Relatos Eróticos Gays
Andrés, Mi iniciación al sexo gay, relato gay real
Publicado por Toni Blue el 12/12/2015
Desde niño he tenido un vicio y ese vicio son los hombres. Inicie viendo películas soft porn cuando no llegaba ni a los 10 años, y frotándome inocentemente con dos primos que eran uno o dos años mayores que yo. Esos fueron los momentos favoritos de mi niñez, cuando me tocaban entre los dos y se turnaban para que yo los manoseara a ellos. Y después de crecer, cada cual siguió su curso y mi adolescencia fue solitaria y sin ningún hombre que me consolara. Pero con el tiempo todo mejoraría.
Después de años de no tener ningún tipo de contacto físico con nadie, de soñar despierto con mis amigos heterosexuales de la preparatoria, con profesores y cualquier hombre en sí; de añorar tener una verga entre mis manos, viendo como debido a mi condición de homosexual de closet todos mis deseos eran completamente reprimidos y quedaban relegados a eso, sólo deseos.
Un día, a mis 13 años y tras no saber nada de mis queridos primos desde hace años, uno de ellos estuvo de visita en mi casa saludando de nuevo a mi familia. Aquel día mientras mis padres tuvieron que ausentarse por un motivo que en verdad no recuerdo, empezamos a “jugar con el perro o mascota de mi hogar”, Andrés, ya un joven de 15 años, con sus primeros vellos faciales saliendo, algo de acné juvenil y una voz gruesa que dejaba atrás al niño con el cual tuve los primeros roces en mi niñez. Fue entre juego y juego y cada vez más cerca el uno del otro, que el tomó la iniciativa de estirar su mano y tocar mi entrepierna por encima del pantaloncillo que llevaba puesto; fue un detonante inmediato de emoción, tuve una erección al instante y mi timidez se fue por completo; empecé a tocar su pene ya en erección, de alguna manera sintiendo realizado mi sueño de tener una verga entre mis manos después de tantos años.
Después de besarnos y estar tocándonos inocentemente, Andrés se puso de rodillas, saco mi penecito aun carente de vello púbico y empezó a chuparlo lentamente. Si alguien me preguntara como describiría ese momento… Mi respuesta se resumiría en una sola palabra: gloria, me sentía en la gloria absoluta. Sentir su boca babosa en mi pene era una locura, luego me lamió los huevillos mientras yo lo miraba hacerlo, me parecía un sueño estar viendo lo que estaba haciéndome, un sueño hecho realidad. Luego se puso de pie frente a mi y sabía que era mi turno de hacer lo que por tanto tiempo había deseado (mamar la verga de alguien), recuerdo que con algo de nervios y adrenalina causada por mi inexperiencia, se me hacia agua la boca y me temblaban las piernas de la emoción que sentía, y fue cuando estando ya de rodillas, baje su pantaloncillo y contemplé su verga juvenil de chico de 15 años, peluda, de unos 14 o 15 cm; y sin pensarlo dos veces la metí en mi boca, la saboreé, sentí el salado sabor de su lubricación y lamí sus testículos colgantes y peludos. Fue lo más delicioso que había probado hasta ese momento en mi vida.
Ese día yo era un aprendiz de Andrés, dispuesto a hacer todo lo que él me hiciera a mí. Minutos después, me empezó a lamer el ano, algo nuevo e inesperado para mí; sentí un cosquilleo genial, cada que subía y bajaba su lengua por todo el ojo de mi culo era una bomba de emoción que me estallaba por dentro. Así que hice lo mismo, se puso en cuatro, abrí sus nalgas y vi un culo bastante velludo, excitante, literalmente nunca pensé que a un hombre le salieran pelos en el trasero y de esa manera, pero aún y así, pasé mi lengua por su culo como si estuviera lamiendo un helado, sólo que este tenía un sabor agrio pero delicioso a la vez.
Luego, Andrés trató de penetrarme, pero no pude hacerlo pues mi ano virgen estaba muy cerrado y hasta mi pobre primo estaba haciendo daño a su pene debido a la fricción del roce de la piel de su polla con la de mi culito; por lo cual intenté penetrarlo yo a él, pero el resultado fue el mismo, el dolor de sólo tener la punta de mi verguita en su hoyo fue suficiente para que paráramos con el intento de penetración. Para infortunio mío, fue el final de toda esa experiencia, ya que mis padres estaban de regreso; escuchamos el sonido de las llaves intentando abrir la puerta de la casa y nos dispusimos ligeramente a subir nuestros pantaloncitos.
Han pasado muchos años de esto, a Andrés lo veo en ocasiones remotas en reuniones familiares, vive en otra ciudad pero nunca hablamos más allá de: