Relatos Eróticos Hetero
Despedida del año viejo | Relatos Eróticos de Hetero
Publicado por Dyan4 el 05/11/2021
DESPEDIDA DEL AÑO VIEJO
Vivía yo, junto con mi hermana mayor, en un departamento en el tercer piso de un edificio al que unos meses antes se había mudado una señora con sus tres menores hijos, en edad escolar, en el departamento del primer piso.
Había hecho amistad con mi hermana y por ella me enteré que tenía 32 años de edad, viuda desde hacía 3 años y que cuidaba de sus hijos, 1 varón y 2 mujercitas, con las reservas económicas que le había dejado su marido. Ella era de tez blanca, mediana estatura, de cabello castaño claro y un cuerpo de hombros delgados, senos proporcionados y con unas caderas anchas que sostenían unos pulposos glúteos y el conjunto, sostenido por dos hermosos muslos de unas piernas algo alargadas para su tamaño. Su cara albergaba un par de ojos de color verde oscuro, una nariz recta y unos labios finos que hacían una agradable armonía con su rostro.
Yo estaba terminando la universidad a mis 23 años y tenía una noviecita, por lo cual me mantenía poco tiempo en casa. No había pasado del saludo con la vecina las veces que nos habíamos cruzado en el edificio, pero no me perdía la ocasión de apreciar ese hermoso culo y esos estupendos muslos que Anita, así se llamaba la señora, sin duda había reparado.
A mi llegada a casa, la tarde previa a la Navidad, encontré a Anita y a mi hermana tomando té mientras conversaban animadamente. Me invitaron a acompañarlas y nos pusimos a charlar. Luego de un rato, nos contó las circunstancias que la llevaron a la viudez y muchos aspectos de su vida de casada, haciendo hincapié de lo bien que se había llevado con su marido y cuanto le hacía falta. Dado el momento, me empezó a preguntar aspectos relacionados con mis estudios derivándolos luego hacia mis entretenimientos, pidiéndome que le contara que hacía los fines de semana y como me divertía. Fui todo lo explicito y recatado que pude pero sin mencionar a mi novia de turno.
Increíblemente, un día de la semana previa al año nuevo me encontré con ella en las escaleras del edificio hasta en tres oportunidades. Ella me entretenía con algunas preguntas y contándome ciertas gracias de sus hijos y añadiendo en la última ocasión, que sus suegros habían invitado a los críos desde el 30 y hasta el primero de enero a pasarla con ellos en Chaclacayo, por lo que se iba a tomar esos días en completo descanso.
Al salir el 31 a hacer unas compras en la mañana, encontré a Anita parada en su puerta. La saludé y me llamó con una seña. Me preguntó que iba a hacer por la tarde. Al responderle que no tenía nada que hacer hasta las 9 de la noche, me dijo: “Que coincidencia, a esa hora iré a casa de una tía para recibir el Año Nuevo. No te gustaría venirte a eso de las 4 de la tarde para conversar un poco y brindar por este año que se va y por el que viene”. Sus ojos brillaban mirándome directamente y sus labios temblaban ligeramente. Por mi lado, sentí un ligero escalofrío en la nuca, ya que en días anteriores me había imaginado recibir una invitación de ella que terminaba en una fornicada a todo vapor, lo que me había producido una excitación y endurecimiento en el pene, que fue necesario masturbarme para que éste volviera a quedar en posición pasiva. De inmediato le respondí: “Con gusto, mi querida Anita, vendré puntual.” Me despedí, subí a mi carro y me dirigí rápidamente a hacer lo que tenía que hacer, pensando solamente en el encuentro vespertino que tendría con esa, a mí entender, estupenda mujer.
Bien bañado y con ropa cambiada, a las 4 p.m. estaba tocando la puerta de Anita. Me recibió con un beso en la mejilla, alabando mi puntualidad. Tenía a la vista y junto a un sofá una mesa auxiliar con un par de vasos, una botella de whisky, otra de ron, hielera y un par de Coca-colas.
- Te sirvo un trago, me preguntó. Si gracias, respondí.
- Esto nos relajará un poco y nos quitará la tensión del día, acotó, sirviendo un par de whiskies en las rocas.
Nos sentamos en el sofá, con el vaso en la mano e hicimos el primer brindis. Me pidió que le contara lo que había hecho en el día y así lo hice, mientras que ella se sentaba sobre su pierna derecha dejando a mí vista sus redondas rodillas e inicio de los muslos. Como ella me miraba a los ojos, yo no atinaba a apreciar esas piernas que tanto me atraían. Así nos bebimos dos whiskies cada uno, servidos generosamente por Anita.
Luego de escuchar todas las trabajosas gestiones que había realizado en la mañana, levantándose me dijo “pobrecito, debes estar agotado”, se ubicó detrás de mi espalda y empezó a darme un masaje en el cuello y los hombros, diciéndome que cierre los ojos y me abandone a sus cuidados. Así lo hice mientras que me imaginaba las curvaturas del cuerpo que estaban detrás de esas manos y brazos.
Por momentos se inclinaba y sentía sobre mi cabeza las redondeces de sus senos. Sus suaves e inteligentes manos que empezaron masajeándome sobre la camisa, suavemente y poco a poco fueron desabotonándomela con el pretexto de alcanzar mejor mis hombros. Mientras me masajeaba me soplaba delicadamente sobre el cuello y me pidió que me aflojara y me sacara toda la camisa diciendo:
– Mira como estas de tenso, me dijo. Verás que bien te vas a sentir.
Me hizo separar del respaldo de la silla donde me había ubicado y empezó a pasar sus manos por toda mi espalda haciendo un poco de presión, luego empezó a masajearme los pectorales por lo que tenía que acercarse más sobre mi cabeza lo que la llevaba a colocar sus senos sobre mis hombros y con el vaivén de las manos, estos me golpeaban los lados del cuello. Después de un rato, me empezó a recorrer toda la espalda, cuello y tórax con las yemas de los dedos para seguir delicadamente con las puntas de sus uñas casi rozando la superficie de mi piel. Ya en ese momento, estaba sintiendo una progresiva excitación y nuevas sensaciones que me hicieron tener una erección controlada, solamente por el tejido de algodón de mi truza, pero que ya abultaba mi pantalón. Al pasar sus uñas por mis pezones los encontró rígidos y empezó a jugar con ellos mientras que me decía: “Veo que te están gustando mis masajes. Ven, échate en el sofá para que estés más cómodo”. Asentí y me estiré boca arriba en el sofá. Ella se hincó de rodillas en el suelo y reanudó su paseo con las yemas de los dedos y sus uñas por todo mi torso, incluyendo mi abdomen.
Sus suaves masajes que iban bajando desde el cuello y hombros hasta la zona abdominal, hicieron que mi piel se me pusiera como de “gallina” o “arrozuda”, mientras que ella sonreía y se esmeraba en pasar sus dedos por mis zonas más sensibles. Yo con los ojos cerrados me imaginaba como se estaba divirtiendo de verme con esa calentura y teniendo a su merced mi cuerpo joven aceptablemente atlético y además, teniendo a la vista ese paquete que se me había formado porque mi verga trataba de salir de su encierro. En un momento me dijo:
- Mantén tus ojos cerrados y piensa en algo que te guste o ansíes y déjame a mí que voy a tratar de cumplir tus deseos ¿entendiste mi querido vecino?
Sólo atiné a asentir con la cabeza y apretar mis ojos, tratando de poner en blanco mi mente para contener el río de leche que preveía que iba a salir de mi pene que aunque apretado, lo sentía durísimo.
Anita empezó a pasear su corta cabellera lacia por mi cuello, hombros, pecho y estomago, haciéndome alcanzar, mientras permanecía trémulo, límites de placer a los que nunca antes había llegado. Al pasar cerca de mis orejas, musitaba “Te gusta vecinito, ¿quieres que te haga otras cosas más?” ronroneando como una engreída gatita. En eso siento que, junto con su cabello, estaba pasándome su tibia y sabia lengua por mi pecho, dándome mordisquitos en mis pezones y besitos por todos los alrededores. No lo podía creer, esta Anita estaba superando todo sueño erótico que había tenido con ella y me estaba volviendo loco de arrecho.
Como ya era totalmente claro el bulto que tenia entre los pantalones, sin pedir permiso ni avisar, me desabrochó la correa y desabotonó el pantalón. Bajándomelo de a pocos y con pequeños tirones, hasta sacarlo. Yo ayudaba levantando mis piernas y cadera. Hizo lo propio con mis calzoncillos dejando lucir mis 18 cm. de verga, con el glande henchido y húmedo por mi lubricante natural. Seguidamente, bajó su cabeza hasta el pubis, tomó con la mano derecha la base de mi pene y se lo introdujo en la boca, mientras que con su pelo seguía excitando toda la zona circundante. Eso para mí fue la gloria. Me lo succionaba y también me rodeaba la base del glande con sus dientes. Con la mano izquierda me cogía los testículos y descuidadamente, me acariciaba la zona perineal. Era todo un deleite.
Yo ya no aguantaba más, empecé a gemir hasta que sentí una erupción dentro de mí que lanzaba chorros de lechada tibia. Anita seguía ayudando la salida de ese torrente sin sacar mi verga de su boca. Se tragaba todo con fruición y con su lengua, me quitó hasta la última gota. Quedé como muerto pero con una sonrisa de satisfacción, que creo que se me quedó por mucho rato. Anita se recostó en mi pecho y me dejó descansar por un buen rato. Hasta que, oh divina juventud, sentí nuevamente que mi pene resucitaba. La atraje hacia mí y nos fundimos en un largo y sabroso beso.
Ella se quitó el vestido liviano que traía puesto, dejándome ver sus hermosos senos sujetos por un brassier negro de tejido ligero y transparente. Igualmente, traía puesto un bikini del mismo material y color. Se recostó a mi lado diciéndome: “Ahora vecinito, veremos si has aprendido la lección”. Por supuesto dije yo, que ya estaba con la verga lista al 100 %. Ella estaba boca arriba y con los ojos cerrados. Empecé por besarle el rostro y estamparle largos besos con lengua en su delicada boca. Seguí con su delgado cuello y hermosas orejas, musitándole lindas cosas al oído. Trate de imitar sus cadenciosos y suaves masajes, mordisqueándole de rato en rato los pezones a través de su brassier hasta que ella, haciendo una rápida torsión, se lo quitó dejando a mi merced un par de armoniosos y bellos senos, con unos pezones de aureolas rosadas. Fue un deleite besar, lamer, succionar y acariciar estas bellezas. Seguí bajando mis manos hasta su plana barriga y toqué su monte de Venus y su divina vulva sobre su calzón húmedo. Se lo saqué un poco bruscamente porque vehementemente quería lamer y mordisquear ese clítoris que noté que estaba hecho un guisante de duro y prominente, sobresaliendo por encima de sus pliegues íntimos. Así lo hice, arrancándole unos gemidos de pasión que pusieron nuevamente mi pene a punto de explotar.
Subí mis caderas sobre su pecho y conseguí que captara mi intención de hacer un 69. Allí nos dimos placer mutuamente. Fue una delicia. Como sentí que estaba por llegar y que mi deseo de penetrarla era grande, me separé muy contra de su voluntad y levantándola, la puse con las caderas sobre el brazo del sofá. Me paré frente a esa vulva jugosa y de vellosidad rala y clara e introduje, pleno de gozo, todo el órgano que me fue dado y que estaba como garrote. Su vagina completamente húmeda me aceptó y con continuas contracciones, me aprisionaba la verga contra sus paredes y el útero del fondo. Los gemidos y grititos de placer que emitía Anita, me aceleraron las ganas de eyacular y al emitir mis gemidos próximos al logro, ella también se excitó más consiguiendo, increíblemente, llegar a un esplendido y largo orgasmo conjunto. Nos quedamos allí pegados y así, entre beso y beso, Anita obtuvo otros 2 orgasmos seguidos.
Descansamos e intercambiamos confesiones en relación con nuestra vida afectiva y sexual. Debo reconocer que tuvo en su marido, un maestro en el arte amatorio que supo lograr de ella una discípula de excepcional valor. Alrededor de las 7 de la noche, me invitó a tomar una ducha de agua tibia a lo cual accedí de inmediato. Entramos ambos a la ducha y empezó a enjabonarme la espalda y además, todos los recónditos sitios de mi anatomía con especial atención en mis testículos y pene, poniéndolo a éste tan duro como cuando estábamos en el sofá. Yo también aproveché para enjabonarla, aunque no con tanta minuciosidad. Como era de suponer, me hizo un espectacular sexo oral y que rematé, poseyéndola de pié y sacándole un orgasmo que la hizo estremecer alocadamente a pesar que la tenía sujeta de las nalgas y apoyada, de rato en rato, contra los azulejos de la pared.
Fue la despedida de un año viejo y la bienvenida de una buena amiga, que se mantuvo fiel a mi joven verga hasta que conoció, luego de unos 6 meses, al hombre que posteriormente fue su segundo marido.