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Siempre tuya

Publicado por Anónimo el 30/11/-0001

Me llamo Isabel, tengo 26 años y creo que no estoy nada mal de cuerpo. Tengo estudios, por lo que mi cultura es de un nivel medio-alto y gracias al dinero de mis padres siempre he podido vestir bien. Pasé los años de mi juventud degustando los placeres más simples de la vida hasta que conocí a Alberto hace tres años. Es un hombre excepcional y al que amo más que a nada en la vida e incluso me duele el corazón de amarle tanto. No soy solo su novia y amante sino que le pertenezco y quiero seguir siendo suya. Pienso que lo que define mejor mis ansias de él, es mi deseo de ser su objeto, un objeto único y exclusivamente suyo con el que pueda hacer lo que le venga en gana, sea lo que sea.

Alberto tiene 37 años, es muy inteligente y enseguida se dio cuenta de lo que me pasaba y cuales eran mis deseos así que procuró darme esta satisfacción. Al principio fueron cosas muy simples por ejemplo hacerme ir sin bragas incluso por la calle. Después fue obligarme a abrir mis piernas cuando bajaba del coche o cuando me sentaba en el taburete de un bar que fuera alto. No es que en estos casos se me viera el coño, pero la sola idea de que pudiera ocurrir me producía tanta vergüenza o dicho de otra forma humillación, que el morbo me hacía sentir todo el rato mojada y súper excitada.

Una mañana que fui a recogerlo a su despacho me hizo cerrar la puerta pero sin llave. Me colocó de bruces sobre su ancha mesa, levantó mi falda hasta la cintura y desnudando por completo mi culo se sacó la polla y me la metió de un solo golpe en el coño, follándome de esta manera con el temor de que alguien apareciera en el despacho y me viera así ofrecida y poseída. Esta situación y el consiguiente temor me hicieron correr dos veces antes de que él descargara su leche en mis entrañas. Después de esto no dejó que me lavara para que todo el rato sintiera su caliente y espeso semen resbalando por mis muslos.

Después de este día se acostumbró a follarme de esta manera y lo hicimos en lavabos públicos, en la misma playa o desnudándome por completo en su coche y dándome por el culo sin preocuparse de mis tremendos miedos que, a su vez, me excitaban como nunca. Pero esta desnudez que podría ser descubierta, este follar con miedo, me hacían amarle más, entregarme a él sin condiciones y obtener un placer como nunca había soñado sentir. Mi amante y dueño no era en absoluto celoso, estaba seguro de mi completa entrega a él y de mi felicidad al darme lo que yo deseaba pero continuar poniéndome a prueba y una noche estando en un pub con unos amigos, me ofreció, así de simple, a uno de ellos diciendo:

- Si te apetece follarte a Isabel, es tuya.

- Pues si - y el amigo ya enterado de mi manera de ser solo me dijo - Sígueme a los lavabos.

En el fondo esperaba que fuera una broma, miré a Alberto, pero éste con un cariñoso golpe en el culo me animó a complacerle. Esta fue mi primera entrega, por orden de mi amo, a otro hombre y que precisamente me folló como lo hacía él, es decir, cuando entramos en el lavabo, me hizo poner las manos sobre la taza del water, inclinada hacia adelante, me levantó la falda y me la metió en el coño sin más preámbulos. Recuerdo que me corrí como una loca. Desde aquel día ya fue algo habitual en nuestra relación que mi amo me entregara a sus amigos, al menos uno a la semana. Alguna que otra vez no eran amigos sino clientes suyos del trabajo a los que me presentaba como una chica fácil, una azafata del amor. En palabras más claras: "en una puta". Y yo seguía amándole cada vez más ya que me había convertido en lo que yo quería. Yo, ya era su cosa. Pero lo más espectacular ocurrió un fin de semana. Alberto me dijo que lo íbamos a pasar en casa de un amigo suyo, en la playa.

Cuando llegamos a la enorme finca me llevé la sorpresa de que la casa estaba llena de hombres, trece en total incluido mi amo y amante, y una sola mujer: Yo.

- Vas a ser la mujer de todos ellos - me dijo Alberto. - Desnúdate para que te vean bien.

Tuvo que hacerlo Alberto pues yo me había quedado tan impresionada que no podía moverme. En un instante todos pudieron contemplar mis encantos. Y tocarlos pues la verdad es que en el acto me sentí sobada a fondo por una infinidad de manos. Lo que ocurrió a continuación ya no me es posible contarlo pues perdí la cuenta de las veces que me follaron de uno en uno, de dos en dos o de tres en tres, el coño, el culo y la boca. Quedé destrozada de tantos y tantos orgasmos que tuve, pero me sentí tan mujer objeto que mi felicidad fue completa.