Relatos Eróticos Fantasias
Infierno onanista | Relatos Eróticos de Fantasias
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Lo último que recuerdo antes de llegar aquí es que estaba masturbándome en el lavabo. Estaba mirando una revista porno y a punto de correrme. Entonces no sé exactamente qué pasó pero aparecí en este maldito lugar.
La primera impresión que tienes es agradable. Ves un enorme sábana de hierba verde adornada con preciosos árboles frutales y un cristalino riachuelo. También hay multitud de gente. Desnuda. De toda clase: viejos, jóvenes, hombres, mujeres, adolescentes, viejas... tumbados en el suelo, sentados a la sombra de los árboles, bañándose en el río. Y masturbándose. Casi todos se están masturbando. Es extraño.
Una vez llevas un poco de tiempo en este lugar te vas dando cuenta de que no es como parecía. No todos están desnudos. De vez en cuando se ve pasear a pequeños grupos de gente que llevan una túnica de color salmón y que no se masturban sino que miran cómo lo hace la gente desnuda. Hay gente feliz, no cabe duda, pero no todo el mundo lo está. Hay gente que tiene una mirada perdida, vacía.
Bueno, empecemos por el principio. Como ya he dicho, sin saber ni cómo ni por qué aparecí en medio de un enorme prado rodeado de gente en pelotas. Yo, como estaba en plena masturbación, decidí culminarla. Puse mi mano derecha en mi polla y, como tantas otras veces, la sacudí enérgicamente hasta eyacular. Justo hube terminado empecé a mirar a mi alrededor. A mi lado había un chaval de unos quince años mirando una revista y meneándosela. Estaba muy delgado y lleno de pecas, pero realmente su polla era más grande que la mía. Detrás de mí había una chica apoyada en un árbol. La escena era muchísimo más interesante que la del pecoso así que fui hacia ella. Estaba totalmente abierta de piernas y frotaba sus labios vaginales con la mano izquierda mientras que con la derecha se pellizcaba un pezón. Por los gemidos que soltaba parecía estar besando el séptimo cielo. Yo, que estaba ya a su lado, aparté su mano y continué con la mía. Ella no abrió los ojos, sino que se tumbó en el suelo y abrió todavía más las piernas para que continuara. Yo, que me había vuelto a poner como una moto, paré de masturbarla y acerqué mi polla a su coño. Cuando la punta tocó sus labios ella abrió los ojos y me pegó un empujón. Entonces empezó a gritar y salió corriendo. Yo me quedé pasmado y la gente de alrededor que no se estaba masturbando empezó a mirarme con mala cara.
'Qué se le va a hacer' - pensé. Fui en busca de otra chica y me volvió a hacer lo mismo. Así hasta tres veces más. Después caí en la cuenta de que , a pesar de la gente que había, nadie estaba copulando. Algunos estaban masturbándose mutuamente, pero nunca follaban. Desistí. Por el momento, claro.
Caminé hasta la orilla del río para tener una visión más global de la zona. A la otra orilla había un palacio con un gran reloj de agujas. A mis espaldas estaba toda la gente que había visto al principio. Personas masturbándose, comiendo, durmiendo e incluso hablando entre ellas. Yo, por el contrario, no estaba haciendo nada de eso. Sólo observaba.
Las aguas del río eran cristalinas. Debía tener unos dos metros de profundidad, y en el fondo se veían multitud de cosas. Parecía basura. Pensé que no me iría mal un baño y así de paso miraba que era lo que había en el fondo. Me tiré de cabeza y buceé hasta abajo del todo. Estaba un poco más debajo de lo que pensé, por lo menos medio metro más. En el fondo había cantidad de cosas: frutas, vibradores, muñecas hinchables, cremas, vaselina, anillos, bolas; todo tenía que ver con el sexo era cómico. Subí a coger aire y bajé otra vez a por un par de cosas: un melón y crema.
Quizá debía haber cogido algo un poco más pequeño porque me costó un poco sacar el melón del agua, pero la verdad es que me pareció curioso. Mientras estaba dejando el melón en el suelo vi algo que me llamó la atención. Había un corro de gente con túnica y por encima de ellos se elevaba un hombre rodeado por un aura brillante. Subió un par de metros y se difuminó en el aire. Los de la túnica bajaron la cabeza y se fueron a ver a otra persona.
Por unos instantes me quedé atónito. No sabía que podía haber pasado con el hombre porque los de la túnica lo rodeaban. Quizá había muerto o quizá había vuelto a casa. Por el momento no le di más vueltas, porque de tanto mirar a las mujeres desnudas tenía la verga bien parada.
Cogí el melón y, con una piedra y mucho esfuerzo, le quité una de las puntas. Quité la pulpa necesaria para que cupiera mi verga y la unté de crema, para darle una sensación más placentera. Lo puse en el suelo tal como si fuera una mujer y lo penetré. Moví mi culo como si estuviera follando y en mi polla sentía el roce con la crema. No se acercaba ni de lejos al de una vagina, pero para la ocasión podía servir. Mi respiración se iba acelerando y mis culadas eran cada vez más rápidas. Alguna vez se me salía la polla y me cortaba el ritmo, pero rápidamente volvía a meterla y seguía moviéndome. Al final llegó el momento de correrme. Eyaculé dentro del melón y me quedé tumbado, con el pene dentro, unos segundos. Saqué la polla no tan firme como al principio y mucho más sucia. Estaba untada de crema, melón y semen. Me metí en el río y me lavé.
Al salir del río vi que los de la túnica estaban esperándome. Me rodearon y uno de ellos empezó a hablarme - - mastúrbate - - ¿perdona? - - He dicho que te masturbes. - - Lo siento pero acabo de hacerme una paja y creo que es imposible
Me cogió la polla con la mano y la masajeó lentamente. Tal como yo había pronosticado era imposible tener una erección.
- Sé que eres nuevo y lo pasaré por alto por esta vez. - me dijo - Pero quiero que sepas que la próxima vez morirás. Es la ley.
Dicho esto dos de sus compañeros le subieron la túnica. Quedó al descubierto una gran polla, tremendamente rosada y llena de venas. Mi interlocutor empezó a masturbarse rápidamente y eyaculó encima de mi pecho y mi pene. Luego con su mano esparció su esperma por mi polla a la vez que me la meneaba. Mi polla adquirió en breves instantes una consistencia inaudita.
- Vamos, mastúrbate ahora - me dijo - - Vete a la mierda - le contesté. Estaba indignado por lo que me había hecho.
Nunca nadie se había atrevido a eyacularme encima. Faltaría más.
- Hazlo o morirás. Te lo he dicho antes - dijo de mal humor mientras el círculo de gente se hacía más estrecho.
Viendo que no tenía otra opción me masturbé. Lo hice lo más rápido que pude. Le eyaculé encima. Fue mi pequeña venganza. Después caí de rodillas al suelo y ellos se fueron.
Cogí un melocotón de un árbol y me senté apoyado en el tronco. Le pegué un bocado al melocotón y, mientras lo saboreaba, vi a un hombre que se sacudía compulsivamente su polla fláccida. Parecía desesperado. De su boca salía espuma y sus ojos destilaban sufrimiento. Era muy peludo y su edad rondaba los cuarenta años. De pronto levantó su cabeza y me miró. Se irguió rápidamente y corrió hacia mí. Vi botar sus michelines, tetas, huevos, polla hasta que llegó a mí. Me pasó la mano por el pecho y se untó el semen que me había eyaculado encima el de la túnica en su polla. Ésta, como le pasó a la mía, rápidamente trempó.
Yo, que ya tenía bastante con una eyaculación encima y que predecía que iba a volver a ocurrir, me fui de su lado. Llegué hasta el río y me tumbé a su orilla. Vi como el hombre se tumbaba a dormir después de correrse y me terminé el melocotón.
Justo delante de mí apareció una chica desnuda. Estaba tumbada como una parturienta y totalmente desnuda. Su mano derecha masturbaba su clítoris y su izquierda masajeaba su ano. No le veía la cara pero podía oír sus jadeos. Me acerqué a ella con un poco de temor y la ayudé a masturbarse. Ella abrió los ojos y levantó la cabeza. Me miró y me tumbé encima de ella. Yo, que otra vez volvía a tener una erección, guié mi polla a la puerta de su cuerpo. Tan sólo había introducido la puntita y una descarga eléctrica recorrió nuestros cuerpos. No era de placer, ni mucho menos. Era de dolor. Yo salí despedido hacia atrás y caí de espaldas en el suelo.
No sé cuanto tiempo estuve inconsciente, pero cuando abrí los ojos me dolía todo. Sobre todo los genitales. Mi polla estaba completamente fláccida y su tamaño no pasaba de los tres centímetros. Ella todavía estaba inconsciente. La examiné antes de despertarla. Tenía el pelo lacio y rubio. De pie debía llegarle hasta la mitad de la espalda, ahora lo tenía alborotado y esparcido por el suelo. Sus rasgos eran suaves y sus labios muy carnosos. El brazo tapaba sus pechos pero se intuían grandes y firmes. Todo su cuerpo estaba muy firme y fibrado. Su trasero era una obra maestra y sus piernas parecían no tener fin.
La giré suavemente y la puse boca arriba. No se despertó. Pude ver su pubis rubio y sus grandes pechos coronados por dos pequeños pezones.
Acaricié sus tetas con delicadeza y bajé mi mano hasta su pubis. Jugué un poco con el vello y después aparté suavemente los labios y metí lentamente mi dedo anular. Ella se estremeció y abrió los ojos. Yo saqué el dedo y empecé a masajearle los labios, moviéndolos en círculos.
No estaba suficientemente excitado pero mi polla se puso firme como una roca. Sentía una necesidad imperiosa de masturbarme. Era como el síndrome de abstinencia. Me la toqué con la mano y un dolor recorrió todo mi cuerpo. Era como si mi polla estuviera quemada o algo así.
Me tumbé rápidamente al lado de ella pero en la posición inversa, es decir, yo tenía mi cara en su coño y ella en mi polla. 'Rápido' - dije - 'chúpamela por favor.'
Ella se metió mi verga en la boca y yo metí mi lengua en su coño. Al unísono dimos muestras de repugnancia. Nos apartamos el uno del otro y nos miramos a los ojos. Su coño estaba agrio y era lo más desagradable que había probado nunca. A juzgar por su mirada, mi polla tampoco sabía mucho mejor.
Yo seguía teniendo un deseo irrefrenable de masturbarme y le pedí, por favor, que me hiciera una paja con la mano. Ella, viendo mi cara de necesidad y dolor, accedió. Se escupió en la mano y me hizo una paja lenta, muy lenta. Y con mucha atención, parando cada vez que gemía de dolor. Fue la paja más dolorosa de mi vida, pero tenía que correrme.
No sé por qué pero cuando me corrí miré el reloj. Eran las cuatro y cincuenta y siete. Fue un detalle importante.
Cada vez que eyaculaba me entraba un hambre terrible. Así que ayudé a mi compañera a levantarse y cogí un par de manzanas. Nos sentamos debajo de un árbol a charlar.
Se llamaba Laura y lo último que recordaba era que estaba masturbándose en la bañera de su casa. Yo le conté lo que sabía de este lugar, que era más bien poco. Sabía que cada cierto tiempo venían a verte los túnicos (había decidido llamar así a la gente de la túnica) y si no te masturbabas te mataban. También sabía que había gente de toda clase y casi siempre se estaban masturbando; y que había visto a algunos volverse medio locos. Y lo más duro e importante: no tenía ni idea de como salir de aquí. A mitad de conversación ella empezó a acariciarse la vagina. También tenía un deseo irrefrenable, según me dijo, de masturbarse. Como me había pasado a mí. Yo le ofrecí mi ayuda y la ayudé a correrse. Había pasado veinte minutos desde mi última paja.
Seguimos charlando, con la confianza que daba la desnudez, y me contó que había tenido varias experiencias lésbicas y que no tenía novio estable, sino que iba saltando de cama en cama. Yo le dije que sí que tenía novia pero que en estos momentos no estábamos muy unidos. La verdad es que también hablamos de muchas tonterías, quizá para intentar olvidar el sitio donde estábamos metidos, y de cuál sería el método para escapar.
Yo miré el reloj (las cinco menos cuarto) y se me ocurrió que, a lo mejor, la clave estaba en el castillo que había al otro lado del río. Fuimos para allá.
Ella se tiró con mucho estilo y nadó rápidamente. Antes me había dicho que hacía cada día una hora de natación y yo la seguí como pude. Cuando quedaba menos de la mitad de trayecto para llegar a otra orilla volvieron las ganas de masturbarme. Era el momento más inoportuno, sin duda, pero mi pene estaba ya firme para ser zarandeado. Le dije a Laura que siguiera sin esperarme y empecé a sacudirme la polla. Era muy difícil masturbarse allí en medio, ya que no tocaba suelo, e intenté seguir a Laura hasta la otra orilla mientras que me la iba meneando para evitar el síndrome de abstinencia. Tuve que desistir porque los remolinos de agua y la corriente se hacían cada vez más intensos y volví a la orilla original a masturbarme con tranquilidad.
Me corrí y volví a mirar la hora. Eran las cinco en punto. Casi una hora después de mi última paja. Recordé la hora en la que me metí en el lavabo en mi casa: las una y cincuenta dos. Por fin algo empezaba a quedar claro. La gente se tenía que masturbar cada hora y justo en el minuto en que se corrieron aquí por primera vez. Teniendo en cuenta que mi primera paja fue empezada en el minuto cincuenta y dos, contando el asombro de verme en este lugar, sería acabada más o menos en el minuto cincuenta y cuatro. Lo cuál concordaba con las horas conocidas de aquí dentro. Comprobarlo sería fácil: Laura necesitaría hacerse una paja veinte minutos después, a las seis horas catorce minutos.
Desde la ribera pude ver como Laura corría desde el castillo hasta el río. Nadó rápidamente hasta mí y salió del agua prácticamente exhausta. Quiso contarme lo que había visto pero yo la interrumpí. Le expliqué mi descubrimiento. Le pareció una tontería pero, cuando vio que a la hora exacta que yo le dije se tuvo qué masturbar, me creyó.
Ahora que estaba demostrado seguí atando cabos. Aquel hombre vino como un desesperado a por el semen de mi pecho porque necesitaba masturbarse. Seguramente no tenía fuerzas para trempar y necesitaba alguna ayuda. Y eso les vuelve locos, porque sino, no se entiende el comportamiento de mucha gente. Me explico, si miro a mi alrededor puedo ver gente persiguiendo a otra gente, gente pegándose, un hombre intentando chuparse la polla, una mujer haciendo una cubana a un hombre, un hombre haciendo un agujero en el suelo y una mujer suicidándose. Y lo que es peor, nadie se inmuta por lo que pasa a su lado.
Después de compartir mis ideas con Laura ella me contó lo que vio en el castillo. - - Habían dos personas. Un hombre y una mujer. Los dos eran morenos y tenían una larga cabellera. Y los dos, cómo no, estaban masturbándose. Él había hecho un agujero en el suelo y tenía metida su polla dentro, simulando un coito. Ella gozaba de los favores de un pepino. Los dos gritaban escandalosamente y se corrieron al unísono. Ella cuando abrió los ojos me descubrió. Me lanzó un beso y yo me vine corriendo hasta aquí.
Me miró esperando una opinión pero yo creía haber encontrado la solución a nuestros problemas. Mientras me estaba contando lo ocurrido en el castillo yo había estado mirando al hombre aquel que acababa de hacer un agujero en el suelo. Habían venido los túnicos y había desaparecido. Curiosa coincidencia con lo sucedido en el castillo.
Laura estuvo de acuerdo conmigo. No podía ser una simple coincidencia. Fuimos al río y cogimos un pepino y vaselina para ella, y un consolador para mi. Me hubiese gustado encontrar una pala o algo por el estilo, pero en el fondo del río sólo había objetos que pudieran servir para masturbarse. Como pude, hice un agujero en una zona de tierra blanda y nos tumbamos a esperarles.
Llegó la noche y los túnicos todavía no habían llegado. Después de hacerle la paja de las once y catorce minutos a Laura caí rendido en un profundo sueño. Al cabo de cuarenta minutos me desperté sobresaltado. Mi polla quería un orgasmo pero no podía levantarse. Mi cerebro estaba desquiciado. Necesitaba algo que yo no le podía dar. Por mucho que sacudiera mi verga, ésta no se levantaba. Estaba reventado después de todo un día eyaculando y sin apenas comer nada. Me metí un poco el dedo por el culo pero tampoco surgió efecto. Desesperado, desperté a Laura. No me hizo falta decirle nada. La imagen de mi cuerpo explicaba bastante la situación. Yo, arrodillado, con una mano golpeándola para despertarla y con la otra agitando mi fláccido miembro de forma desesperada. Ella, olvidando lo ocurrido a su llegada, se metió mi polla en la boca. No duró ni un segundo. Una ruidosa arcada salió de su interior y una mueca de asco maquilló su cara. Me escupió encima de la polla varias veces. Me gustó. Me gustó sentir esa sustancia acuosa encima mío. Ella pareció entenderme y siguió escupiéndome. Con dos dedos retiró el prepucio de mi verga, dejando al descubierto la rosada cabeza. Con la yema de su dedo índice me acarició la uretra. Un cosquilleo recorrió mi cuerpo desde mi polla hasta mi cabeza. Con los dos pulgares abrió la uretra y dejó caer dentro una gota de saliva. Mi polla adquirió una consistencia brutal y la insté a que terminara rápida la faena porque estaba a punto de volverme loco. Eyaculé en su cara.
Quise quedarme despierto para ayudarla pero ella no me dejó. Decía, no sin razón, que yo necesitaba descansar lo máximo posible entre paja y paja porque sino pronto no podría trempar y me volvería loco. Ella, en cambio, no necesitaba ninguna ayuda para masturbarse, simplemente lo haría y ya está. Siempre se había masturbado muchas veces al cabo del día y nunca había fallado.
Me di cuenta de que tenía razón y me quedé dormido. En el resto de pajas de la noche no necesité ninguna ayuda, pude hacérmelas yo solo. Quizá fue un pequeño acto de rebeldía contra las limitaciones físicas de los hombres.
A las diez y media de la mañana vinieron los túnicos a vernos. Nos tocaron los genitales y nos dijeron que nos masturbáramos. Laura se tumbó en el suelo y abrió bien las piernas. Yo eché crema en el agujero que había hecho el día antes y metí mi polla fláccida dentro. Como yo estaba mirando el precioso coño de Laura mi polla no tardó en ponerse firme. Sentí la presión de las paredes del agujero contra mi polla, que había crecido de un modo considerable. Por suerte había echado la crema porque sino podía haber sido mucho más doloroso. Empecé a mover mis caderas, subiéndolas y bajándolas rítmicamente. Laura, mientras tanto, hacía entrar y salir el pepino de dentro de ella. Previamente se había acariciado la vagina con los dedos untados en vaselina y se había metido el pepino (también untado de vaselina) para hacer el ritual menos doloroso. Me costó bastante correrme porque no es un proceso bastante estimulante. Es más, creo que si no hubiera estado viendo como ella tenía metido ese pepino dentro no me hubiera corrido. Ella también se corrió, y al mismo tiempo que yo (me estuvo esperando). Pero por desgracia no desaparecimos.
Depresión total. Eso es lo que teníamos. Los túnicos se alejaron de nosotros y nos dejaron allí solos, yo tumbado boca abajo y ella con un pepino en su mano. Los dos teníamos unas ganas tremendas de volver a casa y no teníamos ni la menor idea de como conseguirlo. Laura rompió a llorar amargamente. Yo, me levanté y la abracé tan fuerte como pude. Quería ayudarla pero no sabía cómo. Y además, yo estaba tan preocupado o más que ella. Yo aguantaría mucho menos tiempo el número de pajas exigido en este maldito lugar.
Una vez más se acercaba la hora de masturbarme. Como Laura no paraba de llorar me fui a dar una vuelta para ver si alguien me ayudaba. Encontré una mujer que debía rondar los cuarenta años, que aún estaba de buen ver, y le pedí que me masturbara. Parece un poco fuerte decirlo, pero en este gran infierno nada sorprende. Ella me miró y me dijo:
- Claro que sí niño - yo tenía veinte años pero supongo que para ella era un crío - Tócame un poco cariño para ponerme a tono y luego te haré la mejor cubana que te hayan hecho nunca.
Sólo tenía unos pocos minutos pero accedí a complacerla. La verdad es que era todavía muy guapa. Tenía el pelo cortito y unos ojos verdes preciosos. Tenía un cuerpo voluptuoso de rotundas formas. Sus tetas eran enormes y sus pezones tenían por lo menos cuatro centímetros de diámetro. Tenía un poco de barriga y las caderas no eran las de una jovencita de dieciocho años, pero como digo, todavía estaba de muy buen ver.
Lo primero que hice fue besarla en la boca. Le metí la lengua hasta el fondo y luego empecé a sobarle las tetas. Mis pequeñas manos no podían abarcar sus grandes tetas y parecía que estuvieran amasando pan. Ella, con suma habilidad, acariciaba mis testículos. Cuando paré de jugar con sus tetas la estire en el suelo y le acaricié la vagina hasta que noté mi polla bien tiesa y con ganas de eyacular. Entonces me puse a horcajadas en su barriga, de rodillas y sin tocarla apenas, y puse mi verga entre sus pechos. Ella se cogió las tetas y las apretó hacia el medio, haciendo prisionera mi polla de la mejor cárcel del mundo. Seguidamente empezó a subir y bajarlas, provocando un frotamiento divino en mi humilde polla. Yo, mientras tanto, procuraba moverme lo mejor que podía para acelerar el proceso, pero cuando llegó el momento del orgasmo tuve que sacar mi polla de sus tetas y culminar con la mano porque no podía conseguir tanta velocidad. Le eyaculé en la boca y se lo bebió todo. Le encantaba, me dijo.
Me tumbé a su lado y volví a tocarle las tetas. La besé en la boca y rápidamente bajé mi mano para introducirle un dedo en la vagina. Me hizo parar alegando que le tocaba dentro de media hora. Yo le dije que esperaría y la ayudaría. Ella asintió con la cabeza.
Para llenar el tiempo comenzamos a hablar de lo que sabíamos de este lugar. Ella llevaba tres meses y había visto mucha gente morir. 'Principalmente hombres.' - me decía -' Los hombres no suelen aguantar más de dos semanas. Los jóvenes, como tú, podéis durar un poco más, pero no mucho. Siempre llega un momento en que están agotados y no pueden trempar. Por mucho que se lo tocan, su miembro no erecta y se vuelven locos. Cuando les pasa delante de los túnicos éstos los matan, pero sino se suicidan tirándose al río o atacan a alguien y los túnicos también lo matan. Las mujeres, como ves aguantamos mucho más.'
Le pregunté por los túnicos, pero ella lo único que sabía es que venían una vez al día, no siempre a la misma hora y que te obligaban a masturbarte. La primera vez que tu miembro falla te eyaculan encima para que se te empine, pero la segunda te matan. También me contó que antes de aparecer aquí estaba masturbándose en la cama mientras su marido dormía. Acababan de hacer el amor y ella no había quedado satisfecha.
No me pudo contar nada más porque aparecieron los túnicos y me obligaron a marchar. Yo quería quedarme para ayudarla, pero me dijeron que ya había tenido la oportunidad del día. Me alejé lentamente, intentando mirar lo que le pasaba, pero los túnicos la rodearon impidiéndome la visión.
Cuando los túnicos se alejaron, la mujer quedó dormida en el suelo. Decidí no molestarla y volví a buscar a Laura. Estaba en el mismo sitio que antes, pero ya no estaba llorando. Lo que hacía era posar para un individuo sentado al lado de ella. Laura estaba tumbada en el suelo y tenía las piernas juntas, estiradas y subidas. Con un dedo se tocaba el coño. Después cambió de posición. Se tumbó de cuclillas y mientras se acariciaba los pechos ponía cara de viciosa. El hombre estaba sentado mirándola, haciendo subir y bajar una espantosa muñeca hinchable que tenía sentada encima suyo.
De nuevo los túnicos vinieron hacia mí. Dios santo, parecía que me siguieran. A Laura y a mí nos dijeron lo mismo que acababan de decirme hacía tan sólo unos minutos, que nos fuéramos. Efectivamente, nos alejamos pero nos quedamos a mirar si pasaba algo.
Ésta vez sí que vimos algo. Vimos como el hombre se elevaba y desaparecía en el aire. Laura me miró ansiosa. Creía tener la respuesta. No habíamos visto lo que había hecho el hombre dentro del círculo, pero claramente se podía intuir. Evidentemente, había utilizado la muñeca para eyacular. Y además, cuando había venido a pedirle que posara para él, le había contado que únicamente podía correrse con esa muñeca. La había cogido el primer día que había llegado, hacía ya trece días, y por el momento siempre se había corrido. Por tanto, era seguro que se había follado a la muñeca y había eyaculado, por lo cuál había marchado de aquí.
Decía tener un presentimiento y me obligó a ir al río. Ésta vez lo cruzamos los dos y llegamos al palacio que había en la otra orilla. Esperamos fuera mirando al jardín hasta que llegaron dos personas. Eran las que había visto Laura la primera vez que fue allí. Ahora estaban las dos frente a frente, mirándose.
Ella estaba metiéndose un consolador.
Él estaba follándose una muñeca hinchable.
Como el que acababa de desaparecer.
Ya estaba. Ya lo teníamos. Por fin habíamos descubierto lo que había que hacer para salir de allí. Simplemente teníamos que copiar lo que hicieran las dos personas del castillo.
La noche pasó lenta. Cada uno se masturbó por separado. Queríamos que nuestros orgasmos fueran lo más leves posibles, para no desgastarnos y mañana no fallar. Yo lo pasé mal un par de veces, pero sólo mirándola ya prácticamente me corría.
Por la mañana, temprano fuimos a ver lo que hacían los del palacio. Nos pusimos en un buen sitio para mirarles y esperamos a que llegaran. Tal y como imaginábamos cambiaron el método de masturbación. Ahora se masturbaban el uno al otro de una forma bastante compleja. Les miramos hasta el final procurando no perder detalle y volvimos a nuestra orilla.
Tumbada sobre la hierba estaba la cuarentona que me había hecho ayer la cubana. Me acerqué a ella y le acaricié el monte de venus. Besé los divinos pechos que tanto me ayudaron en aquel momento de ansiedad. Ella abrió los ojos y me miró. Yo agradecido como estaba por lo que hizo aquel día le expliqué nuestro descubrimiento. 'No nos pierdas de vista. Hoy vendrán los túnicos a buscarnos, como cada día. Si desaparecemos es que nuestra teoría es cierta. Mañana lo primero que tendrás que hacer es ir al palacio y ver lo que hace la mujer. Cuando vengan los túnicos imítala'.
La besé en la boca y me despedí de ella.
Pasaron tres horas antes de que viéramos venir a los túnicos. Antes de que llegaran le dije a Laura: 'Si esto sale bien, prometo que mañana iré a buscarte a tu ciudad y estaremos juntos el resto de nuestras vidas'. Ella me besó. Los túnicos nos rodearon. 'Hacedlo' - nos dijeron. Teníamos todos los artilugios preparados y nos pusimos manos a la obra.
Yo me puse a cuatro patas, mostrando a Laura mi culo y mis testículos. Laura se echó crema en la mano. Untó con ella mi verga y las puertas de mi ano. Se echó más crema en el dedo meñique y lo introdujo suavemente en mi anillo. Mi verga trempó desmesuradamente. Sacó su dedo de dentro de mi y se echó crema en el anular. Lo introdujo, mediante movimientos en círculo, en mi ano. Todo. Yo notaba ese cuerpo en mi interior. Un cuerpo caliente, extraño, dentro de mí. El dedo de Laura.
Entonces, con la otra mano, ella empezó a sacudirme la polla. Me gustaba el modo resbaladizo como lo hacía, gracias a la crema. A la vez movía levemente también el dedo dentro de mi culo. Rápidamente me corrí. En cada expulsión de semen mi culo se contraía, notando fuertemente su dedo dentro de mí. Noté una rascada en mi culo. Había sacado el dedo bruscamente. Era mi turno.
Me incorporé y la tumbé en el suelo. Separé sus piernas y masajeé tiernamente su coño. Estaba ya húmedo, le había excitado la experiencia anterior, y pasé a la siguiente fase.
Cogí un gran vibrador rugoso y se lo introduje violentamente en el coño. Su rostro se contrajo por dolor. El monstruoso aparato era demasiado para ella, pero aún así no emitió sonido alguno. Según lo que habíamos visto no podía ni gemir, ni llorar, ni gritar. Conecté el vibrador.
Me senté a horcajadas encima de su pecho. La miré. El rostro de dolor de antes parecía más calmado. No estaba disfrutando mucho, pero lo podía soportar.
Mi pene estaba semi-erecto y todavía untado de crema. Laura lo cogió con las manos y me lo puso bien firme de nuevo. Yo, a sabiendas de que a continuación iba a sufrir, no pude resistirme de besar cálidamente sus labios.
Saqué el vibrador de dentro suyo y lo tiré al suelo. Se puso a cuatro patas y repetí la operación que había hecho ella antes conmigo. Primero le unté el ano y le metí el dedo meñique y después el anular.
Pero yo no podía parar ahí. El ano se debía dilatar lo suficiente para hacer entrar una funda de cuatro centímetros de diámetro, así que le metí también el índice y el anular juntos. Todo fue muy lento, para que el ano se fuera acostumbrando. Y no podía ver la cara de Laura pero, sin duda, seguro que sufría.
Cuando entendí que ya estaba bastante dilatado decidí seguir adelante. Cogí una especie de funda blanca y metí dentro mi pene. Por dentro era dura y mi polla no se ajustaba ni por largo ni por ancho. El aparato debía medir veinte centímetros de largo por cuatro de ancho. Mi polla bailaba, literalmente, dentro de la funda. Por fuera era de una sustancia blanduzca que sin duda Laura agradecería.
Desde detrás agaché la cabeza de Laura y abrí sus nalgas. Quería que su agujero estuviera lo más abierto posible. Lo miré y sufrí por ella. Era demasiado pequeño, pero no había otra solución. Quería irme de aquí cuando antes. Tenía que entrar.
Puse la punta de mi polla de plástico tocando la entrada. Acaricié su clítoris y se la metí. Ella arqueó todavía más su espalda y ahogó un grito. Yo empecé a mover mis nalgas, haciendo que aquella cosa se la follara. Yo no sentía nada físicamente sólo mentalmente. Padecía por ella. Laura, para paliar el dolor, se masturbaba con los dedos.
La tortura duró un minuto, más o menos. Gracias a su masaje vaginal logró superar el dolor anal y se corrió rápidamente, soltando un fuerte gemido, expresando el fin del sufrimiento. Yo saqué mi polla enfundada de dentro suyo y la abracé por detrás, cayendo los dos rendidos en el suelo.
'Sois libres' - nos dijeron. Y nos elevamos, abrazados, hasta volver a casa.
Yo aparecí en el cuarto de baño, donde estaba antes de llegar a ese infierno, eyaculando encima de la revista porno.
Ella, supongo, apareció en su casa. Esta tarde lo sabré. Parto para su ciudad dentro de dos horas. Tenemos que acabar lo que empezamos allí