Relatos Eróticos Zoofilia
Vagabundos al ataque
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
La sorpresa que me llevé el otro día, fue tan grande y placentera, como se los voy a contar en este momento.
Estaba de compras en un supermercado, y de pronto al estar frente al departamento de frutas y legumbres, vi en una estantería, una zanahoria tan grande y roja, y además, con la forma de la pija de mi novio consentido Blacky, que no pude más que recordar en ese momento, las cogidotas que me da mi niño hermoso, y no pudiendo contenerme, y sin importar el lugar donde estaba, solté un suspiro de añoranza tan fuerte, que el empleado que estaba atendiendo, se sorprendió tanto que me pregunto si me pasaba algo, que si estaba yo bien, y reponiéndome casi de manera inmediata, le miré y contesté que sí, que estaba yo bien y no pasaba nada.
Pero no era cierto, no estaba bien, me sentía con unas ganas inmensas de ser follada en ese momento, que se me mojó mi pantys y sentí cómo un hilillo de cremita, corría hacia debajo de mi muslo derecho.
Yo estaba tan caliente en ese momento nada más de recordar la herramienta de mi Blacky, que apresuradamente terminé de escoger la fruta y demás mercancía que necesitaba, y me fui a la caja, a pagar los mandados, para irme a mi casa a buscar la consolación de mi bebecito lindo y caliente que tengo en casa, siempre esperando por mí, para complacerme.
Mientras esperaba en la fila de la caja para pagar, volteé hacia la calle y alcancé a ver a unos perros que andaban fuera, perros vagabundos, de la calle y sin dueño. Eran cinco perros de razas indefinidas, o como dijéramos por acá, perros criollos.
Al salir del supermercado, me fui a mi camioneta que tenía estacionada un poco lejos de la entrada del supermercado, y como llevaba entre los mandados salchichas, chorizo y otros productos de carne fría, con los que consiento a mi Blacky, ellos, que estaban a la espera de ver qué podían recibir de quien fuera, un poco de comida, se acercaron a mí olisqueando las bolsas de los mandados, y no pude resistir la tentación, de invitarles un poco de lo que llevaba y saqué un poco de chorizo, y se los aventé para que comieran. Raudos y hambrientos, devoraron todo de inmediato, y comenzaron a gemir, pidiendo un poco más.
Yo, amante de los perros, y cuando digo amante de los perros, es porque lo soy en toda la extensión de la palabra. Me puse en cuclillas para verlos comer de la porción de jamón que les estaba dando en esta nueva ocasión, les cambié el sabor de chorizo, a jamón. Pues como les decía, estando de cuclillas observándolos comer, alcancé a ver a uno de ellos, que tenía la funda bien gruesa, y pensé que tal vez así como estaba la funda, era porque guardaba algo bien rico y sabroso dentro. Algo tan rico y sabroso, que no me aguante las ganas de tocarlo, y mirando para todos lados, para que no fuera alguien a estar mirándome, lo llamé y le di más jamón y mientras él engullía yo lo comencé a acariciar, y él, agradecido por la ocasional comida que les estaba proporcionando, se dejó acariciar la cabeza que era donde le estaba pasando la mano, y verificando que no había nadie observando, le tomé la funda de su pija, guauuuuu , que gorda y apetecible se percibía. El perro se emocionó también al igual que yo por la caricia inesperada, y empezó a saltarme para lamerme la cara, mientras los otros tres, se sumaban a nosotros en la demostración de agradecimiento.
Esto fue la gota que derramó el vaso de mis bajas pasiones perrunas. Llegando una oleada de placer, quise investigar hasta dónde eran capaces de demostrar su agradecimiento, y sacando más chorizo de la bolsa de los mandados, los aventé hacia el interior del camper de mi camioneta, y ellos saltaron al interior para alcanzar la comida. Bajé la tapa del camper, y cerré la manigueta, y me fui a iniciar una aventura con ellos, donde fuera, donde se pudiera estar cómodos y sin que nos fueran a ver, porque pensé en darme un gran festín con aquellos vagabundos que me acababa de encontrar.
Así, empecé a manejar, dando vueltas por la ciudad, pensando dónde, dónde podré llevar a estos bebés para regalarme con ellos y que me hagan suya.
De pronto, me alcanzó un automóvil negro, y me dio un gusto enorme, pues se trataba de una amistad que tenía mucho no veía. Alejandro, que así se llama mi amigo, es veterinario, y me saludó y nos detuvimos para saludarnos. Que grata sorpresa, por lo que les voy a contar a continuación.
Alejandro, me empezó a platicar que, acababa de regresar a la ciudad, y que traía un plan de negocios, relacionado claro, con su profesión, me platicó que había comprado una granja a dos horas de la ciudad, y que precisamente andaba buscando alguien conocido para que le hiciera el favor de pasarse cuatro días en la granja para que se la cuidara, porque tenía que ir a otra ciudad por más animales.
Ándale, me dijo, anímate a cuidarme mi granjita. A lo que yo le cuestioné sobre qué tipo de animales tenía en la dichosa granja, y sorpresa la mía cuando me dijo que estaba iniciando el negocio de compra venta de perros finos, de raza Dálmata.
Ya se imaginarán lo que sintió mi pepita golosa cuando oí semejante frase. PERROS DALMATA. Mhnnnn, no pude menos que saborearme. Y haciéndome la remilgosa me negué un poquitín, para que no fuera a sospechar nada, y al fin, acepté.
Nos pusimos de acuerdo, a partir de cuando tenía que irme a la granja, y Alejandro me dijo que tenía que ser de inmediato, porque estaba ya de salida.
Me dio las llaves y la ubicación exacta del lugar y con un beso en la mejilla, nos despedimos. En ese momento me acordé de los amiguitos que traía en la camioneta y corrí hacia ellos a la parte trasera y les dije: Lo siento cariñitos, pero tengo algo que hacer, así es que, les voy a dar el aventón hasta las afueras de la ciudad porque me voy de cuidadora de granja. Comencé a manejar y salí de la ciudad, y tomé el camino que me llevaría a la granja de mi amigo. Ya había transcurrido como una hora de camino y empecé a notar que no había casas por los alrededores, ni una sola, si que estaba solitario todo aquello, sólo había el sendero de tierra y pasto para ganado. Al dar la vuelta en una curva, alcancé a ver a la distancia una granja, con las mismas características que había recibido de referencia. Me detuve un momento para admirar el lugar, y calculé aproximadamente una media hora aún de camino. Abrí la puerta del camper, para dejar salir a mis amiguitos vagabundos y darles más comida. Saltaron de gusto al ver que había más chorizo y jamón para ellos, pero el más grande como ya había comido bastante a la salida del supermercado, ya estaba lleno y no hizo caso a la comida, así es que me empezó a demostrar su agradecimiento brincando alrededor mío.
En ese momento recordé el por qué los había rescatado, y me dije, bueno, una pajita que te haga, no te vendrá muy mal que digamos, ¿verdad amiguito? Lo llamé y se acercó a mí que ya estaba sentada en el pasto junto al camino, acariciándole la cabeza, fui pasando mi mano por el lomo, el pecho para finalmente irme hacia su vientre y por fin, alcancé su funda, y le empecé a hacer una pajita bien suavecita, mi panochita, para ese momento, ya empezaba a rezumar cremita, y él vagabundo cabron, olió que estaba yo calientita y empujándome con sus dos patas delanteras, en el pecho, me hizo caer de espaldas, esto, me causó un poco de risa al ver la inteligencia del animal aquel, y me deje llevar por los sentimientos encontrados humano-perro. Y abrí mi blusa para que lamiera mis pechos, debo aclarar que no llevaba brassier, son contadas las ocasiones que lo uso, así es que rápido encontró mis tetitas y empezó a lamerme, mhnnn , que delicia, qué lengua tan rica tenía aquel perro vagabundo, cerré los ojos y me dejé llevar.
Pero de pronto, mientras disfrutaba las lamidas de tetas que me daba el perro, también empecé a sentir entre mis muslos otra lengua, y otra, y otra. Levanté la cabeza para ver qué pasaba, y sorpresa, los cuatro perros estaban sobre mi cuerpo, lamiéndome por donde cayera la lengua de cada uno de ellos.
Me incliné un poco para levantarme la falda y dejarlos que lamieran a gusto, pero ya mi cuquita estaba empapada, así es que, de plano, me quité mi calzón, y me abandoné a aquel cuarteto de perros vagabundos, Humnnn, que delicioso lamían mi cuerpo, de pronto, sentí sobre mi cabeza algo peludo, abrí los ojos, y vi con beneplácito la verga del perro más grande, me estaba lamiendo las tetas, y me estaba ofreciendo la verga para que le diera algo yo también, claro, no me hice de rogar y tomé su funda jalándola hacia atrás para que le saliera su pedazo de verga roja y brillante, salió algo así como quince centímetros, pero ya chorreando liquido con el que me estaba bañando la cara, lo tomé con delicadeza, como sé que les gusta a los perros sean tomados, y me di el atracón de la tarde con una buena mamada, él se dejaba hacer, creo ya lo había hecho en alguna ocasión con algún humano, porque se adaptaba a la perfección, yo engullía todo aquel manjar de verga en mi boca ansiosa, mhngnn, glubg, que rico, que sabor, pedazo de verga tienes cabron, le decía en mi calentura de hembra en celo, entre mis piernas, sentí a uno de los otros perros, que me quería coger, pero tomándome de la pierna, a lo que compasivamente, tuve que soltar momentáneamente a mi perro vagabundo calentón, y dándome la vuelta me puse en posición de perra dispuesta a recibir a su macho, pensando que, sería el que estaba en la pierna quien me daría verga, pero no fue así, pues el perro al que estaba mamándole su vergón, de una tarascada, lo alejo de mí, y él fue el que me montó.
Guauuuuuu, me hizo aullar el perro vagabundo con la estocada que me dio, de un solo empujón, atinó a mi cosita del placer, desesperadamente empujaba hacia delante mientras con las patas delanteras, me jalaba para poder meterla más y más. Yo por supuesto que no me negaba, me dejé meter todo lo que él quisiera hasta donde él quisiera, mientras él quisiera.
Pero no demoró mucho aquello, porque a lo mejor tenía mucho tiempo sin coger, y no tardó mucho en venirse, tan rápido, que no tuve tiempo de venirme, pero apretando fuerte mis nalgas, no lo dejé que la sacara, y llamé a otro de los perros vagabundos, y mientras estaba ensartada por aquel gandul, le empecé a mamar la verga a ese perro sucio y callejero, al igual que el otro, no tardó mucho en venirse, llenándome la boca de su leche abundante y caliente.
En el paroxismo de la mamada afloje mis nalguitas, y el otro perro se salió, dejándome toda empapada de leche. Auchhh, cabron, avísame. Pero no bien me sacó la verga, cuando otro de los vagabundos ya me estaba lamiendo mi cuquita llena de jugos del otro perro y al igual que el otro, sin avisar, se subió a mis caderas y empezó a buscar con su puntita la entrada de mi cuca.
Mhnnn, síiiiii, dame, dame tú también, dame perrito bonito, eso así, busca la entradita mi niño, Ayyyyy, no, no tan duro mi amor, ayyyy, espera, no te desesperes, que no me voy a ir, ahhhhh, así, ya entró, ahora sí, dale a esta perra cachonda lo que está necesitando.
Y empezó el clásico vaivén de cópula, con una velocidad vertiginosa, hasta que terminó, y como era más pequeño de verga que el otro, se sacó enseguida, pero rápidamente llegó el tercero. Este también me ensartó al igual que el primero, a la primera estocada, yo ya estaba bien empapada de leche, y no hubo ningún problema en recibirlo.
Me entregué como buena hembra enamorada de su macho, y lo dejé que se moviera de manera complaciente. Mhnnn, que rico se movia este también, casi tan rápido como el segundo, y de tamaño no andaba tan alejado, tenía algo así como dieciocho o veinte centímetros de largo, después de la bola, y con este si, cuando sentí que empujó fuerte para ensartarme su bola, me abrí lo más que pude, y cuando sentí aquella exquisitez de verga en mi interior, entonces si, apreté tan fuerte como pude mis nalguitas, para que se quedara abotonado conmigo.
Guauuuu, que culiadota tan rica me ha dado aquel perro vagabundo. Este, se quedó pegado conmigo como 15 minutos mientras yo moría de gustito y placer estando ensartadita y alcanzando mis otros dos buenos orgasmos.
Mientras tanto, los otros tres perros callejeros se limitaban a olisquear alrededor de nosotros mientras estábamos ensartados. Oliendo por todos lados y lengüeteando mi cuerpo, por donde cayera la lengua, no les importaba a ellos, y a mí, menos, tanto así, que aproveche la proximidad del perro primero, que como dije antes, era quien tenía la verga más grande y gruesa de los cuatro. Y llamándolo lo empecé a acariciar, y quise ver si aún había batería, y claro que hubo. Le empezó a salir su verga gruesa y roja, y rápidamente lo jalé de la cadera y lo acerqué a mi boca, para que mientras el cuarto perro me tenía ensartada, yo le mamara al vagabundo mayor, su verga exquisita.
Aquello fue tan rico reconfortante, que cuando me sacó la verga el cuarto perro vagabundo, me desplomé sobre el pasto en aquel campo solitario, y ellos en agradecimiento se aglutinaron para lamerme la cuquita que tenía empapada de los juguitos de todos.
Me levanté, y sentí algo de remordimiento en dejarlos en aquel paraje solitario y tan lejos de donde los había encontrado. Así es que me dije, los llevaré a la granja y después le digo a mi amigo que llegaron solos. Además, aún no sé cómo serán aquellos y si van a querer lo que yo quiero. Me decidí y los invité a que subieran nuevamente a la camioneta, dándoles otra ración más voluminosa de comida, claro esta que en agradecimiento por la culeadota que me acababan de proporcionar aquellos perros vagabundos.
Me acomodé la ropa y me dirigí hacia la granja…
Pero esa es otra historia un poco más larga, y prefiero enviarla en otro relato, por el momento me despido enviándoles un saludo, a todos los amantes de la literatura zoofílica