Relatos Eróticos Fantasias
Casualidades | Relatos Eróticos de Fantasias
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
La pareja, resguardada por la oscuridad de la noche, se besaba calurosamente en el portal del edificio número sesenta y seis mientras el silencio reinaba en la calle. Él, vestido con unos sucios vaqueros y una camiseta de manga corta color rojo, manoseaba los pechos de su novia rudamente, mientras ella, también con pantalones tejanos pero con una blusa de seda blanca, acariciaba su culo. Las lenguas se abrazaban en medio de una corriente de saliva que iba de una boca a otra.
Diego, que así se llamaba, desabrochó el botón de la blusa e introdujo por la abertura su mano derecha, subiendo el sujetador y liberando el hinchado pecho de Julia. Pellizcó el pezón levemente. Y lo retorció y lo acarició y lo besó y lo lamió. Julia, mientras tanto, tenía la mano metida en su bragueta y estaba tocando su polla, descubriéndola y cubriéndola.
Cuando acabó de jugar con sus tetas volvió a besarla, esta vez mucho más apasionadamente que antes, sin duda muy excitado por los juegos que estaba haciendo Julia en su entrepierna.
La luz del entresuelo, justo encima de ellos, se encendió. Era el padre de Julia, que como era costumbre en él, se levantaba a esperar a su hija cuando veía que pasaban de las cuatro, la hora límite. Basta por hoy - dijo Julia al tiempo que retiraba su mano de la bragueta de su novio - hasta mañana, ya te llamaré. Dicho esto le dio un beso de despedida, casto y sin lengua, y entró en el edificio al tiempo que se abotonaba la blusa.
Diego, con su polla erecta y prisionera dentro del pantalón, se puso a caminar para volver a casa. Se sabía la calle de memoria: un videoclub, una frutería, una papelería, un parque... Al cabo de un par de minutos, puesto que iba un poco borracho, le entraron ganas de mear y entró en el pequeño parque. El parque tenía un par de columpios, un tobogán, una fuente, varios bancos y estaba rodeado de cipreses y de pequeñas palmeras que prácticamente no dejaban ver la calle. Se puso detrás de un banco, sacó su verga y apuntó a los cipreses. Al cabo de un minuto seguía sin mear. Estaba tan excitado que era imposible. Estaba tan empalmado que no podía.
Una sombra entró en el parque. Caminaba arrastrando los pies y llevaba una cerveza en la mano. Iba en la dirección del sitio donde estaba Diego, que estaba tan concentrado en poder mear que no reparó en ella hasta que estuvo a apenas tres metros. Entonces él se giró y vio a una joven más o menos de su edad, un poco más alta que él, con el pelo rojo y un vestido negro que tapaba más bien poco. Ligeramente sobresaltado se giró hacia el otro lado intentando guardarse la polla, que seguía erecta, en el pantalón.
No te preocupes por mí. - dijo Vera- Yo también he venido a mear. Además, aunque mañana nos encontráramos por la calle no te reconocería porque creo que voy bastante borracha.
Dicho esto dejó la botella en suelo, se subió el vestido mostrando su pubis rojo, abrió las piernas, se agachó y empezó a mear. La orina caía perpendicularmente al suelo, mezclándose con la arena, mientras era observada por los ojos estupefactos de Diego; que desistió de la misión imposible que era guardar su polla y volvió a intentar mear. Al acabar, Vera cogió un kleenex de su bolso y se lo pasó por sus cálidos y húmedos labios mayores. Luego lo tiró y le pegó un trago a la cerveza.
Parece que te cuesta mear, ¿eh?.
Eso parece
Toma un trago de cerveza, dicen que va bien
Diego cogió la botella y le pegó un largo trago. Vera mientras tanto le miraba. Debía tener unos veintidós años, era delgado y de estatura normal. El pelo, moreno, lo llevaba más bien corto. La polla la tenía bastante grande, llena de venas y con el capullo tan rojo como el pelo de su cabeza y de su coño. Y estaba verdaderamente erecta. Parecía que iba a explotar.
Cuando acabó de beber le devolvió la botella y volvió a cogerse la polla. La cubrió y la destapó varias veces, haciéndose una paja muy lentamente. Ella, que no podía aguantar más sin hacer nada, dejó la cerveza en el suelo, se acercó a él y se puso detrás, rodeándole con los brazos. Le desabrochó el pantalón y se lo bajó. Con la mano izquierda le cogió los huevos y con la derecha la base del hinchado miembro. Él no protestó, sino que continuó moviendo la piel de la punta. Entonces ella empezó a agitar bruscamente la mano, de manera que él tuvo que sacar la mano y dejarla hacer. Vera no subió la mano, sino que siguió agitando, pero únicamente con dos dedos, con lo que la paja podía durar eternamente. No fue así porque Vera paró de golpe. Entonces le rodeó y se puso delante. Vamos a ver si te ayudo a mear - le dijo; e inmediatamente se metió el caliente miembro en su boca. Empezó a chupar, moviendo la cabeza hacia atrás y hacia delante, mientras Diego la acompañaba con las manos en su cabeza. Las sacudidas duraron poco, ya que paró y, sacándosela de la boca, empezó a lamer la punta, haciendo hincapié en la pequeña rajita por donde, sin ninguna duda, saldría ese esperma que tanto le gustaba. Diego, habiendo llegado casi al límite de su aguante y teniendo a la chica arrodillada, no podía hacer nada para que fuera más rápida; solamente podía tocarle el pelo de la cabeza y respirar, cada vez más intermitentemente.
Vera, que intuía cerca el final, volvió a meterse la polla en la boca y volvió a succionar compulsivamente. Diego ya casi estaba. Sentía como su polla se hinchaba a cada movimiento y notaba el líquido que quería salir. Se acercaba cada vez más. Vera notó que la siguiente sacudida iba a ser la última y entonces cogió los huevos con una mano y con la otra empezó a masturbarle, mientras besaba el glande, recibiendo así esa cálida inundación en su garganta. Diego estaba tenso y se liberaba, dejando escapar un sencillo oh.
Después de unos segundos, al volver al mundo real, Diego miró a la chica para ver como se incorporaba. Entonces ella le miró; y con la mano se limpió una gota de semen que tenía en la barbilla, lamiéndosela después. Vera le sonrió y dejó caer por el brazo uno de los dos finos tirantes que aguantaban su vestido, dejando al descubierto un pecho pequeño con un pezón firme del mismo color que su pelo: rojo intenso. Diego alargó la mano y lo acarició con los dedos; comprobó que estaba tan duro y caliente como, otra vez, su polla.
Vera dejó que le acariciara las tetas un poco, lo justo para ponerla algo más cachonda de lo que estaba, pero rápidamente se levantó la falda tal como había hecho al llegar al parque y caminó hasta el banco que tenían a escasos metros. Era un banco formado por finas maderas horizontales que le daban una vaga forma de ola y prácticamente dos zonas para sentarse: una pequeña en la cresta y otra, la normal, en su base. Vera, que estaba detrás del banco, se dobló hacia delante, apoyó su vientre en la cresta del banco, puso sus manos en el asiento y abrió bien las piernas. Diego la había seguido con la mirada. Ahora veía un coño invitándole a entrar al que no se le podía decir que no. Llegó hasta ella con la verga bien tiesa. Con las manos abrió la flor que se le mostraba y entró. El calor se apoderó de él. La cogió de las tetas y empezó a embestirla como un animal. Ella gemía a cada sacudida, le pedía más fuerza, culeaba hacia atrás, le insultaba; él resoplaba y le apretaba las tetas, le tocaba la cara, le metía el dedo en la boca. Todo hasta que llegó el momento de la explosión, de la última culada, que los unió, más si cabe, como dos animales: pecho contra espalda.
El primero en moverse fue Diego. Se apartó de ella y fue hasta los cipreses que rodeaban el parque. Empezó a mear, al fin. El líquido regaba los árboles y el pensaba en lo sucedido. Detrás de él estaba una tía que no conocía de nada pero que se la acababa de follar. Mejor dicho ella se lo acababa de follar. No obstante eso no era lo importante. Lo importante era que él tenía una novia cojonuda desde hace un año y por primera vez le había puesto los cuernos. Algo que no tenía que haber hecho
Cuando Diego se apartó de Vera ella se incorporó de nuevo. Se puso bien el vestido, bajándose la falda y poniendo en su sitio los tirantes, y recogió el bolso del suelo. Se apoyó en el banco y se encendió un cigarro mientras miraba el culo de su amante. Cuando acabó de mear se subió los pantalones y se acercó hacia ella. Le pidió un cigarro y le preguntó el nombre. Por curiosidad. Hablaron un poco pero cuando ella se acabó el cigarro, le dio una tarjeta con su teléfono, le dijo que la llamara cuando quisiera y se despidió.
Salió del parque y caminó hacia su casa. Iba prácticamente serena porque, aunque había bebido bastante esa noche, estaba bastante acostumbrada a la bebida. Le había dado esa excusa a Diego porque sabía que si le decía que mañana no se acordaría de nada, sería más fácil para él follársela. Así que, caminando, fue llegando a la papelería, a la frutería y para finalizar al videoclub. Justo al lado vivía ella, en el edificio número sesenta y seis.
Abrió la puerta del portal y subió en el ascensor hasta su piso, el ático. Salió del ascensor y se encontró a la chica que vivía en el entresuelo sentada al lado de la puerta de su piso. Tenía los ojos llorosos y el rostro compungido. No había hablado muchas veces con ella pero, dadas las circunstancias, creyó oportuno hacerlo. Se saludaron y ella, con la voz entrecortada y parando varias veces para sollozar, le contó que su padre la había echado de casa después de una larga discusión. Vera le dijo que, si quería, podía pasar la noche en su casa, que había sitio de sobra. Ella aceptó, asegurándole que sólo sería esa noche, que todo se solucionaría al día siguiente.
Entraron y Julia se acomodó en el tresillo gastado que había a un lado de la habitación. No había muchas cosas más, sólo una nevera, una televisión, una mesa con tres sillas, un armario, una cama de matrimonio y una cocina. Todo daba la impresión de ser muy viejo. Lo que más llamó la atención a Julia es que el piso sólo tenía esa habitación y un lavabo, cuando la suya tenía tres, un comedor y un lavabo. Se lo comentó a Vera y esta le contó que el anterior inquilino hizo tirar todos los tabiques en un ataque de inspiración. Era artista o algo por el estilo.
Vera fue a darse una ducha, invitando a Julia a coger una cerveza de la nevera. Prácticamente era lo único que tenía: cerveza y alguna lata abierta, según pudo comprobar. Cogió una y le pegó un trago. Se sentó en el sofá.
Oía el ruido del agua y no podía dejar de imaginarse a Vera desnuda, enjabonándose. Vertió parte de la cerveza por blusa y empezó a blasfemar en voz alta. Simulando estar muy indignada y pidiendo mil perdones, entró en el lavabo. Vera no se asustó, simplemente se extrañó un poco.
Julia empezó a limpiarse la blusa, disgustada porque la cortina de la ducha no la dejaba ver a Vera. Pero, mientras intentaba limpiarse, se le ocurrió cogerle la toalla y dejarla donde había visto que ella la había cogido. Encima de una de las sillas. Así lo hizo, cogió la toalla y la llevó a la gran habitación. Después se sentó en el sofá a esperarla.
Vera, que se había dado cuenta de la estrategia de la jovencita, decidió seguirle el juego. Salió desnuda y se apoyó en el marco de la puerta. Julia la miró. Se fijo en sus pechos pequeñitos y en su coño arregladito. También en su silueta estilizada y en sus pómulos, preciosos. Vera cruzó una pierna por encima de la otra y le pidió que le acercara la toalla. Julia, contenta pero sorprendida por el rumbo que había tomado la noche, cogió la toalla de la silla y fue a su encuentro. Al llegar a ella, Vera alargó la mano para coger la toalla, pero Julia se la apartó sonriendo maliciosamente.
Y es que Julia ya había decidido no cortarse un pelo. Empezó a secar a Vera con la ajada toalla que tenía, primero secando el corto pelo y segundo su linda cara. Luego bajó un poco más para rodear sus pechos con ambas manos, hasta el momento protegidas por la toalla. Cuando creyó que ya estaban bien secos se acercó un poco más a ella y puso la toalla alrededor de la cintura. Estaban cara a cara, Vera abrió un poco la boca y alargó la lengua. Julia la mordió con los labios y se besaron tórridamente. La toalla cayó al suelo.
Abrazadas como estaban caminaron hasta la cama. Julia tiró a Vera y se puso a horcajadas sobre ella. Dobló su espalda y empezó a comerle las tetas. Luego bajó hasta llegar a su pubis y empezó a jugar con sus pelos, teñidos del mismo color que el pelo de la cabeza. Los enroscaba y los estiraba, a lo que Vera respondía con leves gemidos, provocados por el jueguecito y porque, además, Julia había empezado a meter un dedo en su apreciado coño.
Julia se salió de encima de Vera y le subió las piernas, se las separó y se las dobló hasta apoyarlas otra vez en la cama como si fuera una parturienta. Ahora podía ver el coño perfectamente. Lo abrió un poco con los dedos para admirarlo en todo su esplendor y acercó su lengua. Primero le lamió la ingle y luego entró dentro del conejito. Movió la lengua con rapidez, sintiendo ese sabor y ese olor tan especiales. Vera estaba ya prácticamente ida, gemía y gritaba de placer, movía el torso espasmódicamente. El clímax llegaba. Julia la sujetó fuertemente por los muslos y todavía subió más el ritmo de su lengua. Vera arqueó su espalda y gritó de placer.
Julia se levantó de la cama y fue a por dos cervezas. Le dio una a Vera, que estaba ya sentada, y le pegó un suave sorbo a la suya. Vera acabó la suya de un trago y empezó a mirar a su acompañante. Todavía estaba vestida y la blusa mojada estaba pegada a sus pechos. Desabrochó los pequeños botoncitos dorados se la quitó. Los sostenes eran transparentes y dejaban entrever sus pechos. Eran más grandes que los suyos y también más bonitos pese a que tenía los pezones demasiado grandes para su gusto. Los liberó y dieron una sorprendente lección de firmeza, quedándose firmes mirando a Vera. Julia pegó otro trago de cerveza, esta vez dejándose caer hacia atrás para que Vera pudiera quitarle los tejanos con facilidad. Así lo hizo, le desabrochó los pantalones, se los bajó y los tiró por la habitación. Lo mismo sucedió con las bragas.
Dos bellezas desnudas encima de la cama. Una, rubia y más rellenita, estaba bebiendo cerveza y la otra, de pelo rojo teñido, estaba tumbándose boca arriba, esperando que la otra uniera su coño con su boca. No tardó mucho. La rubia abrió sus piernas y puso sus labios y sus flujos justo encima de su cara. Vera lamió como si fuera un perro. También mordisqueó suavemente. Todo para que su hembra gozara plenamente.
Su hembra, Julia, bebía cerveza mientras sus pechos y toda ella saltaban llenos de placer. A veces, en uno de los saltitos, la cerveza caía y llegaba a la cara de Vera, mezclándose con los flujos que estaba saboreando. No le importaba en absoluto, más bien la animaba a lamer más deprisa porque le recordaba que todo lo que hacía alguien lo disfrutaba encima de ella. De esta forma Julia llegó rápida al orgasmo, provocando su delirio y tirando la botella de cerveza contra la pared, estallando al mismo tiempo que su máximo placer.
Julia se despertó pocas horas más tarde, cuando el sol estaba a lo alto del cielo, abrazada a Vera, todavía dormida. Le dio un beso y se levantó. Fue hasta el teléfono y se apuntó el número, segura de que lo necesitaría. Se vistió y bajó a su casa.
Comprobó que sus padres no estuvieran y entró en casa. Se desnudó y se metió en la ducha. Mientras se enjabonaba pensaba en lo que había hecho. Hacía mucho tiempo que le atraía su vecina pero era un amor platónico, porque a ella quién de verdad le gustaba era su novio, Diego. No sabía como hacía escasamente seis horas se había lanzado de aquella manera y había estado haciéndolo con ella. Y además se había anotado el número de teléfono.
Decidió que lo mejor sería llamar a su novio y, aprovechando que sus padres se habían ido a pasar el sábado y el domingo fuera, decirle que viniera a estar con ella el resto del fin de semana, para intentar olvidarla. Se acabó de limpiar, se secó, se perfumó y llamó a su novio.
Al cabo de veinte minutos estaban los dos tumbados en la cama semidesnudos. Ella llevaba unos sujetadores blancos y el pelo recogido en una cola de caballo. Él, que estaba comiéndole el coño, vestía una camiseta blanca holgada y unos calzoncillos negros.
Julia estaba un poco cansada después de lo de anoche y le apartó la cabeza. Se levantó y le quitó la camiseta. Con la boca y un poco de ayuda de sus manos le bajó calzoncillos. Empezó a masturbarle de la forma que tanto le gustaba, cubriendo y descubriendo su glande muy lentamente y apretándosela fuerte.
Diego no estaba disfrutando como en otras ocasiones. Pensaba en lo de anoche, en ese polvo furtivo con Vera en el parque. Cada sacudida le recordaba a ella y no a Julia.
Diego la detuvo. Se puso de rodillas, como estaba ella, y la besó. Magreó sus grandes tetas y la tumbó. Le metió un poco sus dedos en el coño y luego la penetró. Empezó a empujar como había hecho tantas veces pero no era lo mismo. Ni para él ni para ella.
Ambos sabían que algo no funcionaba bien entre ellos, pero se corrieron. Apoyados en la cabecera de la cama se encendieron un cigarro y él la abrazó. Ella puso la televisión. Había una señora hablando de una vez que ella y su marido hicieron un trío con otra chica.
¿Tú me quieres? - dijo él
Sí, ¿y tú?
Por supuesto. - hizo una pausa para coger aire - ¿Crees que un trío sería la solución?
No sé. De todas formas yo no me veo en la cama con otra mujer.
Pero con una amiga tuya de confianza quizá sí, ¿no?
Mis amigas te odian.
¿Y con una puta?
No creo que solucionáramos nada.
Es verdad. ¿Sabes qué? Mejor buscar otra solución. Nunca encontraríamos una persona con la que los dos estuviéramos a gusto y que le gustáramos ambos.