Relatos Eróticos Sadomasoquismo
Elena
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Hacía bastante tiempo que no la veía, casi ocho años, y la encontré aquel día en el autobús. La conocía desde hacía 20 años, cuando coincidíamos a llevar o recoger a nuestros respectivos hijos en la guardería, allí me fijé en ella. Elena no era una mujer hermosa, era más bien del montón, pero me fijé bien en la dulzura que desprendían sus correctas facciones, sus gestos, el movimiento y los escorzos de sus grandes y suaves manos, desproporcionadas con el resto de su cuerpo, más bien menudo, y del que no se podía decir más, pues vestía siempre con mucho recato, con ropas que parecían de monja y no permitían hacerse idea ni tan siquiera del tamaño de sus pechos, que parecían aplastados, o de su culo, ya que los vestidos que llevaba no ceñían en absoluto su cintura. Lo más que sabía era que sus piernas eran firmes y recias.
Como vivíamos en el mismo barrio, también coincidía a menudo con ella en el autobús y fui testigo del embarazo de su segundo vástago. El estado de gravidez acentuó la dulzura de su cara, su atractiva sonrisa y la expresividad de sus ojos. Hubiera dado cualquier cosa por hacer el amor con ella así preñada.
Años más tarde coincidimos en la misma empresa y departamento, allí nos hicimos amigos y conocí de su vida: Tenía dos hijas de la edad de los míos, que en la actualidad tendrían 24 y 20 años, apenas tenía relaciones u otra actividad al margen de su familia, a la que adoraba. Siempre estaba hablando de sus hijas y del trabajo de su marido.
Aunque intimamos en el trato nunca hablaba de sexo, su conservadora educación se lo impedía. Me acabé enamorando de ella e intenté algún avance. Ella permitía algún pequeño roce, pero no alentaba nada más. Un día le lancé los tejos descaradamente y ella me dijo que, aunque yo le gustaba y me quería muchísimo, no se permitiría nunca engañar a su marido y destrozar su familia.
Así pasó el tiempo, yo mortificado por tenerla cotidianamente ante mi vista sin poder hacer más que intentar percibir su excitante aroma natural de hembra, indisimulado por ningún perfume que, al igual que el maquillaje, desconocía.
Pasó algún tiempo y yo cambié de empresa, no volviendo a verla hasta aquel día que coincidimos en el autobús. Nos dimos los dos besos de rigor en cada mejilla y charlamos de los más inmediato: Mi trabajo actual, mi estado familiar, la política .... pero me di cuenta que no hablaba de nada referente a ella, ni de su trabajo, ni de la familia, procuraba eludir cualquier pregunta referente a ello. También me percaté de que iba vestida de forma muy poco apropiada para la temperatura que hacía, unos 20 grados, llevaba un largo abrigo abrochado hasta el cuello con un pañuelo-bufanda de remate, y guantes. Se había quitado el guante izquierdo para poder introducir el billete del autobús en la máquina canceladora y noté que, contra su costumbre, sus deliciosa mano estaba perfectamente cuidada y sus uñas largas sin exagerar y lacadas de color rojo oscuro.
Yo le estaba contando que me había divorciado, que vivía solo en una gran casa ya que había prosperado mucho, cuando subió al autobús un revisor solicitando los billetes. Cuando el revisor se dirigió a nosotros ella no encontraba el billete y, nerviosa, comenzó a registrar en sus bolsillos y en ese momento el autobús pegó un frenazo y tuvo que aferrarse a la barra de soporte con su mano derecha que dejó el guante en el bolsillo.
Al ver su mano comencé a barruntar lo que le sucedía. Desde mi divorcio yo había tenido bastantes contactos con el sexo duro, en particular con la cuestión de la esclavitud sexual, sobre la cual me había documentado y había tenido escarceos sin llegar a nada serio, aunque era cuestión de tiempo. Había conocido a tipos propietarios de esclavas, en particular a un miembro de una sociedad esclavista que, una noche de borrachera, me había contado con pelos y señales sus actividades y sus signos distintivos.
Por delante de su alianza de matrimonio, el dedo anular de Elena estaba ceñido por un peculiar y ancho anillo de acero, grabado con símbolos que me resultaban familiares, en el que se distinguía una diminuta argolla de la que partía una cadenilla que, a su vez, estaba enlazada con una discreta pulsera, también de acero, en su muñeca. Eso impedía despojarse de ambos anillos: el de signo de esclavitud que era lo que manifestaba el anillo de acero y el del matrimonio, lo que significaba que era una esclava casada y con aceptación expresa y escrita de su marido reconociendo que tenía un amo distinto a él; todo ello de acuerdo con mis vagos conocimientos del protocolo de la sociedad esclavista de mi amigo.
Cuando Elena se percató de mi atención a su mano derecha palideció y rápidamente la ocultó en el bolsillo en busca del guante.
Aunque supongo que por razón inconfesable e instintiva que en aquel momento no reflexioné me incliné a su oído y le susurré:
- ¿ Eres consciente de lo que significa el anillo de hierro que llevas en el anular derecho ?
- Por favor, te lo ruego, que nadie se dé cuenta, algunos pasajeros son vecinos míos. Si sabes qué significa lo que has visto ven conmigo a mi casa discretamente y ejerce tus derechos sobre mi pero no me descubras en público.
Bajó la mirada y continuamos el trayecto del autobús sin decirnos palabra mientras ella mantenía siempre la mirada baja, aunque poco a poco fue juntando su cuerpo hacia el mío hasta reclinar su cabeza contra mi hombro y murmurar a mi oído:
- Mi señor, me alegro que me hayas descubierto tu porque te amo. Así asumiré con ánimo el castigo que me impondrá mi Amo por dejar descubrir mi condición.
- Elena, ¿de verdad me quieres?
- Te he amado siempre, pero no pude romper nunca mis ligaduras con mi estricta educación para ofrecerme a ti.
- ¡Tantos años perdidos !
- Sssshhhh mi amor, dentro de un rato podrás hacerme tuya.
Llegados a su parada me hizo un gesto para apearme con ella y seguirla hasta su casa. Ya en el ascensor comencé a besarla en la boca a lo que me respondió con pleno abandono de la suya.
- ¡ Ay! amor, decía, cuanto tiempo soñé con esto. Cuanta noches me he masturbado pensando en lo que me podrías hacer. Y ahora que podemos me ocasiona una vergüenza infinita.
- ¿Por qué?
- Enseguida lo verás, por desgracia.
Llegados a su piso abrió la puerta y gritó:
- ¡ Cariño!, ya he llegado, vengo con un señor que me va a usar. Ya sabes, quédate en la habitación, estaremos en el salón.
Una vez entrados en el salón de la casa, se apartó de mi y con cara seria y preocupada y mirando al suelo me dijo:
- Señor disculpa mi expansión anterior, indigna de una esclava, dirigiéndome a ti como mi amor cuando mi condición me prohíbe esos sentimientos, debiendo limitarme a prestar mi cuerpo sin implicaciones de otro tipo salvo permiso expreso de mi amo.
Debo solicitarte estas disculpas porque el castigo que merezco por haber sido negligente en la ocultación y discreción con respecto a mi condición de esclava sumisa se verá agravado por el hecho de haberlo sido ante el hombre que he amado siempre y, además, habérselo proclamado sin consentimiento de mi Amo. Cuando se lo confiese será implacable. Solamente le puede mover a clemencia el hecho de pedirte perdón por mostrar mi debilidad ante un sentimiento que me está prohibido, como es el amor.
- Elena, cuéntame como llegaste a estos extremos.
- Eso no estoy autorizada a contarlo. Según las reglas que me ha impuesto mi Amo, solamente debo limitarme a prestar mi cuerpo incondicionalmente al capricho de aquél que descubra mi condición de esclava.
- Pero Elena, yo no soy cualquier hombre, yo te he amado siempre y lo sabes, si no hubiera sido por tu estricta educación conservadora hubieras abandonado a tu estúpido marido y hoy serías mi esposa y yo no estaría solo como lo estoy ahora.
Ante eso Elena se derrumbó y entre un mar de lágrimas me confesó que arribó a su condición de esclava por culpa de su esposo, que se enfangó en un desfalco para poder pagar el crédito de su actual vivienda, pedido en malas condiciones. Que la implicó a ella en otro desfalco más en la empresa de su actual Amo y que el hecho fue grabado en video por el mismo apoyado por todo tipo de pruebas documentales, quien impuso, para no denunciarles, el sometimiento en esclavitud. Que, con el tiempo, las humillaciones constantes y las condiciones psicológicas ya fueron incapaces de planear, y mucho menos afrontar, una escapatoria a aquella forma de sobrevivir. Que, actualmente, ya le resultaría imposible llevar una vida normal sin que su Amo dirigiese su conducta y que también lo amaba pese a sus arrebatos de crueldad. Que su corrupción había alcanzado tal extremo que su marido y ella habían cooperado para lograr que su hija mayor, de 24 años y casada, también fuese esclava del mismo Amo y que, para colmo se había sentido orgullosa y feliz de que el Amo la elogiase por haber conducido a su propia hija a aquella degradación. Que ahora el Amo exigía que se le entregase a la hija menor, de 20 años, y que estaban empeñados en esa tarea que simultáneamente le asqueaba y le prodigaba placer por cumplir satisfactoriamente los deseos del Amo.
Ante aquella confesión de corrupción extrema y degradación de una familia modélicamente conservadora y religiosa, mis bajos instintos se manifestaron:
- Y bien, ¿estás ya en condiciones para que te pueda utilizar?
Elena sufrió como una especie de shock, no se esperaba esa reacción mía. Se puso colorada y cayendo de rodillas me suplicó:
- Por lo que más quieras, no me hagas esto. Te he contado todo porque te amo y confiaba en ti, no me hagas sufrir esta vergüenza. Puedo soportar toda humillación, pero, por dios, ante ti no. Me moriré de asco de mi misma.
- Déjate de lástimas, lo que me has contado sobre tu degradación me ha hecho der consciente del tiempo que perdí pensando en ti como mi ideal de mujer, una mujer que solamente arriesgó por dinero pero no por amor. Ahora te odio por ello y me voy a tomar toda la revancha que pueda, a fin de cuentas más bajo no habéis podido llevar a vuestra familia.
Elena volvió a palidecer, se tomó un tiempo para serenarse y dijo:
- Bien señor, me desnudaré para que me examine y decida si utilizarme y de qué manera.
Elena se despojó del abrigo y, como era de esperar, iba casi desnuda bajo él.
Por primera vez tuve la ocasión de evaluar su cuerpo: Estaba tostado por igual, imagino que de aparato de ultravioleta. Sus pequeños pechos, aunque ligeramente caídos, eran muy apetitosos, con unas aréolas oscuras y extensas y pezones largos y gruesos, anillados con aros dorados y unidos entre si por una cadena también dorada. En el cuello, al igual que en las muñecas, mostraba sendos collares y pulseras de acero, la derecha enlazada al anillo que dio lugar a la revelación de su condición de esclava. La barriga mostraba una ligera prominencia pero con pocos pliegues para su edad. En el pubis depilado completamente y bajo el pliegue de éste con el vientre mostraba un tatuaje que anunciaba su condición: "ESCLAVA". Tenía también anillado en oro el clítoris y dos puntos de los labios vaginales mayores, pero entre ellos se entrelazaba una cadena que, cerrada en el anillo del clítoris por un pequeño candado, impedía introducir un pene en su vagina.
- ¿ Y esta cadena en el coño, qué significa?
Ella, recuperada de su trance emocional que le llevó a confesarme su caída, respondió serenamente, aunque aún roja de vergüenza:
- Señor, hoy era el día en que debo acudir a examen del ginecólogo concertado por mi Amo para que dictamine las posibilidades de uso de sus esclavas. Como el coche se averió he debido acudir en autobús y por eso ha sido descubierta mi condición. El ginecólogo ha dictaminado que mi vagina, a causa de abuso, no pueder ser utilizada al menos en cinco días, por lo que ha procedido a timbrarla y remitirá directamente la llave a mi Amo quien decidirá cuando se puede usar nuevamente. El señor puede utilizar mi ano, mi boca o mis humildes tetas.
- Está bien, usaré lo disponible.
- Pues si me permite el señor, debo ir al baño para hacerme una lavativa en el ano ya que llevo en mis intestinos el esperma del ginecólogo que se cobra así los servicios que presta a mi Amo por examinar a sus esclavas.
- Espera quiero ver tu ano. Quiero ver su dilatación, abrirlo y ver la afloración del semen.
- Como quiera el señor. Y, enrojeciendo por la humillación más si cabe, se dio la vuelta ofreciendo su culo para el examen.
En el ano llevaba insertado un tapaculos de goma de grueso calibre. Se lo retiré y, efectivamente comenzó a destilar un viscoso líquido negruzco, sin duda por la mezcla con sus excrementos.
- Venga zorra, ve a asearte, pero como eres una guarra que te llevas por ahí los fluídos de cualquiera, te voy a vigilar.
- Su vergüenza y bochorno debió alcanzar límites extremos cuando ante mi vista debió sentarse en la taza del retrete, defecar y soltar pedos, para ver bien lo cual me agaché, limpiarse en el bidet y colocarse una lavativa en el recto. Cuando pasó del rojo subido de la vergüenza a la palidez y sudoración del efecto de la irrigación de los intestinos le impedí sentarse otra vez en el retrete para evacuar, y le dije que se colocase a cuatro patas en la bañera para que yo pudiese observar la evacuación. Allí soltó el esperado chorro sucio ante mi atenta mirada y seguidamente se duchó, se perfumó discretamente y por último se aplicó una crema en el orificio posterior.
- Señor, ya estoy lista para el uso.
- Bien, vamos al salón y llama a tu marido para que observe.
- ¡ Cariño, el señor quiere que contemples como me utiliza, ven al salón !
- Ven cornudo, voy a follar a tu mujer delante de ti. ¿ Te gusta ?
- Si señor, me gusta que mi familia y yo sirvamos al placer del Amo y al de quien él designe como usuarios de nuestros cuerpos.
- Tu sabes que cuando erais libres yo estaba enamorado de tu mujer y ella de mi y que me rechazó para que no fueses cornudo.
- No señor, ahora me entero.
- Pues mira ahora como esta furcia te pone una gran cornamenta no por amor, sino por haber sido codiciosos.
- Señor, ya llevo una gran y agradable cornamenta desde que sirvo a mi Amo, y me alegra mucho que usted se tome esta expansión con mi esposa porque el Amo será feliz cuando le contemos la causa. Seguramente castigará a mi esposa por su negligencia, pero estará encantado de haber compartido a su esclava en los términos que su reglamento establece.
- Bueno puta, ponte en posición para sodomizarte.
Elena se colocó en pie apoyando las manos sobre la mesa del salón, ante lo cual su marido intervino.
- Cariño, te recuerdo que tu obligación es informar al señor de que tu cuerpo está disponible para más cosas que el acto sexual y de que, en este caso debes preguntarle qué posición le agrada más.
- Señor, le informo que si lo desea puede utilizar mi cuerpo para satisfacer otras aficiones que usted tenga: Me puede flagelar y torturar a placer mientras no estropee la propiedad de mi Amo o cometer con mi cuerpo otra clase de sevicias como orinarme o defecarme donde desee. También puede ....
- Basta. Ya imagino qué puedo hacer, pero de momento quiero sodomizarte porque tengo los testículos a punto de estallar.
- ¿ Como desea sodomizarme el señor ?, en pie, en el suelo, sobre el sofá ...
- Ponte en el suelo boca abajo y sepárate tu misma las nalgas.
Elena apoyó su cuello sobre el suelo y girando la cabeza para mirarme, separó sus aún bonitas nalgas ofreciéndome su oscuro orificio. Introduje en él un dedo para explorar y entró con suma facilidad, introduje otro con el mismo resultado, fui añadiendo dedos hasta que tuve la mano dentro sin mayor dificultad.
- Zorra, le dije, en tamaño socavón no voy a obtener ningún placer.
- No se preocupe el señor, controlo el esfínter, solamente lo he relajado al máximo porque al señor le ha complacido meter su mano, pero si el señor quiere alojar su pene para darse placer lo cerraré.
- Después furcia, ahora me apetece tu boca.
Ella rápidamente se puso de rodillas para ofrecermela y no dudé en introducirla.
Era una maravilla poder meter toda la polla hasta los testículos sin encontrar ninguna oposición, superaba su garganta sin que ella mostrase más reacción que el ajuste de su ritmo respiratorio. Al poco rato ella no me la mamaba, era yo quien follaba su boca a mi gusto. Incluso cuando me detenía con la polla metida hasta el tope, ella parecía adivinar previamente mi intención y aspiraba más profundamente para poder resistir la oclusión de su garganta. Yo utilizaba la cadena entre sus pezones para pegarle fuertes tirones que le levantaban las tetas de forma grotesca.
Al poco rato le dije que era el momento de follarle el culo y ella se inclinó otra vez ofreciéndome como antes su negro agujero ya lubricado. Metí mi polla sin apenas resistencia, pero una vez dentro noté como la puta dominaba su esfínter apretando fuertemente cuando empujaba y aflojando un poco cuando me retiraba. esta vez yo tironeaba de la cadena de su clítoris.
- Señor, ¿ Me das permiso para tener orgasmos ?
- Si zorra, orgasma lo que quieras, a mi qué me importa.
Fue casi dicho y noté que ella tenía convulsiones entre jadeos y gemidos. Antes de depositarle toda mi leche en su interior debió obtener por lo menos cuatro orgasmos muy prolongados. Terminada la tarea quedé abrazado a ella que comenzó a sollozar.
- ¿Qué te ocurre putón ?
- Señor, es el día más feliz de mi vida. He tenido cuatro orgasmos con el hombre que amo. Nunca había tenido tantos ni de tanta intensidad. He alcanzado el paraíso.
- Estás loca, dijo su marido, esto habrá que contarlo al Amo y te castigará seriamente por mostrar sentimientos prohibidos a una esclava. además te has corrido y sabes que te lo tiene prohibido con extraños. Solamente puedes correte con el si lo autoriza, que sabes rara vez lo hace.
- Asumiré el castigo y ya se que debo contarselo todo.
Elena procedió a limpiarme la polla con su boca mientras yo fumaba un cigarrillo y tomaba una cerveza. Cuando terminó me dijo: Señor si te apetece orinar y te place yo puedo ser tu letrina.
- Buena idea, tengo ganas.
Ella se colocó de rodillas ante mi con la boca abierta y se bebió con una habilidad magistral mi caudaloso chorro.
Me despedí de la pareja diciéndoles que había sido un placer y que, ya que sabía donde vivían volvería alguna que otra vez.
- El Amo querrá conocerte en persona para ver si autoriza esas visitas, ya que el hecho de descubrir mi condición de esclava solamente da derecho a un uso sin autorización previa.
- Está bien. Dale mi teléfono. Y se lo anoté en un papel.
Días después recibí una llamada de Elena comunicándome que su amo quería conocerme en persona, pero que antes quería que yo presenciase un espectáculo de la humillación de ella ante mi persona en castigo por estar enamorada. Ningún castigo mejor para una esclava que humillarla ante el hombre amado.
Me dijo que pasaría a recogerme a determinada hora para acudir al lugar donde se celebraría. También me dijo que no sabía en que consistiría la humillación, pero que había sido cedida durante dos horas a un amigo de su Amo.
A la hora prevista me recogió en el coche que conducía su marido, ella vestida con el mismo abrigo hasta el cuello que el día que la descubrí. Imaginé que iba desnuda. Llegamos a una casa señorial en las afueras de la ciudad y nos abrió una jovencita criada que no llevaba puesto más que un minúsculo delantal y unas medias blancas con ligas al muslo. Nos condujo a Elena y a mi a un gran salón y nos pidió nuestros abrigos, mientras su marido se quedaba en el coche. Efectivamente, Elena estaba desnuda salvo que esta vez llevaba unas medias negras de rejilla con ligas también ceñidas a los muslos que resaltaban deliciosamente la forma de sus firmes y potentes piernas y muslos apoyados por unos zapatos de tacón de aguja. Ya no llevaba la cadenita cerrando su vagina, por lo que se supone que era utilizable por allí de nuevo.
La criada enganchó una cadena al anillo del clítoris de Elena y tirando de ella nos condujo a otra amplia sala casi vacía donde solamente había en el centro un bajo caballete acolchado y forrado de cuero y, a su lado una mesa larga de madera con el tablero también forrado de cuero, unos sofás alrededor completaban el mobiliario. La criada nos dijo que esperásemos y dejó caer la cadena, el peso del tramo hasta el suelo estiraba dolorosamente el clítoris de Elena aunque ella no mostraba ninguna señal.
La semidesnuda y apetitosa criadita regresó conduciendo una silla de ruedas en la que venía sentado un viejo octogenario que me invitó a sentarme en uno de los sofás y procedió a examinar y palpar todo el cuerpo de la esclava Elena. Tiraba de las cadenas de los pezones y del clítoris, se los retorcía y apretaba fuertemente, amasaba sus tetas y le introducía dedos por la vagina y el ano. Por el enrojecimiento de la cara de Elena percibí que estaba pasando un gran oprobio. Así pasó el vejete cerca de un cuarto de hora dejando los pechos y las nalgas de la esclava totalmente colorados.
Después la criadita colocó a Elena con el pecho apoyado sobre el bajo caballete y se desprendió del delantal colocándose alrededor de la cintura un arnés con dos colosales pollas de goma que embadurno de crema. Introdujo sin dificultad las pollas en los dos agujeros contiguos de Elena y procedió a follarla con gran violencia mientras el viejo, desde su silla, flagelaba su espalda y nalgas.
- Zorra, como se te ocurra correrte vas a salir de aquí en pedazos, eso si no te rompen antes esos consoladores de mi esclava. Tras otro cuarto de hora de abuso de los orificios de Elena, ésta fue atada por las pulseras de sus muñecas a unas argollas fijadas en el suelo, el caballete colocado bajo su vientre y elevado mediante una manivela y, por fin, sus tobillos atados a otras argollas del suelo manteniendo sus piernas muy separadas con lo que sus genitales estaban disponibles para hacer cualquier cosa. La criada le introdujo en la vagina un enorme tapón anal y le colocó unas gruesas gomas elásticas en la base de los pechos que los comprimían fuertemente, también colocó hábilmente otra pequeña goma alrededor del clítoris, por debajo del anillo, que lo hacía sobresalir como una pequeña polla. El resultado debía ser sumamente incómodo y doloroso. La criada o, según lo oído, esclava del dueño de la casa salió de la sala diciéndole: Esto lo hago por ti, así tendrás que hacer menos esfuerzos para no correrte.
Mientras duraba su ausencia me percaté de que Elena me echaba fugaces miradas para valorar mi actitud ante las sevicias que estaba sufriendo. Regresó la criada con una reata de tres enormes perros con las patas enfundadas en guantecillos de cuero lo que les ponía nerviosos. La criada ató a los perros a una de las argollas del suelo, tomó un frasco y con su contenido untó el ano de Elena después de librarla del tapón, la cual, sabiendo ya su destino lloraba desconsoladamente. Vistos los lloros, la criada tomó precauciones para evitar arrebatos de pánico y le colocó una mordaza de bola en la boca.
Destrabó a uno de los perros que rápidamente fue a olfatear y lamer el culo de Elena. Tardó poco tiempo en emprender la labor que se esperaba de él y con gran habilidad, lo que indicaba costumbre, le clavó la gran y larga polla en el ano y la folló agitadamente. La criada no impidió que el bulbo penetrase por lo que Elena se vio obligada a la consiguiente espera tras la eyaculación con sus intestinos rellenos por el pene del animal. En esta situación Elena procuraba volver la cara hacia el lado donde yo no pudiera verla, por lo que corrí el sofá para sentarme más cerca de ella y de frente, de manera que no pudiera ocultarse más que mirando al suelo. Mostraba toda la cara bañada de mocos, saliva y lágrimas.
De igual manera se procedió con los otros dos perros, cada uno más grande que el anterior y con el pene más largo y bulbo más grueso.
Terminado el trabajo de los perros, la criada desató a Elena, le quitó el tapón de la vagina y la mordaza, le trabó las muñecas y los tobillos al collar y le colocó un separador de piernas dejandola ante mi mientras retiraba los perros. Me expliqué qué pretendía la criada cuando vi los borbotones de semen canino que resbalaban por los muslos de la esclava procedentes de su abierto culo. El rubor de Elena era el mayor que he visto nunca.
De regreso, la criada tumbó a Elena ante el viejo paralítico que no había hecho más que masturbarse durante toda la sesión, le insertó un embudo en la vagina y, mientras ella orinaba en la cara de Elena, el viejo intentaba acertar con su chorro en el embudo, cosa que asombrosamente logró.
Cuando destrabó a Elena de su separador de piernas y le quitó las gomas de las tetas que habían hecho efecto amoratándolas por falta de riego sanguíneo y la esclava sufría fuertes dolores por el regreso del riego, le azotó sobre ellas con una fusta de caballo. Elena se retorció aullando como una loca.
- La goma del clítoris te la puedes quedar de recuerdo, cerda.
Le ató otra vez la cadena al clítoris y condujo al patio de la casa. Con el clítoris también amoratado, el dolor del peso de la cadena era insufrible para Elena, quien se aferró a ella para disminuir el peso pero fue reprimida con otros tres fustazos en cada uno de sus ultrasensibles pechos. En medio del patio la criada soltó de golpe la cadena que obtuvo la buscada respuesta de Elena en forma de alarido. Allí tomó una manguera y la bañó con agua helada a presión.
- No diga tu Amo que no se te devuelve limpita.
Así terminó aquella sesión de uso humillante de una esclava. Bueno, no terminó del todo para Elena, le habían dejado un diabólico regalo de efecto retardado. Cuando su marido, ya en el coche, le retiró la gomita que atenazaba el clítoris, el retorno del riego sanguíneo hizo que el viaje hasta su casa fuese una pesadilla para ella.
A los dos días me volvió a llamar porque su Amo me había citado para conocerme, me dictó la dirección donde debía acudir y allí me presenté en el día y hora justa de la cita. era una gran casa solitaria en las afueras de la ciudad, similar a la del paralítico a quien se había cedido a Elena días antes. Me abrió la puerta el marido de Elena, que estaba desnudo salvo una argolla que le rodeaba la polla por detrás de la bolsa escrotal. Me invitó a acompañarle a una gran sala de suelo de mármol donde se encontraban varias personas desnudas o casi. Además de Elena, que estaba sujeta por cuello y muñecas a un cepo de madera de cara a la puerta, se encontraba su hija Eva, a quien yo conocía de años atrás y que exhibía impúdicamente una gran barriga de preñada, quizá de unos ocho meses. Como sabía por Elena que estaba casada y que ella y su marido eran quienes la habían conducido a aquella situación, me fijé en que el dedo anular de su mano derecha también tenía el mismo anillo de hierro de esclava que Elena, que estaba por delante de la alianza matrimonial y que impedía desprenderse de ésta por estar sujeto a una pulsera de acero mediante una cadenilla.
Un hombre de unos setenta años se acercó a mi diciendo:
- Buenos días señor Lagos, bienvenido a esta mi humilde casa. Espero que disfrute de los placeres que quiero ofrecerle.
- Caballero, gracias por su acogida que no merezco y quiero agradecerle de antemano lo que me ofrecerá y, por supuesto, el haberme dejado disfrutar de su esclava Elena.
- Oh, no hay de qué. Ya sabe que si la descubre tiene el derecho de uso por una vez. Me alegro de sus conocimientos. ¿Pertenece a alguna asociación esclavista? ¿Tiene o ha tenido alguna esclava o esclavo?.
- Reconozco que estoy interesado en ello y me he documentado, pero, por falta de tiempo y recursos no he podido hacerme con una esclava. No me interesan los esclavos.
- Bueno, no se preocupe, puede usted disfrutar de los míos el tiempo que desee si tiene imaginación. Yo ya soy viejo y se me acaban las fuerzas para sacar todo el provecho de esta ganadería. Ya conoce a las bestia Elena y Juan, su marido, le presento a Eva, la hija de ambos, está casada también y, como puede apreciar, preñada de siete meses. Hoy es el día en que se decide su incorporación a mi cuadra. Hasta ahora ha estado en fase de adiestramiento. También le presento a mi segunda esposa y esclava Alicia.
Alicia tenía toda la cabeza cubierta por una máscara negra de látex, pero se podía apreciar que debía tener alrededor de los cincuenta años, cuerpo delgado y esbelto, bien ejercitado, bonitas piernas enfundadas en medias de rejilla con ligas a medio muslo y tetas de tamaño regular con buenos pezones y aréolas. Al igual que Elena y Eva tenía totalmente depilado el pubis que sorprendentemente, y al contrario que aquélla, mostraba una entrada vaginal muy pequeña, casi infantil. También tenía anillado el clítoris y los pezones.
- Señor, le alabo el gusto por la variedad. Tiene una esclava con un coño descomunal y otra con un coño infantil.
- Si, su padre, que fue su anterior amo, la entrenó con un sistema especial que no me llegó a describir en detalle, pero que básicamente consistía en que, desde los cinco años llevase insertado en la vagina un pequeño cilindro que ella tenía que comprimir con los músculos de su esfínter continuamente para que no se saliese. Así se consiguió ese pequeño agujero, no obstante admite enormes cosas dentro, no vaya a equivocarse. Esta esclava alcanza hasta el grado 34 en el cono de medición de apertura máxima.
- Disculpe, el cono ¿de qué?.
- Ah si. Es un cono graduado donde siento a las esclavas sin ningún apoyo y clavándose por el orificio a medir hasta que ellas mismas piden dejarlo. Así tenemos que Alicia alcanza 34 por el coño como le he dicho y 28 por el ano, buena marca en relación con esclavas de amigos míos, claro que lejos de Elena, que llega a 40 y 32 respectivamente. Hoy vamos a medir a Eva, que si alcanza 26 por el coño y 20 por el ano, será recibida en esta modesta cuadra y marcada y anillada. Pero menos conversación y compruebe usted. - Alicia prepara a Eva.
La esclava Alicia colocó un collar y unas pulseras de cuero a la preñada y le trabó las muñecas al collar. Acto seguido fue a un rincón de la sala de donde volvió con el famoso cono que situó ante el cepo donde estaba atrapada Elena de forma que ésta lo viese bien. Por fin el viejo llevó a la preñada hasta el cono preguntándole:
- Esclava fecundada, ¿Has seguido las instrucciones?
- Si Amo, he seguido las instrucciones que en su sabiduría me impartió. La esclava Elena, que con su lúbrica y desordenada conducta sexual me trajo al mundo, me ha ayudado a conseguir un buen grado de abertura de mis orificios para agrado de mi Amo. Pero ruego al Amo que sea benevolente si no alcanzo el nivel que él desea cuanto antes y tenga en consideración que hasta hace unos meses he estado sometida a las inútiles y consideradas costumbres del matrimonio que no contemplan el debido y productivo uso de los cuerpos esclavizados.
- Esclava Elena, ¿es eso cierto?
- Si Amo, desde que la hiciste preñar por mi esposo, su padre, ya que su marido no servía, la he preparado para tu servicio de forma que su actitud de sumisión, el estado de gravidez y la anchura de sus orificios coinciden con la situación que el Amo me ordenó.
- ¿Y la otra?
- Amo la otra criatura que yo parí se muestra obstinadamente en contra de la esclavitud pese a los beneficios que le he descrito.
- Recibirás un castigo por tu impericia.
- Gracias Amo por castigarme. Hágalo duro porque he sido muy inútil al servicio del Amo.
- Preñada,¿ has traído el contrato firmado por ti y tu marido consintiendo en que seas mi esclava?
- Si Amo, lo he traído. Mi marido está de acuerdo en todas las cláusulas y le da las gracias por su generosidad con el dinero que le ha dado a cambio de mi disposición como esclava. Me ha encargado que le diga que no se preocupe por mi camada después del parto, que, efectivamente se hará cargo de darle una esmerada educación hasta su mayoría de edad, pero que después, si no se ha emancipado será cosa de usted. - Bien, tal y como se acordó. Supongo que también es consciente de que no te volverá a ver.
- Si Amo, lo es.
- Bien, pasemos a la prueba. Tiene claro de que si no la superas quedarás a disposición de tus padres y no querré saber nada de ti.
- Si Amo, sométame a la prueba.
- Alicia !. Requirió el hombre.
Y está ayudó a la maniatada preñada a colocarse de manera que el vértice del famoso cono se insertase en la entrada de su vagina.
- Zorra, ponte de cara a la perra de tu madre para que compruebe la educación que te ha dado.
Eva comenzó a agacharse deslizando el vértice del cono en su interior. Como no podía apoyarse en nada por las ataduras de sus muñecas al cuello, todo el esfuerzo para no caer de golpe y rasgarse la vagina lo soportaban sus muslos y piernas. Cuando llegó a la marca de 20, marcas que iban siendo cantadas por Alicia, comenzó la tortura, los sudores, las lágrimas, los temblores .... no obstante alcanzó los 25 y quedó paralizada. Creíamos que no lo conseguiría.
- Por dios Alicia empújame, dijo, te lo ruego.
- ¿Amo?, solicitó permiso Alicia.
- Está bien, ayúdala, pero entonces la marca deben ser 28.
- Alicia la empujó bruscamente de los hombros hacia abajo y la barrigona quedó insertada hasta la marca de los 30. Tras comprobarse su logro emitió un resoplido y se dejó volcar al suelo.
- Esa caída sin permiso merecerá un castigo, dijo el viejo. ahora comprobemos el ano. Esta vez no habrá ayuda de ningún tipo.
Repetida la maniobra por el otro agujero, salvó la marca con 22 sin problema.
- Bien quedas oficialmente admitida como mi esclava. Mañana procederemos a tu marcado y anillado, pero hoy vamos a celebrarlo. Y dando una palmada entraron en la sala dos negros desnudos con una pollas que, en reposo, parecían ya descomunales.
- Estos dos amigos te van a dar el bautismo de fuego, déjate llevar por ellos.
Alicia desató a Eva sus manos del collar y los negros se acercaron a ella obligandola a ponerse de rodillas y chuparles las pollas. La muchacha barriguda no tenía mucha experiencia obviamente, ya que con una sola polla en la boca tenía nauseas, se atragantaba y no lograba ni meterla en anchura, cuanto menos las dos al mismo tiempo.
- Elena, otro defecto en la educación de tu progenie, anota otro castigo por eso, dijo el viejo.
- Amo, si tienes a bien soltarme del cepo la enseñaré casi en el acto, tiene cualidades, lo que ocurre es que en casi solamente estaba disponible la polla de su padre y no es comparable a la de estos dos magníficos señores.
- Déjate de historias Elena, la hubieras podido entrenar con unos buenos consoladores, que hay de todo tamaño, y de paso te hubieran podido ayudar a abrirle mejor los agujeros, que lo del coño lo ha pasado por los pelos, y eso que está preñada en avanzado estado y se supone que las hormonas le facilitan la apertura de esa cavidad. Has hecho deficientemente tu trabajo y recibirás lo que mereces. De todas formas hoy me siento benevolente y voy a permitirte enseñar a tu hija sobre la marcha, además así el señor al que amas tendrá otra oportunidad de comprobar lo perra lúbrica que eres.
- Gracias Amo por darme la oportunidad de enseñar a mi hija la manera óptima de comer pollas para que le de mayor placer a la suya, además Amo, si me lo permite, quiero que sepa que quien está más cerca de mi afecto es su persona, que me protege, me alienta con su semen de privilegiados genes y ordena con los debidos castigos mi antes desorientada vida. Ah! si yo hubiera sido su esclava antes de que la naturaleza me envejeciese y le hubiera podido entregar mi útero para que me preñase. Hubiera sido la hembra más feliz del universo teniendo en mi su semilla.
- No te voy a decir la causa pero te has ganado otro buen castigo. Perra estúpida. Alicia suéltala y que ayude a su hija a aprender a mamar pollas.
Mientras Alicia soltaba a Elena del cepo me fijé en sus manos y me resultaron sumamente familiares ya que las tenía fijadas en mi retina. Era una compañera de trabajo en mi empresa que me agradaba mucho pero era huidiza. Me acerqué al viejo y le pregunté por ella diciéndole abiertamente que estaba seguro de conocer su identidad y mencioné su nombre.
- Oiga, es usted un lince, de dos esclavas y media que tengo me ha descubierto directamente a dos. Le contaré. Alicia X es la hija de una esclava de un hombre que decidió que fuera, a su vez, esclava desde su nacimiento. Así lo había decidido cuando tenía otros tres hijos de su legítima esposa. Pero tuvo la desgracia de perderlos a todos juntos en el derrumbe de un edificio donde se encontraban de compras, así que su única heredera, ya anciano, era Alicia, la hija de su esclava y esclava a su vez, a quien ya tenía más que domada, marcada, esterilizada y miles de veces follada por todas partes, no solo por él sino también por sus amigos, amigas, criados, mascotas, etc... Pero sin embargo, consciente que era lo único de si mismo que perviviría, la declaró heredera con objeto de que así su herencia no pasase a la hacienda pública y me pidió que me casase con ella para que una bestia esclava no dilapidase sus bienes de acuerdo con su deficiente discernimiento. Y así me encuentra usted, caballero, a mi edad, casado con una esclava infértil y ligado a otra serie de lastimosos seres de cuadra a quienes tengo que mantener debido a su bestial y mísera condición.
- No se queje usted, caballero, bien me gustaría estar en su lugar y disfrutar ilimitadamente de su cuadra. Sus bestias no son ejemplares jóvenes y hermosos como los que han adquirido otros, pero son sumamente sumisos y le han salido gratis o, mejor dicho, con beneficio, habida cuenta de la dote de Alicia.
- Señor, ha despertado usted mis simpatías y le ruego me haga el honor de disfrutar de mi cuadra cuando y donde a usted le plazca sin ninguna limitación.
- Caballero, con su permiso desearía aplicar a la esclava Alicia algún castigo por su desconsideración a mi persona al ignorarme, pese a mis intentos de acercamiento en la empresa donde ámbos trabajamos.
- Es suya, así como todo el instrumental de la sala. Ensáñese con ella, yo reconozco que no la utilizo debidamente. Quizá por ser mi esposa me retraigo inconscientemente. No dudo que usted podrá conducirla al límite del sufrimiento.
Ordené a la esclava tumbarse en el suelo boca arriba y abrirse todo lo posible con sus dedos los labios vaginales alzando las caderas para ofrecer su depilado monte de Venus. Tomé una flexible y fina varilla de entre el instrumental y descargué un trallazo sobre su expuesta, abierta e indefensa entrada vaginal. La zorra exhaló un aullido y se retorció encogiéndose de dolor. Le concedí un minuto para reponerse y le ordené volverse a colocar en la misma posición pero se negó, así que, ayudado por el esposo de Elena, la colgué en un columpio de forma que forzosamente expusiese a la altura de mis ojos aquella parte de su anatomía cuyo acceso se negaba a facilitar. La coloqué una mordaza de bola, le coloqué unas pinzas de cocodrilo en los labios interiores que tiraban de éstos -abriendo exageradamente su agujero- por estar enganchadas mediante una cadenilla a unas bandas de cuero sujetas a sus muslos. Así dispuesta le comuniqué que había tenido intención de aplicarle dos golpes con la varilla, pero vista su molesta conducta se ampliarían a seis. Sus ojos casi se le salieron de las órbitas por el terror.
Entretanto Elena se desesperaba por enseñar a su hija a introducirse la gran polla negra hasta rebasar la garganta y alojarse en el esófago como ella sabía hacer, pero por más ejemplo que la diese, la preñada se mostraba incapaz y le sucedían las nauseas y los ahogos, por lo que su Amo decidió con hastío que parasen y que los negros comenzasen a follarse a Eva por los dos agujeros simultáneamente. Todo ello con la promesa de un soberano castigo a las dos por su ineptitud, una como maestra y la otra como alumna.
Elena fue conducida por su marido otra vez al cepo mientras los negros estaban ya ocupando los doloridos, por la prueba del cono, agujeros inferiores de Eva. De cuando en cuando, para mal de la embarazada, le introducían las dos pollas juntas en alguno de ellos.
Entretanto yo, para prolongar la angustia y acentuar el dolor de Alicia, le inserté un globo de caucho en forma de balón de rugby en la vagina, que inflé con una bomba dotada de manómetro casi a la presión a partir de la cual era peligroso según el manual de uso. Una vez cerrada la válvula y retirada la bomba con su conducto, la cavidad vaginal de la esclava quedó absolutamente rellena y comprimiendo fuertemente las paredes y el resto de los órganos. Por su agujero, terriblemente dilatado, asomaba parte de la superficie del globo y el cordelillo para extraerlo cuando lo desinflase. Le suministré un enema de 3 litros en los intestinos y los sellé con otro globo hinchado, pero éste en forma cilíndrica y bastante largo, unos 30 cm. que se lo inserté en el ano ayudado de la varilla de golpear.
Satisfecho de la idea miré su cara: Estaba despavorida. Probablemente pensase que sus cavidades estaban a punto de reventar. Esperé un rato más para contemplar los efectos del enema y el espectáculo ofrecido por la preñada.
Eva había recibido ya en la boca el esperma de los dos negrazos que había bebido religiosamente y tras agradecerles y el don se encontraba arrodillada ante ellos con la boca abierta en espera de sus meadas, que no tardaron en fluir caudalosamente atragantándola y bañando todo su cuerpo. A los reproches de su Amo respecto a su impericia bebiendo orina respondió humildemente que solamente había podido ensayar con su padre y su madre y que la meada de ellos no era tan caudalosa. Elena se ganó otro castigo por no haber adiestrado a la esclava novel depositando los orines en un botijo con el debido ancho de pitorro y haciéndola beber de él.
Volví mi atención a Alicia a quien descargué los seis golpes de forma pausada e irregular justo sobre el clítoris, muy resaltado debido a la compresión de la pelota dentro de su cavidad. La esclava sudaba a mares, babeaba, moqueba y lloraba. Se iba a deshidratar con tanto flujo. Así que ordené al esposo de Elena que le quitase la mordaza sustituyéndola por un separador de mandíbulas ajustado al máximo y le hiciese ingerir grandes cantidades de agua, con la intención de colmar su vejiga.
Mientras empezaba a hacer efecto el agua sumandose al del enema, pedí permiso al amo para castigar yo a Elena. Al igual que con Alicia le ordené tumbarse y ofrecer bien abiertos los labios del coño con sus dedos para golpear esa parte, cosa que hice sin el mayor empacho cuatro veces. Al revés que la otra esclava, Elena no aulló y se mantuvo abierta a los cuatro golpes, eso si, después del primero sudaba y lloraba a mares.
Mientras tanto el amo había hecho retirar a los dos negros y llamado esta vez a tres, con los miembros si cabe más grandes, que siguieron follando simultáneamente a la preñada, quien en ese momento tenía dos pollas en el ano y una en la vagina. Era difícil comprender como se habían colocado los tres inmensos cuerpos para poder acceder a los orificios, pero lo habían hecho. La chica estaba ya desmadejada y sin fuerzas.
Su marido colocó otra vez a Elena en el cepo, no sin antes seguir mis instrucciones de inyectarle un enema y colocarle un tapón anal, y yo volví a prestar atención a Alicia golpeando con un macillo la parte del globo que, hincado en su interior, asomaba por su expandida vulva. La repercusión de esos golpes en su llena vejiga y sobre el otro globo del ano que contenía el enema la hicieron prorrumpir en gritos por su forzada boca, lo que obligó a colocarle otra vez la mordaza de bola.
Ya con ganas de soltar mi esperma, dimos por terminada la sesión soltando a las esclavas, colocándolas en el centro de la habitación y liberándolas de sus tapones: Alicia se cagó y meó inmediatamente y Elena también aflojó sus intestinos. Alicia y la barriguda Eva fueron meadas en la boca por el amo, el esclavo y los tres negros. El amo tuvo buen cuidado de que a la preñada la mease su propio padre aparte de los otros. Yo, mientras follé a Elena en la boca hasta que me corrí y después la mee también en la boca, agradeciéndome la deferencia de hjacerlo yo en persona y no dejar tal tarea en la polla de los negros.
Me hice buen amigo del amo quien me dejó disfrutar frecuentemente de sus esclavas, más de su esposa Alicia quien, trabajando en mi misma empresa debía soportarme más allá de las sesiones que instituimos todos los jueves por la noche. El amo, sabiendo que lo más humillante e insoportable para Elena era su exhibición pública, me la prestó para que los sábados por la noche la pusiese a disposición de un club de esclavistas, compuesto por unas dos docenas de socios y socias, más invitados, que disfrutaban de ella en público. Como era la esclava más madura, normalmente no era usada para follar sino para tortura y servicios de letrina. Yo siempre estaba presente para aumentar su vergüenza.
Una de las prácticas que mas me gustaban era intentar arrancar un orgasmo de Elena, que lo tenía prohibido, haciendo que su hija la follase por el culo con el puño mientras Alicia le hacía lo mismo por el coño. Yo me encargaba de la boca. Pocas veces lo conseguí, pero esas le apliqué tales castigos que su ginecólogo me amonestó y la clausuró el coño con la consabida cadena y el candado durante un mes entero. Su hija disfrutó en su lugar de mis atenciones, lástima que estando preñada no se podía extremar el celo, pero si puedo decir que pronto fue la mejor mamadora de pollas y folladora de las tres. El parto la sobrevino estando en un cepo disfrutando de plomadas colgadas en los peones y el clítoris. Fue delicioso cuando unas semanas después pude disfrutar estrujando sus hinchadas ubres o utilizando artefactos para sacarle la leche.
Con el tiempo, la amistad con el amo llegó a tal extremo que cuando falleció me legó su herencia completa. La otra hija de Elena, Nuria, quedó convencida de ser mi esclava a cambio de ser ama de sus padres y hermana. Puedo decir que fue más rigurosa que yo en imponerles correctivos.
Como yo no quería llegar al final de mi vida como el fallecido amo, me casé con mi esclava Nuria, a quien hice preñar dos veces y reconocí a sus vástagos a fin de tener herederos a quien educar como amos y transmitir mis posesiones. Cuando eso llegó, Elena y su marido ya habían sido liberados y disfrutaban de una generosa pensión. De vez en cuando los visitaba y me la follaba a ella delante de él agradeciéndome la deferencia los dos. Conservaba a Eva, y a Alicia la vendí al viejo paralítico para servirle de letrina.