Relatos Eróticos Primera Vez
Portero de noche
Publicado por Anónimo el 30/11/-0001
Su minúsculos pechos estaban expuestos, sus aureolas marrones y pezones oscuros se excitaban en aquella fría estancia por la que iban desfilando.
Le puso las manos cariñoso sobre sus hombros, palpando cual ciego su anatomía, tratando de lograr que sus dedos memorizaran cada centímetro de su piel sensible y torturada.
Su respiración era más rápida cada vez, y aunque se estaba reteniendo todo lo posible, no podía evitar que de su boca emergiese un quejido.
Max era portero en una hotel de Viena. Habían pasado ya siete años desde que abandonara Alemania al término de la II Guerra Mundial. Él había sido
oficial de las SS y ahora quería olvidar todo lo que había pasado, en realidad era sincero si decía que todo aquello debía ser un capítulo definitivamente cerrado de su vida.
Aquella noche llegaron al hotel un grupo de gentes distinguidas procedentes
De Nueva York, un director de orquesta y su esposa, más un grupo de cantantes y músicos de ópera. Una mirada se clavó en la suya, no era posible que estuviera allí, después de tantos años, de tantos sufrimientos y penalidades. Pero era cierto, era ella, Erica. Estaba con su marido el director de orquesta, un hombre rebosante de éxito y demasiado orgulloso para plantearse el bienestar y los deseos más recónditos de su joven esposa, casi una niña en cuerpo de mujer.
Seguía delgada y alta, con unos pechos minúsculos y piernas largas y huesudas, pero tremendamente atractiva con aquella mirada ingenua que parecía buscar alguna explicación en todo lo que le había pasado en su difícil vida.
Era ella, sin duda, pero ¿qué estaba haciendo allí? Tal vez había ido a declarar contra él, a que le apresaran o tal vez le condenaran por los crímenes que había cometido en los campos de concentración. A condenar que hubiera escogido a aquella joven hambrienta y separada de su familia para que le sirviera en sus juegos perversos y sus orgías.
La recordaba en aquella larga fila de cuerpos desnudos, hombres y mujeres
desnudos de todas las edades, cuerpos sebosos y esqueléticos, fláccidos y
firmes. Entre todos ellos Max se colaba con su cámara de video grabando
caras, cuerpos, culos. Le excitaba ver aquellas imágenes con las que se masturbaba por la tarde.
Era sádico pero muy excitante, buscaba un cuerpo perfecto, que le diera pasión en aquellos difíciles días, difíciles no sólo para las víctimas,ellos, los verdugos también eran humanos y también tenían sus sufrimientos y sus necesidades y los de él en ese momento eran encontrar una mujer que fuera su juguete sexual.
Erica se tapaba el pubis tímida, un pubis enmarañado y velludo que apenas
quedaba cubierto con sus manos. Su minúsculos pechos estaban expuestos, sus
aureolas marrones y pezones oscuros se excitaban en aquella fría estancia
por la que iban desfilando. Se sentía muy avergonzada, pasear su cuerpo desnudo delante de sus familiares, vecinos y conocidos era la mayor vileza que se podía cometer con ellos, era rebajarlos a la condición más degradada.
Esa mujer era lo que Max estaba buscando, ella jugaría con él como ninguna
otra podría. Era su niña inocente. Un juguete de sus perversiones, de sus caprichos.
Una vez la fue a buscar a aquellos barracones nauseabundos donde en camas
amontonadas dormían todos juntos. En una cama estaba un general de las SS
montando detrás de unos de los jóvenes prisioneros más apuesto, le penetraba de un modo audible, una y otra vez. El joven lloraba y se sentía vejado y humillado, como una basura, una escoria. Todos observaba aquella humillante escena pensando que mañana otro de ellos podía ser elprotagonista de la asquerosa vejación.
Desde el umbral le hizo una seña, Erica se levantó temerosa pero obediente,
al menos no lo iban a hacer delante de todos.
La quería solo para él, en su cuarto. Quería verla bella y resplandeciente,
Le quitó suavemente ese horrible uniforme rayado que ocultaba su belleza. Había preparado para ella un camisón muy suave de seda rosa. Le ayudó a ponérselo por la cabeza, acariciando muy tiernamente sus brazos y bajando por su cintura ala vez que aquel camisón rozaba todo su cuerpo, bajando en caída libre pero pausada.
Le puso las manos cariñoso sobre sus hombros, palpando cual ciego su
anatomía, tratando de lograr que sus dedos memorizaran cada centímetro de su piel sensible y torturada. Pero ella no le tenía miedo, no podía ser que un hombre que la miraba cándido y amoroso la violara contra su voluntad, su mirada apacible no era como la del resto de los oficiales que la desnudaban y violaban con la vista cada día.
Acercó su boca a sus pechos por encima de la seda, sus pezones temblaban turgentes esperando lo que venía después.
Era virgen y por lo tanto ningún varón anteriormente había penetrado su monte,su tesoro. Pero sabía perfectamente que cuando un hombre quería a una mujer entre los dos se despertaban unos sentimientos casi animales, había visto cómo hacía unos meses se había comportado de un modo desesperado con Philip, un joven judío quevivía sirviendo en la casa de nobles de la plaza principal de la ciudad. Sabía que un clic se disparaba en el cuerpo de la gente cuando se besaban y acariciaban como
si no se pudiesen retener, como si el cuerpo mandara en ese instante y la cabeza no pudiese controlar las emociones al parecer muy intensa que se experimentaban. Pero ella no lo había experimentado hasta entonces, le asustaba que saliendo con los muchachos de la escuela perdiera algo que quería entregar a alguien que llegara a ser un gran amor, para toda la vida, como decían sus padres.
Pero Max sabía que si aquel cuerpo inocente saboreaba, degustaba los deleites que él estaba dispuesto a ofrecerle, no se podría retener ni echar atrás.
Sus hábiles caricias, por su cadera y su ombligo, con apenas la punta de sus dedos estaba haciendo que Erica se encrespara, y era muy evidente que sus pezones estaban erectándose como respuesta inconsciente. Su respiración era más rápida cada vez, y aunque se estaba reteniendo todo lo posible, no podía evitar que de su boca emergiese
un quejido, un estremecimiento que avergonzaba a Erica y que Max identificó claramente como excitación cercana al clímax. Max seguía tomando la iniciativa y acercando sus labios inflamados de deseo en los de Erica, que se dejaba hacer, ya presa de una oleada que no sabía lo que era pero que la dejaba sin voluntad y a merced de aquel hombre cruel, sanguinario pero en ese momento para ella, tan tierno y arrebatador.
Mientras Max la besaba apasionadamente con su lengua tocando la de ella y
Con sus labios succionando los fluidos de su boca, sus manos no quedaron quietas sino que identificaban con pasión cada parte de su anatomía como si después fueran a preguntar a aquel macabro ser humano cómo eran sus pechos, sus pezones, a qué altura comenzaba la rajita de su ano y cuánto vello tenía alrededor de sus labios vírgenes. Sus dedos medían, sopesaban, acariciaban, escrutaban cada palmo de su piel como si aquel monstruo pretendiera reconocer a aquella dulce niña con los ojos cerrados.
Pero aquella nueva experiencia para ella no era desagradable como a ella le hubiera gustado al ser llevada a aquel cuarto por aquel oficial
enemigo, era una experiencia placentera y reveladora, que la estaba excitando sobre manera. Supuso que una mujer cuando se excita derrama algún tipo delíquido por su vagina porque eso es lo que le estaba pasando, unas gotas le bajaban por entre sus piernas, no sabía por qué pero suponía que todo eso obedecía a la misma razón por la que sus pezones estaban tan sensibles al roce con el pecho de ese hombre y sus piernas estaban temblando, o su piel tenía los vellos de punta y
sentía en lo más profundo de su voluntad unos escalofríos nunca antes experimentados
por ella.
Sorprendente que aquel hombre estuviera siendo tan tierno y comprensivo con
ella, tan cariñoso, tan amoroso. Seguro que pensaba llevarse algún premio por ello, no por los oficiales, ni siquiera por el Fürer, para ellos aquello era un desahogo lógico de un oficial hacia una puta judía, una zorra que a partir de ese momento iría de cama en cama por todo el campamento y si era buena en sus habilidades podía trasladarse a otros campos para hacerlo con otros oficiales o generales, tal vez con el propio Hitler, que decían ya estaba cansado del sexo tradicional y buscaba nuevas cosas, putas con ideas revolucionarias, másdepravadas y sádicas.
Pero para Max su premio era que aquella niña lo amara, a pesar de todo, que
Se entregara a él por su propia voluntad, que perdiera su tesoro con él como si fuera el hombre de su vida, como si quisiera no volver hacerlo con ningún otro.
Y desde luego ese modo de moverse casi inconsciente, desbocado y locuaz que
Erica mostraba parecía convencerle de que lo estaba consiguiendo. Ya tumbado en su lecho estaban desnudos, muy excitados. Aquella niña había aprendido rápido, no había visto nunca cómo se hacía aquello pero desde luego no era lo que se podía considerar una muchacha pasiva, culebreaba debajo de él con una fuerza sorprendente,
más todavía sabiendo que las raciones en el campo era minúsculas y los cuerpos iban notando la falta de alimentos perdiendo su vitalidad y rapidez de movimientos.
Pero ella parecía estar dando el máximo de su vitalidad, no porque quisiera o calculara que aquello la estaba salvando la vida, su cuerpo quería, su piel estaba sintiendo algo nuevo y lo más maravilloso que nunca jamás hubiera imaginado. Su cuerpo estaba dispuesto a entregarse, a morir si cabe, por experimentar aquel clímax a bocanadas, con desesperación.
Aquellos recuerdos consumían a Max, ¿por qué aquella mujer le había buscado?
No la veía desde que los aliados habían ganado la guerra y los oficiales de las SS habían huido cada uno por su cuenta , ocultándose como podían en casas de familiares y saliendo de Alemania lo antes posible. No se despidió de ella.
Posiblemente liberada se había casado con aquel hombre en América.
¿Por qué le buscaba ahora? Tal vez estaba perdido si ella le reconocía y le
acusaba. ¿O sería que no podía vivir sin él, sin su pasión? Posiblemente nunca más había hecho el amor con nadie como con él, nunca había disfrutado del sexo desde que él desapareció.