Relatos Eróticos Filial
La bastarda del noble. | Relatos Eróticos de Filial
Publicado por BastLust el 07/10/2022
Ana era el fruto de la infidelidad de una amada sirvienta y del lord Alejandro. Era cuando su madre murió en el parto que, termino lejos de las tierras de su padre biológico a quien, conocía y mantuvo contacto unos pocos años. Era ella quien volvió a la corte de ese hombre cuando cumplió los 16 años, su juventud y natural belleza llamaba la atención. El cabello rojo, piel blanca con unas pecas, pechos generosos, cintura pequeña y caderas anchas. Era consciente que ese hombre la engendro. El lord Alejandro era un hombre de 42 años, había servido en la milicia, era alguien de armas, alto 1.85, robusto y fuerte. Los dos sabían que los unía, pero no tenían el vínculo de padre e hija normal, se veían más como un hombre y como una mujer que otra cosa.
Ella sabía cuántos pesares le causó, cuantas veces termino yendo a pedir la guía del sacerdote para mantener su cordura intacta. Los intentos de cercanía, de acercarse mientras servía como otra criada más siempre cruzaban la línea. La dureza que sentía cuando la hacía sentarse en su regazo, llegó un punto donde, lo deseaba provocar... Era mutuo. Ana fingía que no notaba la forma en que se apretaba contra su culo cuando, inocentemente, intentaba alcanzarle algún libro en esas sesiones privadas, cuando la tenía contra esa biblioteca, sintiendo lo generoso de su bulto contra ella. Era en una de esas ocasiones, en medio de una fiesta, entre el alcohol que el poco auto control de ese hombre se perdió.
Alejandro la siguió cuando notó que dejaba la fiesta hasta que llegaba al cuarto de la menor. La rodeó, e hizo sentir a Ana estremecer al sujetarla con tal fuerza que podía sentir el bulto de ese hombre de nuevo contra ella.
— Ah, Ana...
El aliento de alcohol no le molestaba, ni las manos que ahora se colocaban por su vestido para tocar su pecho desnudo, jugaba con su pezón, no la dejaba responder tampoco.
— Los mismos pechos de tu madre, tan exquisitos...
Las manos estaban inquietas, dejaba su pecho para irle abriendo el vestido, ignorando cada pedido de parar de la pelirroja que era su hija. Ignoro uno y otro, era por el deseo culposo de querer también a ese hombre que ni cuando esté llevo su mano hasta su coño, frotando sus dedos curtidos entre esos labios vaginales cubiertos de un vello rojizo como mucho, cerraba un poco sus piernas, suplicando.
— Si estás empapada, chorreando por mis dedos...
— Pero yo soy...
Los dedos entraron, dos de ellos, Ana sentía su coño apretado, sin experiencia apretar esos dedos, como se movían, esos gemidos que dejaban su boca sin que pudiera controlarlo. La tenía atrapada y sin esfuerzo. Era más pequeña, incluso intentando escapar tampoco podría.
— Papá...
Bajaba la mirada, solo cuando estaban solos podía llamarlo como tal. Y como esperaba, decirle así no bajo en nada la erección que tomaba forma por debajo de su ropa, parecía hasta más grande. La boca se le hacía agua, la calentaba imaginarse tenerlo dentro, se había guardado para algo especial y pensar en ensuciar la virginidad con acto tan repugnante ante los ojos de Dios debería escandalizarla, no hacer que su coño estuviera aún más húmedo.
— Mira como me pones, siente.
La forzó a tocarlo sobre la ropa, solo ese tacto la hacía estremecer aún más. Lo miro suplicante, y no pudo, en vez de luchar se terminaba lanzando a sus brazos, besándose de un modo obsceno donde sus lenguas se enredaban, desatando el descarado deseo, la ropa estorbaba y ambos cuerpos quedaban expuestos. El de Alejandro era curtido por batallas, siendo su erección la que estaba ahí, grande, gruesa, no sabía cómo iba a entrar en ella. La rompería esa cosa, pero aún así no quería detenerse. Ella por otro lado, se notaba más esa figura esbelta, una envidia.
Era suya, de su sangre y ahora de paso, sería su nueva amante. La guío hasta la cama, está quedaba sentada y este de pie cuando le acercaba la verga venosa al rostro, hizo que lo metiera en su boca, lentamente antes de irla acostumbrando. En un punto, la necesidad fue más, ahogando a la muchacha hasta que se venía dejando su boca llena. No la dejo descansar cuando la recosto, abriendo de piernas para acomodar el falo grueso en esa concha. La mera diferencia de tamaño imponía, intentaba entrar en ella, pero lo apretada que era lo hizo difícil hasta que entró, soltando un gemido agudo de dolor y placer. El hombre entraba hasta que tomaba toda la virginidad de la niña ilegítima, apretaba como el infierno, pero era exquisito. Caliente, húmeda. La tomo firme de las caderas, embestía con fuerza escuchando el golpe de la piel, de esos fluidos, se inclinaba solo para comer de sus pezones, jalando de ellos.
Ana tampoco podía dejar de gemir, dolía, ardía, y se sentía de maravilla, abrazando con ambas piernas las caderas de su padre. Le enterraba sus uñas, marcando su espalda.
— ¡Dentro de mí!
Le suplicaba, jadeando, casi lastimero. El orgasmo estaba tan cerca, no podía controlar sus pensamientos.
— Hazme ti mujer... Que me conozcan como tú mujer en vez de tu hija, por favor... Padre, hazme tu puta, déjame llena de ti
La súplica fue escuchada. De tres embestidas más la dejaba llena. Él seguía duro y continuo en cuanto retomo un ligero aliento. La terminaba dejando está vez en cuatro patas, firme la volvía a coger.
— Voy a preñarte a ti también...
Era un objetivo que lo calentaba. El entraba duro y con fuerza, usando sus dedos para dilatar su ano, entrando y saliendo escuchando los quejidos de la menor. La follaba hasta que no daba más. La había llenado esa noche dos veces más antes de descansar. La tenía sudada sobre él, apoyando sus tetas contra su torso.
— Nadie puede saber ahora que eres mi padre genuino...
— No, pero te lo compensaré. Si terminas preñada me quitaré a la perra estirada de mi esposa, te haré mi nueva mujer... Es cosa de inventar algún título para ti. Dios nos sabrá perdonar.
Morbosamente tenía sus manos en esas nalgas, acariciando de ellas.
— Mañana haré de tu culo mío también.