Relatos Eróticos Filial

Mama y Carlos | Relatos Eróticos de Filial

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

LLevo varios años trabajando en esta biblioteca y me llevo bastante bien con todo el mundo. Estoy contenta. Además como soy una mujer discreta, eso parece invitar a la gente a desahogarse conmigo. Entre los compañeros de trabajo, hay una mujer especial. Con ella me tomo un café a diario, porque nuestros turnos de descanso coinciden. Así hemos llegado a ser grandes amigas. Me sirve de gran ayuda, porque es doce o trece años mayor que yo y me da buenos consejos. Mercedes es mi confidente y, desde hace unos días, yo conozco el gran secreto de su vida. Me ha parecido tan fuerte que no puedo dejar de contárosla. Al fin y al cabo, también vosotros sois mis amigos.

Mercedes tiene 38 años y lleva tras de sí una historia de soledad, criando a un hijo, que fue el único -e incosciente- regalo de amor que le hizo su primer hombre. Tenía 17 años. Le llamó Carlos... como su padre, el hombre al que nunca volvió a ver después de unas vacaciones de fin de instituto en Mallorca, borracha de sol, brisa y pasión.

A pesar de todo, no había sido capaz de odiarlo y, aunque todos la invitaban a deshacerse de aquel fruto no deseado, aunque casi todos la abandonaron, nunca pensó ni por un momento en la posibilidad de acabar con ese niño. Ha querido a su hijo tan inténsamente como amó al hombre que lo concibió. "Si no puedo tenerle a él -se decía- al menos tendrá nuestro hijo y será como si él no se hubiese ido.

Mercedes fue valiente y consiguió salir adelante junto a Carlos, que nació hermoso y fuerte la primavera siguiente a esas vacaciones inolvidables. Trabajó en lo que salía y estudiaba cuando podía. Logró criar a su hijo entre el amor y la alegría.

Los años fueron pasando tranquilos, aunque, a veces, Mercedes miraba atrás en el tiempo y añoraba al hombre que la hizo mujer, su mirada profunda, sus manos, su cuerpo... No hubo otros hombres en la vida de Mercedes, quizás porque no tenía tiempo para estas cosas, o quizás porque no le apetecía... Simplemente, no era capaz de quitar robar a Carlos un solo respiro de su corazón.

"¿El sexo?", le pregunté yo. Y me dijo que había amado a aquel hombre con toda la fuerza y la pasión que una mujer de 17 años es capaz; y que, en todo este tiempo, no había sentido nostalgia por el placer. Había vivido una especie de anestesia (interior, más que corporal) y no había pensado ni siquiera en poder sentir deseo. A pesar de todo, en ocasiones (no con demasiada frecuencia), le entraba una cosa en el vientre, sentía renacer sensaciones nunca más vividas, la sangre que corre más deprisa, la respiración más corta, el corazón retumbando en el pecho. Sucedía en los momentos en los que el recuerdo de ese hombre regresaba, real como un rostro en un espejo; a veces cuando, bajo la ducha, sus manos recorrían su cuerpo y cerraba los ojos imaginando que fuese de nuevo él, intentando chuparle el alma a través de de cada sentido del cuerpo. Pero, con todo esto, los hombres no habían vuelto a interesarla; y no habían faltado pretendientes. Yo misma lo he visto en la biblioteca. Porque Mercedes es una mujer hermosa.

Mientras tanto, Carlos crecía, se hacía grande, fuerte, guapo... y cada vez se parecía más a su padre: los mismos ojos, la misma fuerza, la misma voz; incluso -y era deliciosamente increíble- los gestos, la manera de actuar. Ese «no sé qué» que hace que una persona te recuerda otra al verla, aunque esté de espaldas. Mercedes le quería cada vez más, con todo su ser, con esa dedicación total e incondicinal de la que sólo una madre es capaz, hasta anularse a sí misma y sin ser capaz de ver más allá fuera de él.Carlos, por su parte, quería de verdad a su madre, que era todo su mundo. Comprendía lo que había hecho por él y, de corazón, despreciaba al hombre que les había abandonado a los dos.

Se puede decir que, en muchos aspectos, habían crecido los dos juntos. Mercedes era joven, y pronto llegó el tiempo en que Carlos, un hombrecito de pocos años, era capaz de seguir a su madre en tantas conversaciones, en tantos pensamientos, en tantas emociones. Eran amigos, con esa sinceridad total que casi nunca alcanzan padres e hijos. Se contaban todo, reían de todo, jugaban, gozaban de la vida, que en el fondo les trataba bien. Había confianza e intimidad, no había secretos entre ellos, ni pudores. Era fácil que Carlos viese a su madre desnuda, mientras se preparaba para dormir o bajo la ducha. Incluso, durante mucho tiempo, al menos hasta que él cumplió doce años, había dormido juntos en la misma cama.

Incluso ahora, que cada uno tiene su propia habitación, les sucede que pasan la noche juntos, tal vez jugando a las cartas, bromeando, charlando como buenos amigos; el sueño les sorprendía así e se despertaban a la mañana siguiente con un beso y una sonrisa.

No se puede decir si el primer pensamiento le vino a Mercedes o a Carlos. Es probable que, sin que ninguno se diera cuenta, se desarrollase -me atrevería a decir, de modo natural- un amor completo y total. Como sea, el caso es que día a día, Mercedes se dio cuenta -con los sentidos antes que con la mente- de que tenía un hombre a su lado, un hombre guapísimo, tan parecido a Carlos, el padre de su hijo, que aún vivía en su corazón.

Lo miraba mientras daba vueltas por casa semidesnudo, lo tocaba cada vez que podía, una caricia, un abrazo, el beso de buenas noches; lo espiaba mientras dormía, pasando horas mirando su rostro, recorriendo cada rasgo, bebiendo con la mirada cada temblor de su piel.

También Carlos miraba a su madre de modo diferente a como lo había hecho hasta ahora. Se sentía a la vez turbado y feliz por el hecho de no tener que dividirla con otro hombre, por pertenecerle sólo a él. Buscaba las ocasiones de verla desnuda, fingiendo que entraba en el baño sin darse cuenta de que ella estaba allí, para disculparse después con una sonrisa y salir del baño con los ojos llenos de esa preciosa mujer que es Mercedes.

Lo curioso -me aseguró Mercedes- es que, durante ese tiempo, ninguno de los dos se diese cuenta de lo que sentía el otro, cultivando en el propio interior, el placer de la presencia del otro. Pensaban que era algo equivocado, sentían un embarazo que no lograban -ni podían, por otra parte- hacer callar, y casi se avergonzaban de lo que sentían.

Una tarde Mercedes estaba triste como pocas veces; no sabía porqué, desde que se había levantado esa mañana, percibía un aire de fatalidad, de angustiosa premonición. Había venido a trabajar, distraída, con la mirada ausente y pensando que, analizando su vida, estaba sola, completamente sola. Carlos, sí, era toda su vida, pero ¿por cuánto tiempo? ya era un hombre y no pasaría mucho tiempo antes de que él comenzase a caminar por sí mismo. Sintió angustia y pa´nico, se veía con 38 años, camino de la madurez y la vejez, con un hijo mayor listo para volar del nido. No tenía un hombre, ni amigos íntimos, ni un lazo estrecho con su familia. De pronto salió de aquel sueño dorado que la había alimentado durante años y se sintió morir. Corrió a casa; necesitaba ver inmediatamente a Carlos, le necesitaba, debía decirle lo que sentía, encontrar su apoyo y comprensión.

Pero Carlos no estaba en casa. Aún no había vuelto de la universidad (está en segundo año de carrera). Intentó sonreír, engañándose a sí misma; pero esa media sonrisa se convirtió en un llanto hondo, desesperado. Así la encontró Carlos; la cabeza enterrada en la almohada de la cama, temblorosa por las lágrimas. Se precipitó sobre ella y la atrapó entre sus brazos.

- "Mamá, ¿qué ocurre? ¿por qué lloras así?".

- Carlos, por fin... Perdóname. Nosé porqué llevo todo el día con pensamientos tristes... Ya pasó... Ahora estás aquí. Abrázame fuerte... Dime que no me dejarás jamás.
- Pero, mamá, ¿qué cosas dices? ¿Por qué voy a dejarte? ¿No hemos estado bien juntos?

Le hablaba dulcemente, con esa hermosa voz de hombre, tan parecida a la de su padre, y Mercedes se sintió bien, se abrazó a él con todas las fuerzas, respirando su olor, ese olor que conocía de toda la vida. Carlos le acariciaba el pelo, susurrándole las cosas bonitas que le venían a la cabeza, besándole los ojos llenos de lágrimas.

Y Mercedes sintió de pronto dentro de sí algo olvidado que le pareció nuevo; sintió su vientre contraerse, la piel calentarse como las brasas, mientras su corazón latía cada vez más deprisa. Quería separarse de él, pero en vez de eso le atrajo aún más hacia sí. Comenzó a devolverle los besos, tímidamente primero, temiendo que él comprendiese y huyese de sus brazos.

también Carlos sentía dentro de sí que sucedía algo. Encontrarse allí, consolando a una hermosa mujer, estrechándola entre sus brazos, con el sabor de sus lágrimas en los labios, y sus besos... Todo desencadenó un sentimiento de virilidad, sentimientos de hombre por primera vez, advirtiendo la violencia de un deseo del que no sabía el nombre, pero que se imponía a su voluntad.

Fue un instante. Sus bocas se encontraron, sus labios se tocaron y, sin previo aviso, se dieron un beso larguísimo, caliente, apasionado, un beso terrible y trágicamente hermoso. Mercedes no supo describirme lo que sintieron: los corazones alcados, la confusión, el martirio de la carne, la lucha interior, el deseo invencible de amar al otro.

No pudieron detenerse. Se separaron apenas un momento, mirándose a los ojos, diciéndose todo sin hablar. No había mucho que decir, toda su vida pasó ante su mirada y nada tuvo importancia, ni siquiera el vínculo de sangre. Es más, era este vínculo entre madre e hijo el que explotaba sin control, en dirección a lo oculto y lo prohibido. No quería, no podían, renunciar.

Después de aquel beso vinieron otros, cada vez más profundos, más conscientes. Mercedes se quitó la ropa y se extendió desnuda sobre la cama, para que su hijo la mirase. Después de haber visto su cuerpo con ojos inocentes, ahora la miraba sin pudor, sin esconderse, gozando de la proposición que su madre le hacía. Pronto Carlos se desnudó y se quedó en pie junto al lecho, ofreciéndose tambie´n él a la mirada de la mujer que le había parido y que ahora leacariciaba con los ojos sin ninguna duda.

Carlos no sabía qué hacer, así que fue Mercedes quien, como despertándose de un sueño, se puso en pie junto a él y abrazó todo su cuerpo. Sentía contra su vientre el falo erecto del chico y casi se desmayaba por ese contacto. Se apretó aún más contra él. Carlos seguía besándola, mientras le acariciaba la espalda, exploraba su cuerpo de mujer, le manoseaba el culo, la sujetaba de las caderas con fuerza, como si quisiese hacerla daño.

Se amaron. Mercedes no quiso renunciar a nada de aquel hijo predilecto y quiso darle todo lo que una mujer puede ofrecer a un hombre. Se arrodilló delante de él, tomo su miembro entre las manos, lo miró, acarició con cuidado su piel de terciopelo, apogió sus labios sobre el glande, respiró ese olor de hombre que la hacía calentarse, besó ese pene que tembaba entre sus dedos y, finalmente, comenzó a chuparlo, con ternura, como su fuese un objeto precioso y delicado, gozando de la íntima satisfacción de dar placer a su propio hijo.

No había ni miedos, ni tabúes, en las palabras con las que Mercedes me contaba su historia. Sólo contaba para ellos el placer que se daban en ese eterno instante.

Carlos alcanzó su primer orgasmo en la boca de Mercedes y gritó de placer con él al dejar caer el esperma de su boca a sus senos. Mojó sus tetas con la semilla de su hijo e hizo que él las mamase, como tantos años antes. Fue una locura para los dos. porque ninguno había alcanzado nunca un placer tan profundo, ni esa monstruosa excitación. Al fin y al cabo, para Carlos era la primera vez, y para Mercedes.. casi también, después de veinte años. Los dos eran vírgenes.

Mercedes se extendió sobre el lecho y ofreció su sexo a la vista de Carlos. El se acercó; quería ver cómo estaba hecha su madre. No podía olvidar que por aquel coño abierto y palpitante había salido él. Le sorprendió el olor, nuevo, dulce y áspero, casi animal... Miraba el clítores hinchado que se asomaba por entre los rizs oscuros y los labios húmedos. Pensó al rocío que moja la hierba; o a una copa que ofrece un néctar divino. Se inclinó sobre su madre e introdujo su lengua dentro de la vagina, lamiendo con ansia ese licor perfumado que le emborrachaba. Era como beber de la fuente de la vida, de SU vida.

Mercedes no podía pensar en otra cosa más que en su placer. Fue dirigiendo al hijo, enseñándole a gozar y a dar placer, igual que le enseñó a coger el tenedor con la mano izquierda y el cuchillo con la derecha. Con las manos, empujó la cabeza de Carlos contra su coño, como si desease volver a meter lo que de allí salió.

Fue Carlos el que levantó la cabeza y ascendió por su madre, besando el cuerpo de Mercedes, lamiendo su sudor, mamando de nuevo sus pezones. Se apretó contra ella, quelo había enlazado con sus piernas en tornoa la cintura. Guiado por el instinto, Carlos penetró a Mercedes de un solo golpe. Carlos ahogó el grito de su madre mordiéndole los labios. Para ella fue como si acabase de perder la virginidad. El delirio mutuo era total, sin posibilidad de liberación. Carlos acabó dentro de su madre porque ella así se lo pidió. La explosión llenó a Mercedes de calor y placer. Quería tenerlo todo dentro de sí, quería el semen de su hijo en el propio vientre, en la profundidad de sus vísceras, con la secreta e inconfesable esperanza de ser fecundada por él. Quería ser la madre del hijo de su hijo.

Se calmaron por un momento. Pero la situación era deamsiado intensa como para parar. Se abrazaron de nuevo y sebesaron; se amaron de todas las maneras posibles, en todas las posiciones que imaginaron, sin renunciar a nada de lo que puede dar o recibir un cuerpo en llamas.

Duró toda la noche, hasta que calleron muertos; durmieron entrelazados, con un sueño profundo y gozoso. Desnudo y sonriente, dejó Mercedes a su hijo la mañana que me lo contó todo. Necesitaba decirle al mundo lo feliz que era; en vez de gritarlo en el autobús, me lo narró a mí, la única mujer que le había contado algo personal.

 

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