Relatos Eróticos Filial
Nada se compara al amor fraternal | Relatos Eróticos de Filial
Publicado por Daigarus el 22/12/2021
La familia Gursaco estaba compuesta por cuatro miembros: el padre, la madre, el hijo y la hija. De los primeros dos no hablaremos porque a nadie le importa, nos enfocaremos en los segundos dos. Julio Gursaco y Rosana Gursaco, dos hermanos de perfil bajo, adictos a la soledad y a los videojuegos. Como toda pareja de hermanos, habían tenido sus más y sus menos durante la niñez y la adolescencia, pero de adultos ya no siguieron compitiendo por el amor de los padres.
Julio era un hombre de piel blanca rosada, cabello bien corto de color castaño oscuro, cejas finas con colas apenas visibles, sienes adornadas con algunos lunares diminutos, orejas medianas con lóbulos caídos, nariz pequeña y rojiza con vellos salientes, bigote y barbilla bien delineados, comisura marcada, mejillas rosáceas, labios agostos y lisos, mentón rectangular, cuello salpicado con verrugas pequeñas, hombros normales, pecho poco trabajado, abdomen protegido con una delgadísima capa de grasa, cintura angosta, brazos flacos y piernas de futbolista. Medía un metro setenta y tenía una voz un poco afónica.
Rosana era una mujer ordinaria, poco femenina, malhablada, un tanto egocéntrica y poco afable. Tenía cinco centímetros menos que Julio, compartía el color de piel, cabello y ojos con él. Su cabello era corto y siempre llevaba el mismo peinado desaliñado, sin mencionar que casi toda su ropa era poco colorida y holgada. Nunca se maquillaba ni se depilaba porque le parecía una pérdida de tiempo. Tenía un cuerpo delgado, algunos lunarcitos en la espalda, pechos firmes de tamaño mediano, cadera ancha, nalgas macizas y muslos adiposos.
Los hermanos tenían veinte años cuando decidieron irse a vivir al otro lado de la ciudad, a treinta kilómetros de la zona rural en la que moraban sus padres. Irse a vivir solos fue un gran paso para ellos, y una forma práctica para que aprendieran a hacer las cosas por cuenta propia. A sus padres no les molestaba tener que pagar un alquiler, dinero no les faltaba y ganas de echar a sus polluelos de casa tampoco.
Al principio, la relación entre los hermanos era bastante distante: dormían en camas separadas, se hablaban poco, no veían la televisión juntos, se bañaba cada uno en un horario distinto, se cocinaban diferentes platillos, estudiaban fuera de casa, salían sin avisar e incluso lavaban la ropa por separado aun teniendo un lavarropas automático. Vivían alejados como si no formaran parte de la misma familia. Pensaban que actuar como adulto significaba hacer todo sin ayuda.
El departamento en el que vivían tenía cinco metros de ancho por seis metros de largo, el baño era el sitio más lindo, con grifería dorada y una impecable bañera blanca, la cocina era pequeña y poco llamativa, el comedor era la parte más amplia, con un ventanal que iba desde el borde del piso hasta el techo enyesado, las cortinas eran azules y tenían casi tres metros de largo, las puertas eran metálicas, las lámparas eran de bajo consumo, las paredes eran amarillentas, el piso estaba decorado con cerámicos floreados y zócalos intactos.
Por la zona en la que estaba ubicado el edificio de cuatro pisos, el precio a pagar era razonable, al menos hasta ese momento. La entrada tenía una escalinata cubierta con cemento lisado, las escaleras eran angostas y tenían forma espiralada, la pared era de color blancuzco y tenía varias manchas de humedad, el pasamanos estaba medio flojo, el ascensor no funcionaba y la azotea era un nido gigantesco de palomas. Los vecinos eran poco ruidosos, Julio y Rosana apenas los conocían de vista.
El barrio era bastante céntrico y seguro. Los autobuses cruzaban por la maltratada calle a cada rato, haciendo los infernales ruidos de frenadas bruscas que siempre aturdían a los caminantes. Los edificios contiguos apenas eran notables desde el departamento de los hermanos Gursaco, todos ellos eran más bajos y precarios. Los fines de semana, debido a la baja frecuencia del transporte público, era muy silencioso. El barrio permanecía en mutismo absoluto, salvo que hubiese una fiesta en alguno de los edificios de la zona.
Julio y Rosana estudiaban en la misma universidad, sólo que asistían a distintos salones porque cursaban diferentes carreras: él cursaba filosofía en el primer piso y ella cursaba antropología en el tercer piso. La institución a la que iban era medianamente lujosa, con aulas pequeñas, pasillos extensos y un patio arbolado. En la planta baja, se juntaban los estudiantes de las diferentes carreras a dialogar. El recreo era el único momento en el que los jóvenes disfrutaban la compañía en grupo.
Julio tenía un sabelotodo de compañero, un tal Nataniel, que siempre le ayudaba con los trabajos prácticos y los ensayos académicos; Rosana tenía una compañera, una tal Alexa, que siempre la acosaba en clase y en el baño. En el primer caso, la relación era distante, Julio hablaba lo mínimo necesario para relacionarse con su compañero; en el segundo caso, Rosana hablaba mucho con su compañera, pero nunca se animaba a seguirle la corriente por temor a que la condujera a hacer algo indebido.
Nataniel era un hombre de tez blanca, cabello rizado y oscuro, ojos marrones, nariz aguileña, orejas chuecas, mejillas porosas, boca grande, dentadura reluciente, mentón bien afeitado, papada prominente, cuello corto, hombros parejos, tronco grueso, nalgas caídas, piernas infladas y con mucho vello corporal. Ser un gordito adusto no era la mejor opción para conseguir amigos, pero al menos sabía muchas cosas. Tenía veintiún años y medía un metro setenta y dos.
Alexa era una mujer de tez blanca con tono rosáceo, cabello largo y pelirrojo, pestañas extensas, ojos avellanados, nariz respingona y cortita, orejas diminutas, cachetes mofletudos y manchados de pecas, labios gruesos, mentón redondeado, cuello de pocos centímetros, hombros bajos, pechos grandes como melones, vientre grasiento, cintura ancha, brazos fofos, glúteos esponjosos, piernas gelatinosas y pies pequeños. Tenía tatuada una mariposa en la nuca y un colibrí en el brazo izquierdo. Tenía veintitrés años y medía un metro sesenta y seis.
La poca confianza que Julio se tenía a sí mismo era un impedimento para tener novia. La única forma de obtener placer era masturbándose en el baño cuando estaba solo. Rosana estaba tan ensimismada en su carrera que no pensaba en tener pareja; de hecho, no quería tener un hombre al lado que la arrastrase de aquí para allá como una mucama. Sentía cierta atracción por las chicas universitarias, pero se negaba a aceptarlo como normal. Envidiaba a las más simpáticas del curso porque ella era la encarnación de la antipatía.
Las semanas iban transcurriendo y los hermanos iban sintiendo los efectos del agotamiento, propio de la vida de estudiante universitario. La extensa jornada y la enorme cantidad de actividades que les daban, sobrepasaban los límites. Ambos fueron invadidos por la defraudación y la apatía. Antes de decidirse a mandar todo a la mierda, se arriesgaron a probar algo distinto. Salieron una noche con sus compañeros de curso y se dieron cuenta de que les hacía muy bien. Conocieron el valor de la amistad y la calidez de una buena compañía.
Julio pasó una noche divertida junto a Nataniel, jugaron sus videojuegos favoritos y bebieron en exceso. Esa experiencia había sido fenomenal, pero a la larga sería perjudicial para la salud de los dos. Aun así, siguieron repitiendo la misma junta todos los sábados a la noche, único momento en el que podían pasar el tiempo haciendo otra cosa que no fuese estudiar.
Hubo una oportunidad en la que Nataniel invitó a Julio a su cama para que conociera una de sus posesiones más valiosas. Sacó de la cama una bolsa doblada con rasgos antropomórficos reconocibles. Al inflarla, la figura tomó forma de mujer pulposa. Fue en ese momento cuando Julio se percató de que era, nada más y nada menos, que una muñeca inflable. Nataniel le pidió que le ayudara a llenar de semen la muñeca, cosa que él aceptó sin chistar. Tuvieron sexo con un trozo de plástico.
Julio se apercibió de que su compañero era un hombre lascivo que mantenía los niveles de testosterona por las nubes al no tener pareja. Sabía que, con esa actitud reticente, no tenía posibilidades de hacer el amor con una mujer de verdad, y eso lo llenaba de vergüenza. Casi todos los hombres de su edad ya habían perdido la virginidad, él se sentía como la oveja negra de la familia al seguir manteniendo la pureza carnal. Nataniel le decía que no tenía que preocuparse, que pronto encontraría un agujero dónde meterla.
Rosana visitaba con poca frecuencia a Alexa, pero con el correr del tiempo, las visitas se fueron volviendo más y más frecuentes. Cuando llegó el día indicado, Alexa invitó a Rosana a una pijamada de mujeres, de esas en las que hacían cosas sucias y contaban chismes de pareja. Rosana se sintió como una tonta al no tener nada que contarles durante la reunión, pensaba que era una inútil que jamás tendría la oportunidad de pasarla bien como las demás chicas de la universidad.
Como ella se sentía como un insecto, Alexa le prometió que la ayudaría con su falta de entereza. Le ofreció pasar con ella una noche a solas en su departamento para poner a prueba la solidez de la amistad que las unía. Ella aceptó a duras penas, creyendo que su compañera le daría ánimos para que no bajara los brazos. Confiaba plenamente en ella ya que la conocía muy bien.
La noche del encuentro fue distinta a lo esperado. Alexa convenció a Rosana de tener un encuentro íntimo utilizando los juguetes para adultos que había comprado recientemente. Fue durante esa confusa noche que Rosana probó por primera vez los placeres inaguantables de la masturbación con un vibrador de gran tamaño que tenía estimulador de clítoris incluido. Los lubricantes femeninos y los consoladores le dieron más felicidad de lo que esperaba. Llegó a sentirse como una mujerzuela. Le pareció que valía la pena intentarlo.
Finalizado el primer semestre, llegaron las vacaciones de invierno y los hermanos Gursaco al fin respiraron con tranquilidad. Luego del interminable tormento de trabajos áulicos, optaron por tomarse unos días libres antes de regresar a la casa de sus padres. Julio se rencontró con Nataniel y Rosana se rencontró con Alexa. Los dos seguían interesados en experimentar cosas nuevas, la diferencia era que, tras la cercana interacción de las últimas semanas, los compañeros de ellos, que al principio parecían personas normales, resultaron ser unos pervertidos de primera clase.
Nataniel sorprendió a Julio llevándole una hermosa chica de la carrera de bibliotecología a su departamento. Esa jovenzuela de diecinueve años se llamaba Martina y era una puerca. Los muchachos se pusieron de acuerdo en cenar juntos, beber unos tragos y hacer un trío antes de medianoche. Metidos en el lujoso baño, Julio y su compañero tuvieron sexo con la muchacha lujuriosa. Julio probó por primera vez los placeres incomparables de la felación y su compañero penetró una concha de verdad por primera vez. Ambos perdieron la virginidad el mismo día.
Alexa llevó a Rosana a su departamento y le presentó a uno de sus excompañeros de la carrera de periodismo. Él era un joven amable de veinticuatro años, de rasgos orientales. Se llamaba Sasuke y era un rompecorazones. Se dispusieron a tener sexo entre los tres. Con el joven hijo de padres japoneses, gozaron a lo grande. Él se tiró en la cama y devoró la concha de Alexa mientras Rosana le daba la mamada de su vida. El sexo oral no le pareció algo asqueroso.
Tras haberse sumergido en el bello mundo del libertinaje y los placeres carnales, los hermanos Gursaco sufrieron un cambio notable de comportamiento. Dejaron atrás las caras largas y se volvieron personas efusivas, con muchos deseos de hacer cochinadas en todo momento. El néctar de la libídine los había hipnotizado por completo, los había convertido en esclavos de la carne, en adictos a la fruición.
Julio experimentaba frecuentes erecciones involuntarias cuando dormía, y en varias oportunidades tenía sueños húmedos, producto de un incontrolable deseo de experimentar aventuras idílicas con el sexo opuesto. Rosana sentía su cuerpo más sensible que antes, en especial las zonas erógenas que tanto le gustaba estimularse, y no podía dejar de pensar en un segundo encuentro con Alexa, en el que tuviese la chance de gozar de otra sabrosa verga.
La segunda semana del mes fue opacada por un periodo interminable de lluvias torrenciales, inundaciones masivas y vientos huracanados. Los cortes de luz se volvieron frecuentes y la enorme cantidad de agua evitaba que las personas salieran del edificio dado que las calles se convertían en lagunas y, como consecuencia de eso, el transporte público no funcionaba. El caótico clima obligó a la gente a resguardarse hasta que las autoridades se hicieran cargo de la perentoria situación.
Mientras tanto, la fastidiosa ansiedad inquietaba a Julio y a Rosana, quienes querían salir de esa prisión para rencontrarse con sus compañeros de clase y divertirse como lo habían hecho la última vez. Los incontrolables deseos de tener otro encuentro carnal no los dejaban en paz ni por un segundo. La droga que habían descubierto los torturaba por dentro a medida que pasaban los días. Buscaron la mejor forma de reprimir esos deseos voluptuosos, sin saber que eso sólo empeoraría las cosas.
Habían intentado entablar conversaciones sobre temas que les interesaban, buscando desviar la mente para no seguir padeciendo como un par de púberes neófitos al mundo del sexo. Nada de ello servía para que sus perturbadas mentes dejaran de pensar en lo acontecido. Cada uno quería divertirse a su manera, y al no poder hacerlo, se sentían como unos anacoretas, como animales enjaulados.
El reloj había marcado las seis de la tarde, momento en el que el cielo ya estaba oscuro como un abismo y las tenues luces de la ciudad ya se veían desde la ventana. La humedad era tremenda, mas la temperatura se mantenía por encima de los quince grados centígrados. Sin embargo, dentro del departamento, el ambiente se sentía más cálido que afuera, casi rosando los veinte grados. El espejo del baño y el ventanal estaban empañados y las paredes estaban frígidas.
Julio se levantó de la cama, fue al baño, se quitó la ropa, se sacudió la cabeza, pasó un trapito seco por el espejo, miró de cerca al jovencito delgado del reflejo, rascó la oscura cabellera de corta longitud, echó un vistazo a la parte alta de los brazos y notó pelitos que le salían de las axilas. Su abdomen chato y su angosta cintura parecían anormales de frente; en cambio, sus piernas lucían mejor, más fibrosas y marcadas que los brazos, con casi nada de vello.
Los rasgos físicos no eran propicios de alguien que buscaba urgente una pareja con quien pudiera pasarla fetén, aunque tampoco estaba mal para un jovenzuelo energúmeno. El enorme espejo ubicado encima de la bacha de cerámica, reflejaba el cuerpo desnudo de un hombre normal cuyo instinto animal lo había empujado a volverse libidinoso. Lo único que quedaba fuera del alcance del espejo era el tren inferior, es decir, de la pelvis para abajo.
A él no le molestaba el hecho de tener un miembro corto y circuncidado, lo que le importaba era que funcionase a la perfección. Los arrugados escrotos debajo del caído apéndice masculino tenían el tamaño de huevos de gallina y venitas visibles. Cuando estaba excitado, su erección se encorvaba un poco hacia arriba y alcanzaba los doce centímetros, el glande se expandía como el píleo de un hondo, el meato urinario quedaba expuesto, las protuberantes venas resaltaban en la carne del órgano enhiesto.
Dejó de examinar los detalles externos de su cuerpo, se metió en la bañera, encendió la ducha eléctrica, abrió el grifo, se dio un baño con agua tibia, tomó el jabón y se enjabonó todo el cuerpo. Exploró todos los recovecos de sus extremidades con el espumoso trozo de jabón, disfrutó la paz bajo la refrescante agua, cerró los ojos y se imaginó a Martina desnuda. Pensar en ella lo extasiaba hasta el punto de ponerlo tenso.
El precioso cuerpo de esa rubia rellenita de ojos claros, de culo pomposo y tetas abultadas, lo embriagaba de amor. Las fantasías con ella siempre lo ponían cachondo. Dirigió la mano derecha, enjuagada con agua espumosa y restos de jabón, a la zona baja del cuerpo, manoseó el bulto y palpó la zona erógena a fin de reavivar la llama de la lujuria. En poco tiempo, obtuvo una erección bien tiesa y la siguió manoseando hasta el hartazgo.
En ese ínterin, Rosana sentía que los dedos le tiritaban y los dientes le castañeaban. Tan nerviosa estaba que no podía controlarse. Se desvistió, manoteó una cajita que estaba debajo de la cama, sacó una bolsa y tomó el vibrador que le había obsequiado Alexa. Era un miembro macizo de veinte centímetros de largo y cuatro centímetros de grosor. Quitó la rosca de la parte de abajo, le colocó las baterías en el interior, lo enroscó, lo encendió y se lo llevó a la boca.
Acto seguido, lo lubricó con gel íntimo, lo movió hacia abajo, lo llevó derechito al esternón, hizo que las tetas le vibraran y los salientes pezones se le endurecieran, dando inicio una nueva sesión de precalentamiento. Tomó más lubricante y embadurnó las tetas con el aceite inoloro a base de agua. Mantuvo la constancia dibujando círculos con el vibrador encendido sobre la parte superior de su cuerpo. El roce con los pezones la ponía bien cachonda y la obligaba a resollar con éxtasis.
Prosiguió el juego desplazando el vibrador desde el pecho hacia abajo, pasando por el vientre, el ombligo, el velludo monte de Venus y los genitales. Dirigió la punta del juguete al clítoris y lo frotó por ese botón carnoso lleno de terminaciones nerviosas, ubicado en la parte alta de su sexo. Estimuló la parte externa de esa zona hasta alcanzar una erección clitoral. El glande del órgano respondía muy bien a la estimulación que el juguete le estaba dando.
La mano izquierda la extendió y los delgados dedos con uñas cortas acariciaron los labios vaginales, mientras que la otra mano sostenía el vibrador que estaba ocupado estimulando el clítoris. La cuantía de placer iba en aumento, los resuellos se iban volviendo gemidos, el malestar iba siendo reemplazado por el bienestar y el nerviosismo se iba convirtiendo en relajación. La masturbación manual la encaminaba hacia el punto crítico.
Por más esfuerzo que hacía por alcanzar el culmen de la excitación, su cuerpo no le daba lo que quería. Aumentó la velocidad de los movimientos rotatorios y buscó mil formas de lograr lo que Alexa había logrado la noche que Sasuke le devoró la concha. La caverna vaginal estaba repleta de fluido y los dedos quedaban empapados al meterlos adentro. El placer era moderado y hasta parecía insoportable de a ratos, pero no era suficiente para hacerla gritar como una meretriz durante la accesión.
Julio pasó casi media hora bajo la ducha hasta que cerró el grifo y salió. Tomó una toalla blanca que siempre estaba colgada en un gancho metálico y se secó con ella. Lo malo era que la excitación no había mermado, la erección permanecía intacta pese a haber dejado atrás la fantasía erótica. Se puso la misma ropa que había dejado encima de la mochila del retrete, salió del baño, se dirigió a la sala y se pegó un susto cuando vio una angelical figura sobre la otra cama.
—¡Ay, Rosana! —vociferó desconcertado al verla desnuda—. Y después dices que el pajero soy yo.
Una inconmensurable sensación de vergüenza lo domeñó, empujándolo hacia lo más hondo de la intranquilidad. Estaba preocupado por la situación actual. Creía que su hermana lo estaba poniendo a prueba para ver cómo reaccionaría al verla tocándose. Su verga aún seguía firme y con la uretra húmeda luego de la sesión de autoestimulación en el baño, y eso le preocupaba mucho. Un hombre excitado con una mujer desnuda enfrente siempre era un peligro, y más aun tratándose de un hombre lujurioso.
—Eres un pajero de mierda y lo sabes —le respondió con una mirada picarona y lasciva. Se detuvo un momento para hablar con él.
—Sí, pero yo no me pajeo enfrente de ti.
—Nadie te lo prohíbe —se lo dijo de forma tajante, como si le valiese verga lo que él hiciera.
—¡No seas sucia! —le pidió. Sus ojos se centraron en la parte baja del cuerpo femenino que tenía a menos de un metro. Un objeto extraño atrapado en las garras de esa mujer calentona le llamaba la atención—. Tú hasta porquerías te metes por el hoyo.
—Es un vibrador, tonto —le corrigió—. Y no me lo estoy metiendo adentro, lo estoy usando para calentarme.
—¿Y cómo se siente? —se lo preguntó a bocajarro, sin siquiera pensarlo.
—¿Quieres que te lo meta por el culo para saber cómo se siente? —le lanzó la pregunta para intimidarlo, creyendo que se retiraría de inmediato.
—No soy de los que se meten cosas ahí —rechazó la oferta—. Aunque debo admitir que no luces nada fea, hermanita —masculló sin darse cuenta.
—¿Qué dijiste? —creyó haber escuchado mal.
—Nada.
—¿Dijiste que luzco fea?
—No, dije que no luces nada fea.
—¿Acaso te caliento?
—¡¿Cómo crees?! Somos hermanos —se rehusó a aceptar su deseo inconsciente como algo real. Verla desnuda le ponía los pelos de punta—. ¡Dios mío! ¡No digas tonterías!
—Julio, eres el colmo de lo pajero.
—Mira quién lo dice.
La sensación de desasosiego iba en aumento. Los dos estaban excitados y molestos por haber iniciado ese diálogo impensado. Ninguno sabía cómo terminarían las cosas, pero dada la tesitura que les impedía salir del edificio, sospechaban que ese encuentro era una señal del destino. Dos hermanos salaces encerrados en una sala era una circunstancia ideal para que se diera el incesto.
—Hombre tenías que ser.
—Si papá y mamá se enteran de esto… —masculló por segunda vez.
—¿Enterarse de qué?
—De que me calienta mi hermana —respondió al tuntún.
—¿Qué?
—No dije nada.
—¡Pero qué tipo pajero!
Julio estaba ruborizado, se le caía la cara de vergüenza. Frases inapropiadas salían de su boca como por arte de magia. Él nada podía hacer para evitar decir la verdad. De su alma emergían aquellas palabras sinceras que demostraban lo mucho que quería a su hermana. El amor fraternal ya no era lo mismo que había sido al principio, ahora era un apego emocional mucho más fuerte.
—Perdóname, Rosana —expresó su inquietud entre sollozos—. No sabes lo difícil que es ser un solterón. Tú eres lo más cercano a una mujer que tengo.
Al pensarlo por un instante, ella se dio cuenta de que le estaba diciendo la verdad monda y lironda. Él era pésimo para mentir o para ocultar lo que sentía. Si Julio admitía que estaba caliente, estaba diciendo la verdad. De su boca sólo salían verdades como puños, cuando estaba bajo los efectos de la ansiedad.
—Acepto tu disculpa, Julio —le respondió con su meliflua voz y extendió los brazos para apapacharlo. Algo que ella nunca aceptaba era ver llorar a su hermano, fuese cual fuese el motivo del llanto.
Él accedió a su petición, se sentó al borde de la cama y dejó que lo ciñera con sus brazos de damisela. Estar cerca de ella lo serenaba y lo hacía sentirse bien, como un niño en los brazos de su madre. No obstante, la protuberancia en la entrepierna seguía presente pese al tiempo transcurrido. Quería que esa maldita erección desapareciese cuanto antes. Cuando estaba excitado, no podía pensar en otra cosa que no fuera sexual.
—No te lo tomes tan a pecho, hermano —le susurró al oído—. No has hecho nada malo.
—¿Pero es normal que me sienta así? —le preguntó y apoyó las manos en la parte baja de su espalda, tocando los hoyuelos de Venus. Al hacer contacto con la piel de aquella mujer con la que compartía los genes, sintió que estaba tocando una musa—. Quiero decir… ¿es normal que sienta algo por ti?
—Para un chico de tu edad, yo creo que sí.
El fuerte aroma de la mujer de cabello corto y oscuro lo atraía como un imán. La piel de su cuerpo era suave y sedosa como el terciopelo. La calidez de su aliento era penetrante y la seguridad que transmitía era inefable. Más que una hermandad adyacente, lo que sentía por ella era atracción sexual. El dionisíaco sentimiento de sometimiento a su voluntad era ineludible.
—Sabes una cosa, ahora que estás cerca de mí, me siento muy cómoda. —Le quitó los brazos de encima y lo miró de frente. Mirarlo directamente la convencía de que él había aparecido en el momento justo para hacer un experimento fraternal. Estando vis a vis, la azarosa incertidumbre de los dos desapareció de repente—. Has conseguido que me laxara, y eso no lo logra cualquiera.
—Espera. —La miró con toda la extrañeza del mundo y mantuvo la seriedad en sus palabras, coordinando pensamientos impuros y desechando ideas preconcebidas—. ¿No estás molesta conmigo?
—¿Por qué iba a estarlo? No hiciste nada malo, tontín —le dijo y lanzó una sonrisa sospechosa que parecía fingida.
—Bueno, dije algo que no debería haberte dicho. Las palabras salieron de mi boca sin que me diera cuenta.
—Me importa un rábano lo que hayas dicho —le respondió al instante—. Lo importante es que aquí no pasó nada.
—Aún…
—¿Cómo dices?
Julio estaba tan cerca de Rosana que hasta escuchaba la respiración de ella. Sus narices estaban a pocos centímetros y sus ojos no se movían para nada. Un silencio grandilocuente los mantuvo helados por quién sabe cuánto tiempo. El instinto animal del hombre saltó a la vista y sucedió lo que tenía que suceder. Un inevitable acercamiento, más rápido que un golpe, unió los labios de ambos. Rosana se quedó quieta mientras su hermano le metía la lengua dentro de la boca, como queriendo conquistarla.
Rosana siempre andaba por la vida con la escopeta cargada, con hosquedad y pocas ganas de mostrar afecto, pero ese día mostró todo lo contrario. Se dejó llevar por la reacción de su hermano y aceptó el apasionado beso que le dio. Permitió que lo repitiera y que le tocara los hombros con las lívidas manos, más temblorosas que nunca. Los amoratados labios de Julio fueron los culpables de una escena que quedaría grabada en la memoria de los dos.
—Nada mal para ser un principiante —le respondió y colocó los húmedos dedos en los laterales de su cuello—. ¿Eso lo hiciste adrede?
—Quería ver si eso te calentaba.
—Un beso ligero no será suficiente para calentar a tu hermana —le contestó para que hiciera otra cosa. Su objetivo era apretarle los tornillos para que le diera placer con la boca. Se lo comía con los ojos.
Julio captó el mensaje sin mucho esfuerzo neuronal, retiró las manos de sus hombros para ponerlos en la espalda y desde ahí desplazarlas hacia los laterales, pasando por los dorsales y las costillas, con la intención de explorar el torso descubierto que tenía a su disposición. La forma sugestiva en la que aquellos ojos masculinos estudiaban el cuerpo de la fémina era llamativa.
Los traviesos dedos exploraron la piel del torso y se detuvieron entre los bustos entumecidos que parecían estar suplicando que los tocaran. Accedió a ellos con parsimonia y confianza, poniendo especial énfasis en los tiesos pezones de color rosa pálido, cuyas areolas poseían tubérculos de Montgomery visibles. Esa zona era sensible y estimularla con caricias servía para excitar a cualquier mujer.
Las manos de Julio dieron un paseo por la parte frontal del pecho de Rosana, se desplazaron de un lado a otro del adiposo tejido y las ásperas areolas. Los dedos pulgares fueron los principales agentes de estimulación durante el proceso de frotación, los demás dedos amasaron el hermoso par de bolas de grasa que estaban pegados a los pectorales de la mujer.
A pedido de Rosana, Julio incrementó la tensión de la beatífica tesitura al añadir una babosa e inquieta lengua al área de estimulación. Ella se tumbó a la bartola, a la espera de una delectación mayor. La saliva pronto rodeó los pezones, dejando las tetas más húmedas que antes. Los lengüetazos, los mordisquitos, los besos y las chupadas ponían al rojo vivo a la mujer, producían una gratificación sexual sin precedentes. Ella estaba comenzando a sentir la fruición que había estado buscando antes.
Cuando las tetas quedaron listas, la lengua de Julio descendió por el vientre, rozó el ombligo, cruzó el monte de Venus y se detuvo frente a un erecto clítoris que exigía con urgencia una sesión especial de amor. Para ese momento, la excitación del hombre estaba por las nubes y la incomodidad brillaba por su ausencia.
—¿Crees que deba seguir? —le preguntó, intercambiando una mirada sicalíptica con ella.
—Es muy tarde para retractarse —le dijo con tono serio—. Muéstrame lo que sabes hacer.
La poca experiencia de Julio con personas del sexo opuesto le jugaba en contra, tenía que actuar bajo la guía de ella si quería hacerla gozar como se lo merecía. Tenía el presentimiento de que haría el ridículo al querer calentarla. Para poder conseguir un orgasmo, ella necesita un buen succionador, y él no sabía cómo succionar correctamente.
Las manos se dirigieron a la cueva rosada protegida con pétalos carnosos que conducían a la parte interna de la concha. Los masajes que Julio ofrecía con los seis dedos estimulaban bastante bien, la lengua sobre el clítoris incrementaba esa estimulación. Como elemento extra, Rosana utilizó el vibrador para masajearse los pezones y así poder alcanzar el punto crítico del juego exploratorio.
Julio magreaba la concha de su hermana con un cariño fuera de lo común mientras su boca azotaba sin piedad el órgano más sensible de la mujer. A Rosana se le subía el pavo, quería experimentar un orgasmo épico con la ayuda de su inexperto compañero de habitación. Le importaba un carajo que aquel hombre fuera su hermano, lo único que anhelaba era experimentar el mismo placer que había experimentado Alexa con Sasuke.
El tiempo pasaba y la sensación se iba volviendo cada vez más viva. Los gemidos formaban parte de la escena, el placer sexual prevalecía y el goce encontraba un punto máximo. Rosana no soportaba más la estimulación, sentía que en cualquier momento se vendría como una ola. Las abruptas exhalaciones constantes y los exagerados suspiros de deleite sólo ponían más cachondo a Julio, quien no tenía intenciones de detenerse hasta el final.
La insistente chupada, los dedos que ingresaban al orificio vaginal y los pezones que vibraban al ritmo del rígido juguete, conllevaron al orgasmo más intenso de Rosana. Ella gritó desesperada cuando los jugos de su concha salieron a borbotones. A Julio le sorprendió la ferocidad con la que se había corrido, ni siquiera tuvo tiempo para calcularlo. Quitó la boca y las manos de la zona erógena y la miró con extrañeza.
—Eres una cerda.
—La culpa es tuya por calentarme —farfulló entre resuellos.
—Bueno, supongo que eso fue todo —suspiró con alivio, creyendo que la escena por fin había acabado.
—¿De qué diantres estás hablando? Recién empezamos.
—Si seguimos adelante, esto acabará mal. Y tú sabes bien el riesgo que corremos —le señaló para que no cometieran un craso error del que luego se podían arrepentir de por vida.
—¡Me importa una mierda! —respondió, viéndolo con malos ojos—. A mí me gustó mucho así que lo mejor será proseguir.
—Eh, ahora resulta que tú eres la pajera de la familia.
Después de haber sobrepasado los límites del amor fraternal, Rosana estaba lista para más diversión. Su ávido deseo no podía desvanecerse hasta no haber llegado a la última etapa. Le hizo un vehemente gesto de aprobación y le tocó el rostro con la mano derecha. Ansiosa estaba por experimentar otra suculenta escena.
—Jamás pensé que mi hermana fuese tan sucia —le dijo—. Me he llevado una gran sorpresa el día de hoy.
—Deja de decir tonterías y dame otra chupada. —Levantó la espalda y quedó con las nalgas apoyadas en el centro de la cama.
—Al menos podrías ser más considerada y pagarme por el favor que te hice, ¿no te parece?
—Ah, conque eso es lo que quieres. —Lo miró a los ojos y adivinó lo que deseaba—. Bueno, yo no tengo problema en hacerlo.
—¿Segura?
—Quítate la ropa.
Sin pensarlo dos veces, Julio se puso de pie, se quitó la remera blanca, el pantalón azul de tela flexible y el calzón negro que escondía un legítimo tesoro. Al ver de cerca ese atractivo cuerpo desnudo, Rosana se acordó de Sasuke; es más, ese muchacho se parecía mucho a su hermano, con la única diferencia que él tenía ojos achinados y cabello lacio. Lo primero que examinó fueron esas formidables piernas de atleta cuyos cuádriceps y bíceps femorales estaban bien definidos.
—¿Contenta ya?
—No me dijiste que estabas excitadito —le dijo al ver su erección.
—Fui a darme una ducha y aproveché la oportunidad para jalármela. No conseguí venirme.
—Yo haré que te vengas —le prometió y extendió los brazos para que se acercara a ella.
Julio todavía tenía un poco de vergüenza al estar en pelotas frente a su hermana. Pensaba que lo juzgaría por tener un miembro corto. A ella no le importaba el tamaño en sí, sino la dureza carnal de éste. Al tocarlo con la mano derecha, lo sintió tibio y húmedo. La uretra había estado segregando líquido preseminal durante todo ese tiempo. Al apretarlo, salía el fluido transparente y caía al piso. La mano izquierda palpó las bolas para ver cuán suaves eran al tacto. Se llevó una gran sorpresa al tocarlas.
—Tienes un lindo par de huevos —le dijo mientras los examinaba con la mano—. De seguro deben estar llenos de leche. —Los apretujó un poco para comprobar la consistencia—. Te la sacaré toda.
—¿Mi paquete no te parece pequeño?
—Para mí está bien.
Habiéndole dado el visto bueno, Rosana se reacomodó en el borde de la cama, manoseó de forma cariñosa cada ínfimo detalle del paquete. Los genitales de su hermano no estaban nada mal, le parecían dignos de tocar. Las ágiles manos brindaban una sensación ligeramente placentera con cada toque y caricia que daban. El miembro tieso seguía largando fluido, como si no pudiera parar nunca. A ella le parecía divertido jugar con las bolas y el perineo.
—¿Quieres probarla? —le ofreció su verga para que la chupara.
—Acércate más —le pidió para poder zampársela.
Rosana recorrió los muslos, la ingle y la cadera con las manos, inspeccionó el bálano, el frenillo y el tejido eréctil con la boca. Los labios y la lengua fueron los siguientes intervinientes en la rijosa escena. La felación dio inicio al mismo momento que las dos manos iniciaron un buen masaje testicular. Julio no podía creer lo que estaba sintiendo, se derretía de placer, se ponía muy tenso, le sudaban las manos y sentía un sinfín de electrizantes punzadas que recorrían sus piernas.
La satisfacción aumentaba con cada segundo que pasaba. Lo que al principio había sido un ligero bienestar, se estaba convirtiendo en un magnífico orgasmo. Julio sentía cómo le comía el rabo con ganas, buscando hacerle sentir lo mismo que él le había hecho sentir a ella con el cunnilingus. Tal y como había ocurrido con Martina, la mamada estaba llegando al punto culminante en el que ya no había vuelta atrás.
—Me voy a venir —musitó sofocado.
Ella siguió comiéndose esa verga como si fuera un helado de fresa. La chupó de una punta a la otra, la llenó de saliva y la puso más tiesa que antes. Al llegar al límite de la resistencia, Julio apoyó las manos en sus hombros, se reclinó hacia adelante y gimió enaltecido de deleite. En un plis-plas, se corrió en la boca de su hermana. Le llenó la cavidad oral con un espeso semen insípido que tenía un aroma muy fuerte. A ella no le pareció asqueroso tragarse la sustancia viscosa.
—Tú también resultaste ser un cerdo —le dijo cuando se echó para atrás. Se relamía luego de haberle comido la pija.
—Jamás pensé que pasaría esto —suspiró entusiasmado—. Es un sueño hecho realidad.
Julio estaba estupefacto luego de todo lo acaecido durante los últimos minutos. El inmenso placer que le daba su hermana no tenía comparación. Estaba viviendo una de las experiencias más gratificantes de su vida sin saberlo. Tanta calentura lo estaba volviendo loco. Pero como toda práctica adictiva, el cuerpo exigía más. El sexo no era trascendental si las parejas no lo hacían hasta quedar exhaustas.
El ostensible amor fraternal ya no se podía disimular. Los dos estaban calientes y querían seguir cogiendo. No les importaba que fueran hermanos ni tampoco les importaba el hecho de que podían contraer enfermedades venéreas. Los núbiles jóvenes se comportaban como un par de púberes, dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de satisfacer sus necesidades.
—Supongo que te lo merecías después de la tremenda chupada que me diste.
—¿Y ahora?
—Tírate en la cama así te monto.
Sin importarles el riesgo de un posible embarazo, siguieron adelante con el juego. Julio se acostó en la cama con la verga todavía tiesa y ella se acuclilló encima de él, justo sobre la mitad de su cuerpo. Tomó el vibrador y lo utilizó para estimularse el clítoris, las manos humedecidas con lubricante las utilizó para amasarse las tetas, las piernas las iba a utilizar para hacer sentadillas.
Julio la sostuvo tomándole de los tobillos, manteniendo el cuerpo firme sobre el colchón tapado con una sábana rosada. Ella se desplazaba a toda marcha sobre su verga, haciendo que él gozara en silencio. En poco tiempo, la penetración vaginal se tornó deliciosa y los dos lo disfrutaron por igual. Gemían al unísono a medida que el placer sexual se acrecentaba paulatinamente. Se mantuvieron unidos por los siguientes minutos, incapaces de separarse.
La triple estimulación que recibía Rosana la dejaba extasiada, con ganas de más acción. Gozaba la verga de su hermano como una puta, bajaba y subía sobre ella como si fuera un consolador macizo. El poderoso vibrador le daba muchísimo placer al clítoris; la verga dura masajeaba el interior de la encharcada concha. Tanto regocijo pronto tocó fondo y ya no pudieron continuar. Ella se vino por segunda vez, ensució los genitales de su hermano con los fluidos vaginales y levantó la cadera.
Manoteó la hinchada verga, la agitó cuan rápido pudo y logró que hiciera erupción de nuevo. Julio se retorció de placer cuando se la jaló con tanta fuerza. Sintió un colosal alivio luego de haber eyaculado. El semen se le esparció por el pecho y el vientre. A continuación, Rosana se puso de rodillas y lamió los fluidos que su hermano había acabado de lanzar. Se aseguró de dejarlo limpio para la siguiente ronda.
—Eres más sucia de lo que pensaba —se lo dijo con agitación, aún no había recuperado el aliento.
—Tú fuiste el que empezó así que ahora no te quejes.
—Estuvo riquísimo.
—Pues lo que sigue te va a gustar más.
Ella se sentó frente a él, le acomodó las piernas para que formaran una uve invertida, se puso en decúbito prono, dirigió la boca a la zona erógena, alzó la parte inferior de las piernas, se metió el vibrador lubricado en la concha y lamió con fervor los escrotos que tenía enfrente. Le comió las bolas y le acarició la verga con la mano derecha. Su boca tragaba sin lástima los sacos arrugados que protegían los testículos y largaba mucha saliva a fin de lubrificar la zona.
El vibrador en la concha le producía un sinfín de sensaciones placenteras que la hacían estremecerse. La plétora de fluidos en la vagina facilitaba la introducción de un objeto tan duro como ese. Experimentaba el dolor de una penetración controlada al mismo tiempo que degustaba la exquisita carne masculina. Seducida por el encanto anatómico de su hermano, engulló la verga y volvió a succionarla de la misma manera que lo había hecho antes.
Con una verga en la boca y otra en la concha, se sentía como si estuviera haciendo un trío. Cerró los ojos para fantasear con Sasuke y Alexa, sintió cómo la temperatura corporal aumentaba exponencialmente, acompañada de temblorosos espasmos y flagrantes jadeos. La complacencia se apoderó de ella en menos de lo esperado, tuvo que hacer un colosal esfuerzo para no gritar. Luego de correrse por tercera vez, recibió el semen de su hermano en la boca y se lo tragó sin más ni más.
Rosana no podía creer lo excitada que estaba. En cuestión de minutos, había experimentado tres orgasmos que la dejaron sin aliento. Sus mejillas estaban enrojecidas, sus tetas estaban infladas y sus labios vaginales estaban hinchados. Semejante excitación la estaba dejando en la miseria.
—Admito que tienes habilidad para este tipo de cosas —Julio le dijo—. Deberías haberte dedicado al sexo y no al estudio.
—Tu erección sigue intacta después de todo lo que hicimos. —Se la tocó con ambas manos y se apercibió de que la dureza muscular se mantenía—. Eso es admirable.
—¿Qué quieres hacer ahora?
—Me apetece un sesenta y nueve.
—¿Quieres que cambiemos de posición?
—No. Quédate como estás. Yo me acomodaré.
Se reacomodó al darse vuelta, siguió en decúbito prono, con la boca apuntando a los genitales de su hermano. La única diferencia con la escena anterior era que su concha quedó a merced de él para que la lamiera con entusiasmo. Con premura, iniciaron otro juego de exploración corporal. Se regodearon dándose cariño con los labios y la lengua. Intercambiaron besos, lamidas y chupones.
Julio exploró el interior de la concha con la lengua, saboreó toda la región carnosa, humedeció los labios, lengüeteó el meato urinario y alcanzó a rozar el clítoris. Rosana oprimía las bolas con ambas manos y se tragaba la verga con facilidad. Lamía el glande, dibujaba círculos y semicírculos, pasando de la parte alta a la parte baja, ensalivando las espinitas peneanas de los alrededores.
La frágil hermandad dependía de dos lenguas juguetonas que se metían en las partes más sensibles del cuerpo. El exceso de saliva y las ganas de divertirse eran el detonante de un imperioso orgasmo. Gozaban como cualquier pareja del mundo, sólo que ellos no eran pareja, eran dos hermanos cachondos con muchas ganas de jugar al papá y a la mamá. Hacer el delicioso les resultó mucho mejor de lo que habían imaginado.
Cuando la insistencia cruzó la línea limítrofe, los cuerpos de los dos trepidaron a la par de la fruición desencadenada por el intercambio de sensuales lamidas. La compulsividad sexual los arrastró directo al mundo de los placeres más fogosos, en el que disfrutaron la unión y la calma.
Ella se reacomodó encima de la cama y él apoyó las nalgas en el borde de la misma. Se miraron de frente y no se reconocieron. Estaban tan alterados con lo que había acabado de suceder que apenas se consideraban hermanos plenos. Se dieron un beso ligero y esperaron a que las ansias se disiparan en algún momento, cosa que jamás ocurrió.
—Creo que podemos hacerlo una vez más —sugirió Rosana con los cachetes sonrojados—. La última ronda será la mejor.
—¿Cuál es el plan?
—Quiero que me cojas de nuevo, pero tírame la leche en mi pancita.
—¿Qué posición te apetece esta vez?
Ella le respondió poniéndose al costado de la cama, con los glúteos apoyados en el borde y las piernas bien abiertas. Quería ser penetrada al estilo tradicional, con salvajismo y con cariño. Él le siguió la corriente, se puso de pie, se mantuvo quieto enfrente de ella, le agarró las piernas con las manos y la miró a los ojos por enésima vez, tratando de descifrar aquella mirada que lo ponía intranquilo.
Comenzó a penetrarla despacio, procurando hacerla sentir la mayor satisfacción posible. Ella se estimuló el clítoris con los dedos lubricados y se manoseó las tetas de vuelta. La forma de empujar que tenía Julio era pacífica, sin apresuramiento alguno. Mantenía un ritmo constante para que pudiese aguantar más tiempo sin venirse. Él sabía que mientras más veloz lo hiciera, más pronto acabaría.
Aumentó la velocidad luego de cinco minutos para probar qué tanto podía soportar sin respirar con dificultad. Esa repentina decisión excitó a Rosana, le hizo sentir un poco de dolor, pero la ayudó a encaminarse nuevamente al tan esperado clímax. No había nada que ella deseara más que correrse como una actriz porno en pleno rodaje.
La última parte de la sesión de amor fue interrumpida por una penetración brusca y feroz, la cual producía más dolor que placer. Rosana gemía sin parar ya que la sensación de ser taladrada todavía era desconocida para ella. Aguantó hasta el último periodo, momento en el que Julio retiró la verga. Ella se la jaló con fuerza e hizo que le eyaculara encima. El semen fue esparcido por sus tetas y su vientre.
—¡Madre mía! ¡Qué bueno que estuvo eso! —exclamó Julio y se sentó en la cama.
—Valió la pena —dijo y se sentó a su lado. Le acarició los genitales y le dio un beso en la mejilla. La hermosa verga que le había dado tanto placer se puso flácida y ya no podía eyacular más—. Fue algo inesperado.
—De saber que sería tan sabroso, lo habría hecho antes. No sé por qué nunca se me ocurrió.
—Si hubiera sido en otro momento, yo no lo habría aceptado —le explicó para que no pensara que todo era tan fácil como parecía a simple vista—. Hoy me agarraste con las manos en la masa. Los dos estábamos calientes. Era de esperar que esto sucediera.
—Y eso que al principio tuve mis dudas.
—Yo también. Hasta pensé que me arrepentiría —aseveró y le rascó el mentón con la mano izquierda—. Ahora que lo pienso, el sexo entre nosotros fue lo mejor que nos pudo haber pasado.
—Coger siempre es divertido. Sólo hay que saber con quién hacerlo y cuándo hacerlo.
Se revolcaron en la cama, se besuquearon y se tocaron como si no les importara nada. Se comportaban como una pareja de tortolitos, aun cuando no se amaban como una pareja de verdad. Lo único que había entre ellos era atracción sexual, no amor de pareja. Lo malo era que el hacerlo muchas veces conllevaba al enamoramiento, y eso era algo que ninguno de los dos deseaba. Ellos querían seguir tratándose como hermanos a pesar de que no eran personas normales.
Desde ese día en adelante, los deseos de salir con sus compañeros de clase no eran tan intensos. Cuando la lascivia los dominase, al incesto podían recurrir para calmarse. Eso sí, tenían que mantener eso en secreto por el bien de sus vidas. Si sus padres se enteraban de lo que habían hecho, los matarían.