Relatos Eróticos Voyerismo
La chica del tampax
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Sucedió el sábado pasado, y de verdad que en todos estos años en los que me vengo dedicando al “voyerismo”, ésta ha sido una de las mejores visiones que he tenido. Por que... yo soy un “voyeur”.
Algunos estaréis pensando que soy un pervertido (¡¡Sí, entonces vosotros también lo sois, lectores!!), pero por favor, no me juzguéis antes de tiempo. Las mujeres a las que observo se encuentran totalmente a salvo. Simplemente las miro, nada más.
¿Es eso tan malo?
No soy una persona muy sociable, no suelo ir a fiestas, ni a los pubs o a los cafés, y tampoco salgo a cenar por ahí. De hecho, no tengo amigos. Aunque, claro, está Susana. Es una amiga con la que quedo una vez por semana. Tenemos un pequeño arreglo. Pero esta es otra historia.
Sin embargo, el sábado pasado me vi obligado a salir, en contra de mi voluntad, desde luego. El caso es que en la oficina habían decidido hacer una de esas cenas, a modo de presentación del año laboral donde la gente no deja de dar la vara contando sus dichosas vacaciones y demás. En realidad no sé para qué demonios fui, no pretendo ser más amable de lo estrictamente establecido con mis compañeros de trabajo y mis planes de futuro están muy lejos de anhelar un ascenso. Estoy cómodo con mi trabajo. Vivo tranquilo. Tengo sexo una vez por semana. Y soy voyeur. El voyeur de dos de mis vecinas, Carla y Patricia, que ni se conocen entre si, ni yo las conozco personalmente...bueno, esto es un decir!!.
Pero me estoy yendo por las ramas. Lo que yo quiero relataros es la experiencia de “mirón sexual” que tuve el sábado por la noche.
La aburrida – para mi, porque todos parecían estar pasándoselo muy bien- cena apenas acababa de empezar. Estaríamos por los platos entrantes, creo recordar. Yo me sentía muy agobiado y tenía muchas ganas de marcharme, pero no sabía cómo hacerlo sin que los demás lo tomaran como un desaire. A veces la gente puede ser muy perspicaz y susceptible para esa clase de cosas. Así que traté de disimular y me excusé a mis vecinos de mesa diciéndoles que me iba al servicio. Un poco vulgar, si, pero algo tenía que decir, no?
Cuando atravesé el salón del restaurante y entré en el pasillo que daba acceso a los aseos me quedé parado. No necesitaba orinar ni nada, pero...allí no había nadie, por tanto, nadie vería donde me metía. Y yo soy un amante de los aseos de mujeres. Abrí cautelosamente la puerta del baño de mujeres. Si alguien me descubría y se atrevía a llamarme la atención, me haría el sueco y listo.
Pero no había nadie.
Entré dentro y cerré la puerta a mis espaldas. Era uno de esos sitios donde la luz permanece encendida continuamente. En la pared que tenía delante había un gigantesco espejo que abarcaba todo el muro, y una banqueta de madera. A mi derecha, una mesa de mármol donde se hallaban dos lavabos y sobre la mesa, otro enorme espejo. A mi izquierda una hilera de tres puertas, detrás de las cuales estaban los inodoros.
El instinto me hizo meterme en uno de aquellos estrechos departamentos. Pero no me encerré. No me preguntéis por qué ya que ni yo mismo lo sé. Me senté en el filo del vater y me quedé allí, solo, silencioso, esperando a no sé qué cosa, y con la puerta entornada. Era el que estaba más cercano a la puerta del aseo. ¿Y si llegaba alguna mujer y se le ocurría meterse allí? Pues cerraría la puerta de un empujón y ya estaba. Sin embargo allí no llegaba nadie. Yo no es que lo esperara, aunque inconscientemente y dadas mis tendencias... pero la verdad es que lo único que tenía en mente era el idear un plan de huida de la dichosa cena, y aquel sito era de lo más tranquilo. Hasta igual se olvidaban de mi. Allí no podría entrar ningún compañero para buscarme, ¿cómo iba a entrar en el aseo de mujeres?. Debería extenderse el uso de los baños unisex, para hombres y mujeres.
Esta idea me excitó, y justo estaba pensando que no era el momento para masturbaciones, cuando ELLA entró.
Si, ELLA, con mayúsculas. Pero no porque aquella chiquita fuera una diosa, no, muy al contrario. Nada más entrar cerró la puerta, le echó el seguro y se dirigió al lavabo más alejado. Mientras se lavaba las manos pude observarla a mi antojo. Calculé que tendría unos 25 años. Tenía el pelo corto, en forma de melena, que apenas le llegaba a los hombros y que le tapaba parcialmente el rostro, pero no os hagáis ilusiones, no era precisamente una belleza. Ni siquiera era guapa. Del montón. Quizás demasiada nariz. Eso si: tenía un cuerpo exquisito, regordita, como a mi me gustan. Y ella lo sabía, deduje por la forma de lucirlo. Llevaba una camiseta negra muy ajustada y una falda muy corta gris. Cuando acabó de lavarse las manos, apoyó sobre la mesa de mármol el bolso, que llevaba colgado de un hombro, y comenzó a hurgar en su interior. Vi cómo sacaba un objeto alargado que a primera vista no pude distinguir bien y cómo lo dejaba sobre la mesa. Seguidamente se levantó la falda y se bajó un pequeño tanga color negro...lo deslizó por sus piernas hasta sacárselo del todo. ¡¡¡Yo no podía creer lo que estaba viendo!!! Una chica que en unos baños públicos se iba a masturbar con un consolador!! (No lo he dicho, pero es que creí que el objeto alargado que había sacado del bolso lo era, perdonadme, pero mi miopía es considerable y aquel día no me puse las lentillas...). Una chica que se creía sola. Pero no lo estaba. Una chica que no había intuido mi presencia. Perfecto para un voyeur.
Entonces cogió el objeto de la mesa y pude comprobar que estaba envuelto en una especie de papel... un envoltorio que ella rasgó...¡¡¡un tampón!!!. Me estremecí de placer. Siempre me han llamado la atención esos artilugios femeninos y no digo nada sobre lo que significaba para mi ver a una mujer colocándose uno de esos!!...
La chica acabó de rasgar del todo el envoltorio, dejando al descubierto un curioso aparatito....era un aplicador de plastico (lo sé...lo estoy viendo ahora mismo). Levantó una pierna y apoyó el pie derecho en la mesa de mármol, se ladeó ligeramente hacia su izquierda, levantando mucho el culo y con una mano, se abrió un poco su sexo, desde el que pendía un hilo azul. Ella lo agarró con dos dedos y tiró lentamente de él, suspirando. Supongo que te tuvo que doler un poco, porque comprobé que era un rollo de algodón compacto y muy grande, totalmente empapado de sangre menstrual. Lo tiró en el lavabo y cogiendo el aplicador se lo puso justo en la entrada de su sexo. Yo podía verle todos sus bajos fondos reflejados en el espejo, todo su coño abierto totalmente a mi...si, porque ella creía que estaba sola. Pero No LO ESTABA. Era MI espectáculo.
Solo para mi, aunque ella no lo supiera.
Tenía sujeto el tampón con los dedos anular y corazón, mientras que con el índice apretaba hacia dentro el artilugio, de tal suerte que el algodón quedara bien instalado en el interior de su vagina. Cuando acabó el aplicador lo tiró a la papelera. Luego cogió el tampax usado, se acercó a la puerta vecina a mi escondite y lo desechó por el inodoro. Aproveché el ruido de la cisterna para ocultarme mejor, ya que ahora, al irse, si era más probable que me descubriera. Pude oír como cerraba la cremallera del bolso, avanzaba hacia la puerta, descorría el cerrojo y salía, no sin dar un portazo.
Yo esperé unos segundos y salí del retrete. Avancé hacia los lavabos y vi cómo había restos de sangre en el que ella había dejado por el tampón usado mientras se colocaba uno nuevo. Accioné con el pie la palanca de la papelera y allí estaba: el aplicador. Lo saqué y me lo metí en el bolsillo del pantalón. Después me lavé con agua las perlas de sudor de mi cara y me observé en el espejo. Me sentía tan satisfecho... decidí salir, y justo cuando abrí la puerta me topé con una mujer mayor, de unos 60 años, que estaba a punto de entrar.
“Oiga...” “Perdone, señora...” “Depravado...!!!”
Me dirigí directamente a la puerta del restaurante. Ya no me importaban mis compañeros, ni la cena, ni nada... al carajo con todo. Tenía que llegar a casa e inspeccionar mi tesoro. Un tesoro que había estado en contacto con el coño de aquella chica... pero cuidado, lector: no soy fetichista, soy un voyeur. No confundamos las cosas. Solo que este caso es especial. Una excepción. Una mujer que tenía la regla. Se cambió de tampax en unos aseos de mujer públicos... y yo lo vi. ¿Cuántos voyeurs pueden decir lo mismo?