Relatos Eróticos Lesbicos

Mi hija enamorada de mí, yo enamorada de ella

Publicado por Anónimo el 28/01/2023

Es un sábado por la madrugada, 18 de julio de 1998, casi la 1, estoy en la cama, desnuda, mirando un programa de televisión que habla de sexo, y me excito viendo a la conductora. Una lámpara está encendida, iluminando suavemente la habitación, pero mis ojos están cerrados, estoy jugando conmigo misma, frotándome el clítoris, jugando con mis duros pezones, haciendo que mi concha esté muy, muy húmedo.
Y oigo un golpe en la puerta y una voz.
«¿Mamá? ¿Puedo pasar?»
«Claro, hija, por supuesto».
Rápidamente apago la tele y levanto la sábana para cubrir mis tetas cuando mi hija Camila entra en la habitación. Tiene siete años y crece rápido. Esta noche ella está en un camisón blanco, muy corto, con una linda ropa interior también blanca. Ella se sube a la cama.
«¿Qué pasa, hija? ¿Pasó algo?» Pregunto mientras me pongo de lado, manteniendo la sábana levantada.
«No, quiero decir, simplemente no podía dormir».
«¿Por qué no?»
«No tengo sueño, solo eso.» Acaricio su mejilla y su hombro.
«Bah. De verdad extraño un poco a la abuela».
Hacía unos meses mi abuela había fallecido. Cuando mis padres me echaron de su casa cuando me quedé embarazada de Camila a mis 18 años en mi primera vez, y la única que estuve con un hombre para salir de dudas sobre mi identidad sexual, ya que siempre he sido lesbiana, mi abuela viuda me recibió en su casa.
«Lo sé, yo también. ¿Pero por qué no te acostás conmigo un rato y nos abrazamos hasta que te duermas».
Levanto la sábana para ella, dándome cuenta demasiado tarde de que de alguna manera me había olvidado de estar desnuda. Bueno, razono, no importa. Soy su mamá, después de todo.
Camila no parece notar mi desnudez, o si lo hace, no la desconcierta. Se desliza a mi lado y la envuelvo en mis brazos, tirando de las sábanas sobre ella. Abrazo a mi hermosa niña, besando su cabello de dulce olor, arrullando palabras de amor y consuelo. Deslizando mi mano por debajo de su camisón corto, froto suavemente su espalda. Su piel es tersa, suave y cálida. Ella ronronea, casi como un gatito, y se acurruca más cerca de mí.
La cabeza de mi hija está justo debajo de mi cara, sus brazos están cruzados, apretados, sus manos descansan entre mis tetas. Sus rodillas también están levantadas y yo he puesto mis piernas debajo de las suyas. Está acurrucada como en posición fetal, reflexiono, casi como si quisiera volver a estar completamente dentro de la seguridad y protección de mi útero.
Nos abrazamos durante varios minutos, cada vez más relajadas. Se siente tan agradable, tan cálido y amoroso. Espero que pronto pueda dormirse, y yo también. Es tan acogedor y cómodo estar con mi nenita de esta manera.
Sigo besando su cabeza, murmurando palabras tranquilizadoras, abrazándola y acariciándola. Froto su culito y la oigo susurrar:
«Mmmm…Me gusta, mami».
Después de un rato, noto que sus manos se están moviendo. Ella también está tratando de acariciarme, aunque lo único que puede alcanzar desde su posición es mi pecho. Sonrío y beso su cabello, feliz de que las dos podamos estar tan cerca. Froto su culito, sus muslos, su espalda. La oigo ronronear de nuevo.
Entonces siento sus dedos en mis senos, solo las puntas, tocándolos muy suavemente. (¿Sabés lo excitante que es eso?) Mis pezones rápidamente están duros de nuevo, incluso más que antes, palpitando ahora, doliendo por ser acariciados y chupados.
Pero me pregunto a mí misma, ¿por qué me estoy excitando? Es mi propia hija, por el amor de Dios, no debería excitarme sexualmente con esto.
Sin embargo, no puedo evitarlo, estoy excitada, muy excitada. Puedo sentir lo mojado que está mi concha. Y trato de convencerme de que es normal, nada malo, solo una respuesta natural del cuerpo al ser acariciado de cierta manera.
Los dedos de Camila tocan mis pezones, tentativamente, con ternura. Parece vacilante, pero también curiosa, tal vez preguntándose cómo podría reaccionar. Cuando no digo nada, ella comienza a jugar con ellos más atrevidamente, acariciándolos y luego les da un pellizco ligero en cada pezón.
Estoy ardiendo ahora, en celo, en realidad temblando de lujuria. Dios mío, ¿Qué me pasa? ¿Soy una pervertida o algo así? Sé que realmente necesito detenerla en este punto, enviarla de regreso a su propia cama, o al menos darle la vuelta para que mire hacia el otro lado. Pero mientras continúa acariciando mis pezones erectos, me escucho decir: «Mmm, eso se siente bien, pendejita, muy bien».
Así que me rindo. Lo dejo ir. Se siente increíblemente bien, y ha pasado tanto tiempo, y después de todo, ¿Qué puede doler si una madre y una hija quieren mostrarse afecto?
Mi mano se desliza dentro de la parte de atrás de su bombachita. Escucho a mi nenita suspirar contenta mientras froto su traserito desnudo, ambas mejillas, sintiendo su firmeza infantil, apretándolas. Me doy cuenta, lo sé con certeza, que ahora no la estoy tocando sólo con afecto maternal. Mi intención es excitarla, como ella me ha excitado a mí. Quiero darle placer, excitarla sexualmente. ¿Pero es eso posible? ¿Puede una nena de siete años responder como yo respondo?
Saco mi mano de sus calzones y acaricio su muslo, firme, seductoramente. Deslizo mis dedos lentamente por el interior de su pierna, más y más alto, casi hasta su entrepierna. Camila se estremece. Ella está respirando más rápido ahora. Sus dedos pellizcan mis pezones con más fuerza, retorciéndolos, como si supiera instintivamente cómo aumentar mi excitación.
Pero aún quiero más. Necesito más. Empujo las sábanas hacia abajo un poco para poder mirarla. Las pequeñas manos de Camila están agarrando mis pechos. Sus mejillas están sonrojadas, el cabello húmedo por el sudor, el flequillo se le pega a la frente. Ella me mira, sus ojos brillan, y veo algo en su hermoso rostro que nunca antes había visto. ¿Puede ser deseo sexual? Quiero que sea.
Lentamente, acomodo a mi hija sobre su espalda. Ella me mira a los ojos. Le sonrío cálidamente y ella me devuelve la sonrisa. Muy lentamente me inclino más cerca, acercando mis labios a los de ella. Nos besamos, suavemente, con ternura. Esto podría ser un beso de madre e hija, pero también podría ser algo más, algo romántico, incluso erótico. Está justo en el borde. Ahí es donde estamos, tambaleándonos al borde del incesto.
Puedo parar ahora, si quiero. Todavía estamos en territorio bastante seguro, más o menos.
Pero no me detengo. Definitivamente no quiero. Cuando empiezo a subirle el camisoncito, entre las dos lo tiramos por debajo de ella y por encima de su cabeza. Ahora su pechito está desnudo.
Sus pezoncitos están hinchaditos y rosaditos. Toco a mi hija allí, dejando que mis dedos provoquen y acaricien, sintiendo que los pezones se endurecen. «Mi niña está creciendo, convirtiéndose en una mujer», murmuro.
Camila está mirando de cerca mientras la acaricio. Cuando pellizco suavemente uno de sus pezoncitos, ella gime de placer, cierra los ojos y se lame los labios.
«La hermosa nena de mamá», susurro. Luego me inclino, muy cerca de su cara, acariciando su nariz, mi aliento mezclándose con el de ella. En un susurro aún más suave, le digo: «Te amo, hija».
«Yo también te amo, mami», responde ella. Su respiración es inestable, irregular por la emoción.
Observo su rostro, sus ojos celestes aún cerrados. Las mejillas sonrojadas, la nariz respingona, su cabello platinado y esos labios carnosos, naturalmente rojos y besables. Ella es tan joven, tan inocente. Todavía es una niña pequeña, una niña a la que amo más que a nada en el mundo y, sin embargo, esta noche de alguna manera se ha convertido en algo más que eso, más que mi querida hija.
Sé exactamente lo que es, lo que ha cambiado. Quiero a esta niña como la mujer de mi vida. La necesito. Pero tengo que estar segura de que ella también quiere eso.
«¿Camila?»
Sus ojos se abren de golpe. Ella me mira, inquisitivamente. Se lame los labios, dejándolos ligeramente separados, como tentándome. Dios mío, ella es tan increíblemente deseable, ¿Cómo podría alguien resistirse?
«Cami, quiero besarte de nuevo».
«Dale.»
«Pero, yo… quiero besarte, y también quiero hacer más. Quiero amarte. ¿Sabés lo que quiero decir?»
«No, mami...»
Mientras ordeno mis pensamientos, decidiendo qué decir, me muevo aún más cerca de ella en la cama, colocando una pierna sobre la suya. Mis pechos están sobre su pecho, nuestros pezones se tocan entre sí.
«Quiero amarte, Camila. Amarte, bueno, como una amante, ¿sabés? Quiero besarte y… saborearte y… hacer todo con vos».
Ella traga saliva. Es tan sexy. La quiero tanto. ¿Por qué esperé tantos años para ésto?
Empiezo a decir algo más, pero luego me detengo. En lugar de eso, lamo mis propios labios, luego lentamente acerco mi boca a la de ella. La beso de nuevo, suave y tiernamente al principio, pero luego con un poco más de urgencia. Pronto empiezo a usar mi lengua. Ella se sobresalta, se aparta un poco, pero sigo insistiendo, y un momento después me está besando de la misma manera, con la boca abierta.
Estoy sosteniendo su rostro entre mis manos, besando sus labios, respirando con dificultad, mi lengua explorando, la de ella respondiendo más tentativamente. Las manos de Camila están tanteando mis pechos otra vez, sin embargo, agarrando, apretando, tirando de los pezones. Ella es una participante dispuesta en nuestra sesión de besos entre madre e hija.
Nos besamos durante varios minutos, sus manos acariciando mis pechos, mi lengua explorando su boca. Mi concha está extremadamente húmeda, lubricada, deslizándose fácilmente hacia arriba y hacia abajo sobre la suave piel de la pierna de mi nenita. Se siente tan bien, mi clítoris palpitante, pulsante. Podría venirme si quisiera. No tardaría mucho más.
Finalmente salgo a tomar aire, apartando mi cabello sudoroso de mis ojos. Estudio su adorable rostro mientras limpio mis labios. «¿Estás bien, hija? ¿Te gusta hacer esto?»
«Sí, mami», se ríe, asintiendo con entusiasmo. «Me gusta mucho, mami».
Entonces, de repente, me vuelve a atraer hacia ella y abre la boca. Camila no quiere tomarse un descanso. A ella le gusta besarse conmigo.
Seguimos besándonos, y pronto se cruza otra línea. Tomo una de sus manos entre las mías mientras nos besamos, parece casi inconsciente, una acción instintiva, tomo su mano y la muevo entre mis piernas, presionándola en mi entrepierna.
Está pegajoso y caliente ahí abajo. Sosteniendo su mano en la mía, froto sus dedos en los labios de mi vagina, arriba y abajo, una y otra vez, y luego dentro de los pliegues, cubriendo sus dedos con mi humedad.
Brevemente rompo el beso y le susurro a mi hija: «Frotame aquí, sí?».
Continúo besándola mientras deslizo su mano arriba y abajo dentro de mi sexo, guiando sus dedos delgados y resbaladizos a través del surco, mostrándole lo que quiero, lo que deseo. Cuando sus dedos tocan mi clítoris, me estremezco y gimo, rompiendo el beso de nuevo.
«Justo ahí, solo frotame ahí, ¿de acuerdo?».
Todavía estoy sosteniendo su mano en la mía, pero parece entender lo que necesito. Sus dedos acarician el capullo hinchado, estoy en éxtasis. Empujo mi lengua dentro de su boca, gruñendo con pasión, ahora tomando con mi mano la de ella, alcanzando y agarrando su culito, tirando de su cuerpo contra el mío mientras corro sus dedos en un frenesí de lujuria incestuosa.
No hay pretensiones en este punto, nada en lo más mínimo maternal sobre lo que estoy haciendo con ella. Mi hija y yo estamos teniendo sexo, ¡y me encanta!
Sin embargo, en algún lugar, en un rincón de mi mente, me pregunto si debería reducir la velocidad. Puedo sentir que la acumulación ya ha comenzado: la sensación de remolino, hinchazón y aumento que me dice que pronto llegará el orgasmo. ¿Debería relajarme, tratar de esperar?
No, no puedo. no puedo parar No puedo contenerme. Más fuerte, más rápido, contra sus dedos, chillando en delirio erótico mientras mi lengua folla su boca.
Ya viene, casi aquí, casi aquí… Rompo el beso. «Camila… Camila», jadeo, «Mami va a… ¡¡¡Siiiiiiiii!!!»
Llego al clímax en su mano, gruñendo y gimiendo mientras mi cuerpo sufre espasmos, el gozoso y caliente placer estalla en oleadas desde mi centro. «¡Siiiiiii, Dios mío…!»
Finalmente se acabó. Comienzo a volver a la realidad y siento dónde estoy. Tengo una mano debajo de ella, agarrando el culo de Camila. Sus dedos todavía están entre mis piernas. Puedo sentir un desastre pegajoso allí, mi jugo pegajoso. Mientras trato de recuperar el aliento, lentamente abro los ojos.
En la excitación maníaca, me muevo en la cama. Mis pechos están casi en su cara. Me deslizo hacia abajo un poco y la miro. «¿Estás bien, Cami?»
«Sí», ella sonríe. «Eso fue… divertido, mamá.».
«Bien, me alegro de que te haya gustado». Le doy un beso, solo un beso en los labios. Luego la beso por segunda vez, sosteniéndola un poco más. Ella suspira felizmente, devolviendo el beso.
Retrocedo, estudiándola una vez más, asegurándome de que no puedo ver ningún indicio de preocupación, miedo o incertidumbre. Pero no hay nada allí como eso. Camila parece completamente cómoda, tranquila en nuestra nueva relación sexual.
¿Ella sabrá qué es sexual?, me pregunto. Bueno, sí, por supuesto que ella tiene que saber eso. Puede que solo tenga siete años, pero los chicos crecen rápido. Estoy segura de que ella entiende. Aún así, decido preguntarle sobre eso de todos modos.
«¿Sabes lo que acaba de pasar? ¿Conmigo, quiero decir? ¿Qué fue eso?»
Ella asiente. «Sí, eso creo.»
«Nosotras… ya sabés, hablamos de cosas como esta antes. Sobre sexo y orgasmos, y, bueno, eso es lo que acabo de tener. Tuve un orgasmo».
«Está bien», ella sonríe.
«Y también hablamos sobre la masturbación, cariño, y te dije que estaba bien, es parte de crecer y puedes hacerlo cuando quisieras. Entonces, quiero decir, ¿alguna vez tuviste un orgasmo?»
«Creo que no…».
Le sonrío a mi hija, besando su mejilla, acariciando su nariz.
«¿Y te gustaría que te toque, y… ver si tenés uno?»
«¿Sí, mami? ¡Me encantaría!»
Es asombroso. Ella no muestra vacilación en absoluto. Supongo que para Camila esto debe parecer perfectamente natural, simplemente una forma de que una mamá y su pequeña niña compartan su amor. Y tiene razón, me digo. Lo que estamos haciendo es natural. Es cálido, amoroso y, ¿cómo podría estar mal?
Me deslizo suavemente de ella y me acuesto de lado apoyada en un codo junto a mi hija, que está boca arriba. Empujo las sábanas completamente hacia abajo, exponiéndola completamente.
Por un momento dejé que mi mirada recorriera su cuerpo esbelto, apenas pubescente. Entonces pregunto: «¿Está bien si te quito la bombachita?»
«Por supuesto.»
Ella levanta sus caderas cuando me pongo de rodillas, bajando y quitando la linda ropa interior blanca, dejándola a un lado. Me acuesto a su lado otra vez.
«Te amo, Camila».
«Y yo también , mamá».
Nos besamos de nuevo, pero esta vez sin lenguas. Es un beso tierno y romántico. Mi corazón se hincha de sentimiento, de amor, de afecto y de lujuria.
Separando ligeramente mis propias piernas, puse una mano allí, deslizando mis dedos entre los pliegues, cubriéndolos con mis abundantes jugos. Luego muevo la mano a la entrepierna de mi hija.
Camila no tiene vello en su conchita todavía. Tiene diminutos pezoncitos, lo que me vuelve loca de deseo.
Suavemente la froto, los dedos humedecidos se deslizan sobre los labios suaves e hinchados. Llevo mi boca a la de ella y nos besamos, ambas usando nuestras lenguas. Sus manos encuentran mis pechos de nuevo, jugando con los pezones. Parece que le encanta tocarme de esta manera.
Mientras acaricio los labios de su coño, los muslos de Camila comienzan a separarse. Ella se está poniendo a mi disposición. Mis dedos se relajan un poco. Ella abre más las piernas, separando sus labios. Estoy en su raja ahora, tocándola allí, todo suave y cálido, y sí, resbaladizo también. Está mojada por dentro.
Cuando mis dedos encuentran la abertura de su vagina, Camila da un respingo. Retrocedo, disminuyendo la velocidad, pero ella agarra mi cara con ambas manos, tirando de mi boca con fuerza contra la suya, deteniéndose lo suficiente como para decir: «¡No te detengas!», antes de besarme con urgencia.
Así que no paro. Beso a mi hija y la acaricio, explorando su conchita virgen. Mis jugosas yemas de los dedos rodean el borde de su vagina. Jadea de deseo mientras nos besamos. Sus delgadas piernas están completamente abiertas, tan anchas como puede. Ella quiere esto tanto como yo.
Comienzo a sondear su pequeño y dulce agujero. Ella se retuerce debajo de mí ahora, jorobándose arriba y abajo, levantando ansiosamente su entrepierna para encontrar mi toque. Empujo un dedo dentro, hasta el primer nudillo, amando la tierna suavidad perfecta de la vagina de mi hija. Con mi pulgar, encuentro su clítoris. Entonces da otro respingo, y escucho un pequeño grito ahogado, pero es totalmente obvio que está lista para más, casi desesperada por eso.
Continuamos besándonos, húmedas, mientras froto su clítoris con mi pulgar, mi dedo haciéndole cosquillas dentro de su inocencia. Pero, ¿será esto suficiente? ¿Puedo hacer que se venga así?
Casi en respuesta, como si pudiera leer mis pensamientos, un escalofrío la recorre de repente. Ella rompe el beso y sus ojos se abren de golpe. Camila me mira con una mirada de asombro.
Sigo frotando su clítoris, sigo follando su coño. Mi pendejita hermosa está temblando por todas partes, temblando, sus mejillas sonrojadas, la cara brillante por el sudor.
«Mami, mami, yo…»
Y entonces ella se corre.
Lo hicimos. Hemos hecho lo impensable. Estoy desnuda en la cama con mi hija de siete años, mi dedo dentro de su virginidad. La cogí y la hice correrse. No mucho antes de eso, sostuve su mano en mi clítoris, acariciando los dedos de mi niña hasta que llegué al clímax encima de ella.
Acabo de tener sexo con mi propio hija, ¿y saben qué? No me arrepiento en absoluto. Mientras miro el rostro de Camila y veo tanta felicidad allí, veo el amor y la gratitud en sus ojos, sé con certeza que esto no puede estar mal.
«¿Estás bien, Cami?», pregunto.
«Sí, mamá, te amo. ¿Podemos hacerlo un poco más?»
Camila ciertamente no muestra vacilación, ni una pizca de arrepentimiento. Y adoro su respuesta. ¡Ella quiere más!
Mi dedo todavía se encuentra dentro de su cálida y húmeda vagina, pero solo hasta la segunda falange. Puedo sentir su himen bloqueando cualquier penetración adicional. Le hago cosquillas suavemente por dentro y froto mi pulgar en un círculo alrededor de su clítoris.
«¿Querés más, bebé?»
Ella se estremece y con voz temblorosa dice: «Sí, mami».
«Está bien, pero nunca podemos contarle a nadie sobre esto. Nadie, ¿sí? Tenemos que tener mucho cuidado».
«Sí, mami.»
«Quiero hacer esto con vos», le digo a mi hija. «Me encanta, y te amo. Pero si la gente se entera va a decir que estamos haciendo algo malo. No está mal, para nada, pero no tenés que decirlo a nadie, ¿sí?»
«Sí, má».
Camila no parece perturbada en lo más mínimo por mis preocupaciones. Es casi como si ya hubiera pensado en esto y se sintiera cómoda con eso, el secreto y todo. Estoy segura de que no lo ha hecho, por supuesto, pero me complace que evidentemente no sienta ansiedad alguna.
Supongo que es porque para ella lo que ella y yo estamos haciendo juntas es perfectamente natural. Y tiene razón, la tiene, me digo. Es sólo amor, amor dulce, sensual, cariñoso, apasionado entre madre e hija… ¿Qué puede haber de malo en eso?
Mientras estos pensamientos pasan por mi mente, mis ojos recorren el tierno cuerpito infantil de Camila. Dios, ella es tan deseable. De acuerdo, me arrepiento de algo: no hicimos esto antes, años antes.
La beso suavemente en los labios, luego me deslizo lentamente sobre la cama. Quiero ver todo.
Todavía no le he quitado el dedo. Miro la entrepierna de mi bebé. Sus esbeltos muslos están muy separados, abriéndose para mí. Su piel es tersa, suave y rosada, impecable. Todavía no tiene vello púbico. Puedo ver un destello de humedad alrededor de los bordes de los labios de su vagina y una gota más grande de líquido lechoso en la base de su vagina. Se me hace agua la boca.
Está bien, si quiere más, le voy a dar más. ¡Eso es lo que quiero yo también!
Le sonrío y digo por segunda vez: «¿Querés más, bebé?»
«Sí, mami», ella asiente.
«Pero solo una cosa. Si alguna vez no te gusta o lo que sea, solo decímelo y paramos, ¿de acuerdo?»
«Sí, mamá. Pero no te preocupes, lo quiero».
Guau. ¿Cómo tuve tanta suerte? Miro la virginidad de Camila de nuevo, saco mi dedo ligeramente. Es brillante con sus jugos. La vista envía una sacudida repentina a mi centro. Aprieto mis propias piernas juntas, haciéndolas tijera, estimulando mi clítoris.
Mientras me acerco aún más, mi cara ahora está a solo tres o cuatro centímetros de su sexo, susurro: «Te voy a besar aquí, ¿de acuerdo?»
«De acuerdo.»
Antes del beso, inhalo, cierro los ojos y respiro por la nariz, absorbiendo su olor, el delicioso aroma de su dulce y joven conchita. Luego abro los ojos de nuevo, deslizo mi dedo por su abertura y lo reemplazo con mis labios. Mi boca está en la vagina de mi hija. La estoy besando allí.
La siento temblar, escucho un gemido, un suspiro de placer. Deslizo mis labios alrededor, besando como si estuviera besando su boca, y luego empiezo a usar mi lengua, lamiéndola, lamiendo, chupando y besando.
«¡Mamá!» ella llora. «¡Mami, mami, ay Dios!»
No respondo a esto, sino que deslizo mi lengua entre sus labios suaves e hinchados, hundiéndome hasta encontrar su clítoris. Le hago cosquillas con la punta de la lengua. Mientras tanto, he vuelto a poner mi dedo dentro de su conchita y también le estoy haciendo cosquillas allí.
«¡Mami, mami, mami, es tan rico!»
Estoy follando su conchita, chupando su clítoris, teniendo sexo con mi hija. Ella gime y se retuerce, girando debajo de mí, levantando la pelvis, empujándose en mi boca. Entonces siento sus manos en mi cabeza, agarrándome, tirando de mí contra ella. Ella está gimiendo, jadeando, gritando de placer…
Parece que está casi lista para correrse, mucho antes de lo que esperaba. Esta pendejita es extremadamente receptiva sexualmente. ¿Todas las nenas son así? Tal vez más mamás deberían saberlo.
Todo esto pasa por mi mente en un instante mientras chupo y lamo su clítoris. Es gracioso cómo puedo tener una conversación interna conmigo misma sobre el incesto lésbico mientras sigo con la acción al mismo tiempo. Las mujeres somos asombrosas.
Ahora se está moviendo realmente rápido, embistiendo mi boca, frotando su clítoris contra mi lengua y mis labios. Camila sabe tan bien, huele tan bien y se siente tan bien. Me encanta la sensación suave y caliente de su piel. Me encantan los movimientos enérgicos y excitados de su cuerpo desnudo. Me encantan todos los sonidos que hace, los jadeos, gemidos. Quiero mucho a mi hija. ¡Me encanta tener sexo con ella!
De repente, se pone rígida: escucho un fuerte gruñido mientras se estremece y siento que su vagina se aprieta alrededor de mi dedo con espasmos repetidos. Se estremece y tiembla, gruñendo cada vez. Mi hija se corre, ella se corre por mi.
Nada podría ser mejor que esto. Siempre me ha gustado el sexo, desde que aprendí a masturbarme a los diez años. A pesar de mi lesbianismo, nunca me enamoré de una mujer, solamente las que veía en la tele (modelos, conductoras, actrices, vedettes) y para tener sexo lo hacía con prostitutas. Es más, la última vez que pagué fue hace más de un año. Nada más que masturbación, es decir, lo que ciertamente es lo suficientemente placentero, pero no así, no tan placentero, satisfactorio y gratificante como el sexo con mi propia hija.
No, estoy convencida. Nada podría ser mejor que esto.
Levanto mi boca de su entrepierna, lamiendo mis labios, sonriendo mientras la miro. Sus ojos están bien cerrados, la cara todavía pellizcada y enrojecida. De vez en cuando se estremece con un espasmo residual. Saco mi dedo de su interior y me subo a la cama para acostarme junto a mi nenita, tomándola en mis brazos.
Acaricio su cuello, beso su mejilla, su nariz, su boca. A medida que su respiración comienza gradualmente a volver a la normalidad, suspira profundamente, luego se vuelve hacia mí y abre los ojos lentamente.
«Mami… eso fue…» comienza, luego cierra los ojos, estremeciéndose una vez más. La abrazo, acariciando su cabello.
Ella me sonríe mientras sus grandes ojos se abren una vez más. «Eso fue genial.»
«Mmm, te amo, hija». Acaricio su nariz, beso sus labios.
Camila devuelve el beso y susurra: «Yo también te amo, mamá, mucho».
Cambié de posición, colocándome encima de ella, mis piernas entre las suyas, mi montículo descansando sobre el de mi hija. La beso de nuevo, luego digo, después de mirar el reloj: «Se está haciendo bastante tarde, son más de la una y media de la madrugada. ¿Ya tenés sueño?».
Ella niega con la cabeza, da una sonrisa. «No tengo sueño, mami.»
Una vez más la beso, pero esta vez usando mi lengua. Ella responde de inmediato, felizmente me besa de la misma manera. Ella envuelve sus brazos alrededor de mí, y sus piernas también.
A medida que continuamos besándonos, empiezo a moverme contra ella, muy suavemente al principio, solo el más mínimo movimiento de los labios de mi vulva sobre los de ella. Es difícil creer que realmente estoy haciendo esto, teniendo sexo lésbico caliente con mi propia hija, pero lo estoy haciendo, y me hace muy feliz. Mi clítoris está palpitando, hormigueando, casi cantando de excitación. Presiono un poco más fuerte contra ella mientras mi lengua juega en su boca.
Camila parece tan feliz como yo, si no más. Está como tarareando mientras nos besamos mientras mece su cuerpo al ritmo de mis movimientos encima de ella. Se siente increíblemente bien. Los labios de mi vagina están resbaladizos y húmedos, al igual que los de ella. Nos deslizamos fácilmente juntas, mezclando nuestra lubricación. Esto es sexo madre-hija, tan natural como puede ser.
Me muevo más rápido ahora, sintiendo que la oleada comienza muy adentro, la sensación creciente, creciente e irresistiblemente deliciosa de un orgasmo inminente. Por un momento, quito mi boca de la de ella y le digo a Camila: «Voy a acabar, hija, mami va a acabar…».
«Y yo, y yo, ¡yo también!»
Mi nena se va a venir con su mami cogiéndola? ¡Espero que lo haga!
Las piernas de Camila están envueltas a mi alrededor, sus tobillos cruzados sobre mis caderas. Me tira contra ella mientras levanta su conchita para recibir mis embestidas. Nos besamos de nuevo, y ahora estamos gimiendo en la boca de la otra. De hecho, ambas estamos tan emocionadas que nuestros besos son descuidados, desordenados, los labios y las lenguas se deslizan por todas partes, la saliva gotea y vuela, el aliento caliente se mezcla.
Casi estoy allí ahora, casi allí, cogiéndome a mi hija, y luego escucho un gritito agudo. Camila de repente mete el mentón, rompiendo nuestro beso, sus ojos se cierran con fuerza. Está empezando a correrse debajo de mí.
La cojo más fuerte. Yo también quiero venirme, venirme con ella, y estoy por ahí. Un poquito más, un poquito más, y ¡¡¡SÍ!
Disfrutamos de lo más maravilloso que puede haber, madre e hija en un orgasmo simultáneo, concha con concha. Fue la vez que mejor acabé en toda mi vida. Parece durar para siempre, seguir y seguir, pulsos climáticos explotando desde mi centro uno tras otro, ola tras ola tras ola de delirante éxtasis sensual.
Débilmente, en algún lugar de mi mente, escucho a Camila gritar. Ella corcovea debajo de mí, su pequeña y caliente conchita choca contra la mía una y otra vez. Ese sonido, esa sensación, los deliciosos olores y el conocimiento de lo que estamos haciendo, todo esto me trae otra ola de placer orgásmico. Me estoy cogiendo a mi hija, nos estamos cogiendo entre nosotras, y nunca he sido más feliz.
No estoy segura de cuánto duró. Parece que me he desmayado o algo así.
Cuando vuelvo en mí, estoy acostada encima de Camila, con todo mi peso sobre ella, mi cara enterrada en su cuello, mis tetas aplastadas contra su pecho. Estoy empapada de sudor, tan caliente que prácticamente estoy humeando, y eso que es una noche fría. Mi respiración se acelera. Trago, lamo mis labios, saboreo el sudor salado del cuello de mi nenita. Me muevo un poco y siento una masa viscosa y pegajosa donde nuestras conchas se están besando.
De repente me doy cuenta de lo pesada que debo sentirme sobre ella. Estoy fláccida, aletargada, casi inerte, pero hago todo lo posible por quitarme el peso de encima, empujándome lentamente sobre los codos.
«¿Estás… estás bien, Cami?» logro salir.
«Sí, mamá, estoy… estoy genial». Ella también está jadeando, probablemente tratando de recuperar el aliento después de haber sido aplastada por mí.
«Perdoname si yo, si era demasiado pesada, si te lastimé o…»
«No, mami, me encanta». Ella interrumpe. «Quiero hacer esto siempre con vos.»
Cualquier preocupación que pueda haber tenido sobre lastimarla es obviamente injustificada. Ella está bien, más que bien, rebosante de entusiasmo, emocionada por lo que ella y yo hemos hecho juntas.
Me bajé de ella, de lado. Ella también se pone de lado, mirándome. Su sonrisa es enorme, sus ojos brillan. Mi hija de siete años está llena de celo, ¡por el sexo con su mamá!
«Fue hermoso…», dice de nuevo.
Tomo su rostro entre mis manos, mirándola a los ojos. «Te amo, Cami».
«Yo también te amo, mami», susurra.
Nos besamos con ternura, románticamente. Los labios de Camila son carnosos, cálidos y suaves, muy acogedores. Ella es la pareja sexual perfecta para mí, me doy cuenta, la única persona que amo más que a nadie en el mundo, la única persona de la que estoy perdidamente enamorada.
Nuevamente me digo a mí misma, solo desearía que hubiéramos comenzado antes, cuando ella tenía seis años, o cinco, o cuatro, o… ¿aún más bebé? Bueno, de todos modos deberíamos haber empezado muchísimo tiempo antes, pero eso no importa. Me alegro de que estemos haciendo esto ahora.
Seguimos besándonos suavemente mientras pienso en estas cosas. Entonces siento sus manos sobre mis tetas, jugando con mis pezones. Y de alguna manera, a pesar de que es muy tarde, más de las dos de la madrugada, a pesar de que ya me he corrido muchas veces y realmente debería estar saciada, siento que mi deseo comienza a crecer de nuevo. No he terminado aún. Quiero más.
Parece que ella también. Camila me está besando con más urgencia ahora, usando su lengua, gimiendo. Está amasando mis pechos, apretándolos, atrayéndolos hacia ella. Esto me da una idea traviesa. Quiero amamantarla, alimentar con mis pezones a mi hija. Eso parece incluso más pervertido que las cosas que ya hemos hecho, incluso más perverso, y me encanta.
Me muevo encima de ella otra vez, girándola sobre su espalda, especialmente sobre su cintura, mi concha jugosa presionando su pancita. Tomo mis tetas en mis manos, ahuecándolos, llenándolos para ella, pellizcando y retorciendo los pezones erectos.
«Cami», digo, en un susurro ronco, «¿querés chuparme las tetas?».
Sus ojos se agrandan, su rostro brilla con alegría, como si fuera la mañana de Navidad y estuviera rodeada de regalos. «¿Yo puedo?»
«Sí, hija, chupame las tetas».
Mientras digo esto, me inclino lentamente, bajando mi pecho hacia ella. Me apoyo en mis manos, mis tetas colgando frente a la cara de mi hija.
Camila los mira, estudiando mis tetas, mis rígidos pezones color té con leche. Ella se lame los labios. Después de mirar hacia arriba brevemente, atrapar mi mirada y sonreír, toma una teta en sus manos y lo lleva a su boca. Sin embargo, al principio no lo asimila del todo, sino que comienza lamiendo, como si estuviera lamiendo un helado.
Ella lame y lame, cerrando los ojos, suspirando de placer. Mientras tanto, me estoy volviendo loca de lujuria, mi pezón palpita, tirando, tan erecto que es casi doloroso. ¡Necesito que ella lo chupe!
Continúa lamiendo, simplemente lamiendo, su cálida y húmeda lengua recorre todo alrededor, rodeando el pezón, moviéndose sobre la punta. Estoy jadeando de necesidad, temblando de deseo, mi corazón late con fuerza, el pulso acelerado. ¿Sabrá lo que me está haciendo, cómo me está volviendo loca?
Meto una mano entre mis piernas, frotando furiosamente mi coño mojado, dándome al menos algo de lo que quiero. Apoyada en un codo, mirándola, viendo a mi niña lamer mi teta, me masturbo, instándola mentalmente a chupar mi pezón.
Cuando por fin Camila lo hace, cuando finalmente toma el pezón turgente y palpitante hasta el fondo de su boca y comienza a chupar, gimo de alivio mientras mi cuerpo se estremece de excitación. Deslizo dos dedos dentro de mi concha, masturbándome mientras mi hija chupa mi pezón.
Ella chupa, y es el cielo. Es exactamente lo que necesito. La sensación de su lengua y boca en mi teta, combinada con la mano trabajando entre mis piernas, es pura alegría, verdadera felicidad.
Entonces recuerdo. Recuerdo que cuando Camila era solo una bebé, amamantando mi pecho, a menudo solía sentir el mismo tipo de excitación erótica que siento ahora.
Dejaría este recuerdo a un lado, manteniéndolo oculto por cualquier razón, pero ahora regresa. Y ahora me pregunto si tal vez fue entonces cuando empezó todo esto, mi deseo ilícito, incestuoso por mi hija, pero que permaneció latente durante todos estos años. Una vez más, en realidad no importa. Todo lo que cuenta es que lo estamos haciendo ahora. Estamos teniendo sexo, estamos haciendo el amor.
Camila cambia al otro seno. La escucho hacer pequeños sonidos de ‘ñom-ñom’ mientras chupa. Ella es tan feliz como puede ser. También puedo escuchar el golpeteo húmedo de mis dedos dentro de mi concha, y puedo oler mi sexo, el perfume caliente de mi lujuria. Es genial, todo es perfecto.
Ella chupa, me masturbo y muy pronto siento que me acerco. No será mucho más. Pero realmente no quiero acabar todavía. Así no.
Tengo otra idea Es tan pervertido, tan jodidamente caliente, tengo que hacerlo. Saco mis dedos de mi concha, goteando con mis jugos, y los froto en mi otra teta, el que ella no está chupando. Cubro el pezón duro con mi lubricante.
«Mmm, ¿bebé? Solo un minuto», le digo a Camila mientras me empujo hacia arriba, quitando mi seno de su boca. Quiero que ella vea lo que está pasando.
Ella frunce el ceño por un instante, decepcionada por tener que parar, porque le quitaron los dulces. Entonces se da cuenta de lo que estoy haciendo y entiende. Ella sonríe.
«¿Querés probar la concha de mami?» Pregunto con voz entrecortada. Estoy tan excitada que apenas puedo hablar. Pero alcanzo a decir: «Está aquí mismo, en mi teta, todo para vos, mi amor».
Bajo la brillante y aromática punta del pecho a su boca. Ella se ríe y luego lo asimila. Esos sonidos de ‘ñom-ñom’ son aún más fuertes ahora mientras chupa, saboreando el sabor del jugo de mi concha.
«Chupame la teta», la insto.
Empiezo a estirar la mano entre mis piernas para acariciarme, pero mientras lo hago, tropiezo con otra mano. Descubro que Camila también se está frotando. Mi adorable hijita de siete años juega con su virginidad mientras me chupa la teta.
Estoy abrumada por el sentimiento, por la emoción, de repente tan llena de felicidad que las lágrimas llenan mis ojos. Estoy ahogada por el amor y la lujuria, por la pasión y el afecto. Se me escapa un sollozo, y con él siento una sacudida en el centro, un delicioso espasmo que no es exactamente un orgasmo, sino un preclímax. Estoy justo en el límite.
Durante tal vez medio minuto más, dejo que Camila continúe chupando mi pezón, pero luego mi necesidad es demasiado grande. Tengo que acabar. No con mi mano, sin embargo, y tampoco con la mano de ella. Esta vez quiero acabar en su carita, en su boquita.
Sin hablar, porque básicamente no puedo en este momento, me empujo hacia arriba. Mi pezón sale de su boca. Ella me mira, ansiosa, abierta, lista para cualquier cosa.
Tomo su rostro angelical entre mis manos, sonriéndole a través de lágrimas de deseo apasionado. Lentamente, me arrastro hacia adelante. Sus ojos crecen grandes. Ella sabe lo que viene. Me mira a la cara y luego a mi concha. Ella se lame los labios.
«Lameme, bebé, lameme», gruñí mientras bajo mi sexo a su boca.
Todavía sosteniendo su cabeza entre mis manos, gimo con satisfacción cuando siento la cálida lengua de mi niña explorando mi concha.
Tantas sensaciones, tantos sentimientos, todos a la vez: lujuria y amor, afecto y deseo, el aroma acre de mi concha goteante, de mi ardiente necesidad por ella, mis intensos gemidos de excitación, sus suspiros de placer sensual, y la vista. del rostro de mi hija, su hermoso rostro acurrucado entre mis piernas, capturado entre mis muslos, sus labios en mis labios, su lengua en mi vagina.
Estoy lista, estoy lista… Quiero que este momento dure para siempre, pero por supuesto que no puede… la oleada crece, se construye, se hincha… más, más alto, más grande y más fuerte… y luego se desborda cuando estallo en un orgasmo espectacular, el mejor de toda mi vida en ese entonces.
Algún tiempo después, hemos terminado. Me vine sobre ella repetidamente, me vine una y otra vez, con su boca en mi concha, llevándome a un orgasmo tras otro, inundando la cara de mi nenita con mis jugos calientes. Continuó, no sé cuánto tiempo, pero finalmente me agoté.
Ahora estamos acostadas juntas, una al lado de la otra, (tanto en este relato como ahora mismo que les escribo esto). Está mirando hacia mí, envuelta en mis brazos, aparentemente casi dormida. Noté algunos mechones de humedad pegajosa en su cabello junto con rastros en sus mejillas, aunque besé y lamí la mayor parte.
Las pequeñas manos de Camila están sobre mis tetas, sosteniéndolos suavemente, escucho un suspiro, siento un suave apretón y la veo lamerse los labios, detecto una sonrisa satisfecha y somnolienta tirando de las comisuras de su boca.
Poco a poco su respiración se vuelve más lenta. Acaricio su cabello, susurrando palabras tiernas, besando amorosamente su frente. Ella se está quedando dormida. Terminamos por la noche.
Pero en realidad sólo acabamos de empezar. Ella y yo nos hemos embarcado en una nueva vida juntas, desde hace 25 años el próximo 18 de julio, hoy con 32 años ella y yo con 44, una historia de amor entre madre e hija y para el resto de nuestras vidas, hasta que únicamente la muerte nos separe