a follarme, y detrás de él se formó una cola con el resto de hombres de la sala, que esperaban su turno para poderme penetrar.
El que ya me había tomado, les recordó a todos que debían seguir las normas. Yo no sabía qué normas, pero más tarde descubrí que habían acordado que el único que podía correrse dentro de mí y penetrarme por donde quisera era él. Porque él iba a ser mi amo a partir de ese momento.
A partir de esa noche pasé a ser su mujer. Cada noche en el bar, yo me entregaba a los hombres que él elegía y al final de la noche me encargaba de hacer un striptease que culminaba con una penetración anal por su parte, y una mamada porla mía. A los más privilegiados, les permitía lamerme los jugos antes de irse.
Después nos íbamos a la cama, el dueño, mi amo y yo. El dueño era su padre y por lo tanto si por la noche necesitaba algo, yo se lo ofrecía con placer.
Así sucedió y así sigue sucediendo cada noche, ya que nunca me canso de dar placer ni tampoco de recibirlo.

 

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